c i n c o

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Chan lograba escuchar cierto escándalo fuera de casa. Después de pasar la mayoría del día en asuntos legales y otros no tantos, no estaba dispuesto a tener que aguantar las discusiones de sus compañeros de piso. Se quejó un poco antes de abrir la puerta, pero lo que sus ojos encontraron fue totalmente distinto a lo que su mente había imaginado.

Minho tomaba con fuerza los hombros de la peliazul, sus pupilas ya mostraban un color rojizo y no se veía para nada estable. Hannah estaba atemorizada, se podía ver cómo sus ojos amenazaban en soltar lágrimas en cualquier momento; sus piernas temblaban.

— ¡Lee Minho! — La voz de Chan resonó en la habitación, cargada de urgencia y preocupación. Sabía que debía actuar con cuidado, sin provocar una reacción aún más violenta.

Minho y Chan se miraron fijamente, pero el reconocimiento no llegó. Minho parecía perdido, su mente luchando con su propio cuerpo.

— Minho, no le hagas daño. — Chan avanzó lentamente, tratando de mantener un tono calmado. — Debemos protegerla.

— Necesito... — Minho susurró, su respiración entrecortada. Sus ojos se clavan en los de Hannah, su agitación evidente. — No puedo... — Sus manos temblaban, presionando los hombros de Hannah con desesperación. La lucha interna era palpable, pero la realidad era que Minho había perdido el control.

Chan avanzó con determinación, sabiendo que la única forma de detener a Minho era hacerlo dormir. Con el puño en alto, Chan se preparó para atacar, pero Minho reaccionó con una agilidad inesperada, esquivando el golpe y lanzando un puñetazo directo al estómago de Chan.

El impacto hizo que Chan cayera al suelo, luchando por recuperar el aliento. El grito de Hannah llenó la habitación de terror, mientras ella miraba horrorizada, incapaz de intervenir. Minho, aún fuera de sí, volvió su atención a Hannah, centrando su mirada en la zona baja de su cuello, tentado por el aroma de su sangre.

A punto de morder a Hannah, Chan se recuperó lo suficiente para levantar el puño y golpear a Minho con fuerza, haciendo que el castaño cayera al suelo. Minho yacía allí, su pecho subiendo y bajando erráticamente. Chan, con el corazón pesado, sabía que debía actuar con más firmeza. Se inclinó sobre Minho, propinándole uno, dos, tres golpes más para intentar calmarlo.

Chan miró a Hannah con pesar, sabiendo que la única forma de protegerla era enfrentar a su amigo con brutalidad. Su expresión mostraba una mezcla de arrepentimiento y determinación, consciente de la difícil decisión que tenía que tomar para asegurar la seguridad de todos.

Hannah quería salir huyendo, pero ya nada le parecía seguro.

(...)

Hannah estaba sentada en el suelo, sosteniendo una taza de café con manos temblorosas. La expresión en su rostro era una mezcla de shock y dolor, su nariz aún roja por el llanto y el miedo. Chan había atado a Minho en una esquina de la sala, con las piernas y los brazos inmovilizados por cuerda, y se acercó con cuidado a la chica, intentando no invadir su espacio.

— Tú... — Hannah habló con voz quebrada, apenas levantando la mirada. — ¿Lo sabías? — El silencio llenó la habitación, pesado y opresivo. — ¿Por qué no me dijiste que...?

— No queríamos que nos tuvieras miedo. — Chan mantuvo una distancia respetuosa, su tono era suave pero cargado de preocupación. — Tal vez ni siquiera nos hubieras creído o habrías llamado a las autoridades, y estaríamos siendo buscados para experimentos absurdos.

— Así que tú también eres uno de ellos. — La indignación en la voz de Hannah era palpable, su mirada dura mientras buscaba respuestas. Chan bajó la cabeza, un suspiro de resignación escapó de sus labios.

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