c e r o

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2018

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2018.

Caminaba por las lóbregas calles de Gimpo. La cálida luz de las farolas alumbraba apenas el descuidado asfalto. Miró el cielo, notando un simple negro a causa de la contaminación; deprimente. Había pasado un día terriblemente pesado en el trabajo. La cafetería estaba repleta gracias al invierno, el cual hacía su máximo esplendor un fin de semana. Estaba exhausto, su espalda se curvaba bajo el peso del agotamiento y sus pies parecían arrastrarse por el descuidado asfalto.

Un estornudo escapó de sus labios, la noche no hacía más que empeorar su resfrío temporal. La brisa gélida azotaba su rostro, y sus pasos se volvían cada vez más pesados. El pavimento se veía húmedo y su nariz estaba enrojecida.

Jadeante y hecho migas, llegó a la entrada de su casa. Se adentró, hasta arrimar al marco de la puerta. Con las manos frías y temblorosas logró encajar la llave con la apertura. Emitió el menor ruido posible y suspiró, expulsando un aire húmedo y caliente en contraste con la baja temperatura del exterior. Abrió el paso, causando un leve crujido.

Quedó expectante, inmóvil, mientras un escalofrío recorría su cuerpo y lo dejaba aturdido. Un olor metálico comenzaba a emanar, llenando el ambiente con una desagradable sensación.

Lo único que iluminaba su camino era la tenue luz de la luna filtrada por las cortinas; el chico de cabello castaño pudo distinguir una laguna completamente teñida de un plasma rojizo. Abrió los ojos de par en par, incapaz de creer lo que veía. Sentía náuseas y cubrió su boca con ambas manos debido al asombro y la angustia, mientras involuntariamente empezaba a temblar con fuerza. Su mirada seguía fija en los rastros de sangre, y aún en estado de shock, intentaba visualizar el lugar de origen.

Cada paso que daba resonaba como un eco en el vacío, mientras sus ojos, abiertos de par en par, escaneaban el espacio con una mezcla de terror y desesperación. Su respiración era un caos: entrecortada, superficial, casi agónica. Podía sentir cómo su corazón le golpeaba el pecho con violencia, como si quisiera escapar de su cuerpo. El miedo lo asfixiaba. Era como estar atrapado en una pesadilla, una de esas de las que suplicas despertar, pero esta vez no había escapatoria.

El hedor metálico de la sangre invadía sus fosas nasales, volviéndose más penetrante a cada paso que daba. De repente, se detuvo, congelado en su lugar. Algo no estaba bien. Algo era terriblemente incorrecto. Y entonces lo vio. El mundo se desmoronó ante sus ojos. El tiempo pareció detenerse. Sus piernas comenzaron a fallarle, la fuerza lo abandonaba. Todo su ser se derrumbaba con el peso de la realidad que se desplegaba frente a él. Lágrimas comenzaron a formarse, desgarradoras, quemándole los ojos mientras su mirada se clavaba en el horror que yacía sobre el frío suelo de madera.

Allí estaban. Su madre. Sus hermanos. Inertes.

—¡Mamá! — El grito salió de su garganta como un sollozo roto, una súplica desesperada que reverberó en la habitación vacía. Cayó de rodillas, el suelo le recibió con un golpe sordo, pero él apenas lo notó. Sus manos temblaban mientras intentaba aferrarse a algo, a cualquier cosa que pudiera explicarle lo que estaba ocurriendo. —¿Cómo...? ¡¿Qué pasó?! —Su voz se quebraba mientras aspiraba aire con dificultad, cada respiración más tortuosa que la anterior. Sus ojos, llenos de pánico, vagaban por la escena, buscando respuestas imposibles en un caos que no podía procesar. Pero el dolor lo abrumaba, lo consumía.

AB Negativo » Lee Know Donde viven las historias. Descúbrelo ahora