Recuerdos de alguien que ya no existe

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Si os gusta el rap podéis escuchar esta canción: Nach — Esclavos del destino. Espero que os guste la historia <3.

Los casi ochenta años de la anciana tan solo le permitían andar de forma lenta y vacilante. La señora seguía andando con la cabeza alta, todo lo que le permitía su estado físico actual.

Y aunque a cualquier observador externo le sorprendería este hecho, sabiendo la miserable vida que llevaba la mujer, lo cierto es que seguía guardando un resquicio de dignidad.

Sólo dignidad, no se podría describir como esperanza. ¿Cómo tener esperanza cuando no vivía, sino que solo sobrevivía?

Se encontraba en una parte de la ciudad en la que no había una vigilancia excesiva, en cambio en el centro había una pequeña cámara en cada esquina. Las autoridades aseguraban que servían para frenar la delincuencia, sin embargo, la mujer sabía que eran para vigilar a quien estuviese fuera de su sistema.

Justo como ella.

La vieja mujer tenía nombre, pero al resto del mundo no le importaba. Sencillamente no existía. Aunque ella tampoco quería que fuesen conscientes de su existencia.

Hacía años que sentía que no pertenecía a aquel lugar y a sus atrocidades. Tan solo se refugiaba en sus recuerdos de un mundo que ya no existía.

Le rugió el estómago, realmente tenía hambre. Hacía años rebuscaba en la basura, entre lo que tiraban los ciudadanos. Ya ni siquiera podía hacer eso. Habían automatizado el sistema de recogida de basura, siendo transportada a través de unos conductos subterráneos.

Pensó en el paralelismo que había entre el hecho de que se deshicieran cuánto antes de los residuos que producían y la relación de este hecho con como era su existencia. Los ricos no querían mirar hacia lo que les desagradaba.

La mujer miró hacia los grandes edificios que se podían ver en la lejanía del centro de la ciudad. Seguramente estaría lleno de personas, yendo de aquí para allá, de un gran edificio hecho de cristales coloridos hacia otro todavía mayor, probablemente de acero, o alguno cuyas paredes no eran más gruesas que una hoja de papel. Y una de las cosas que más le dolían era el hecho de que cada una de esas personas tuviese prisa por hacer algo que no era urgente o realmente ni siquiera quisiesen hacer. Incluso lo que pensaban que era para divertirse, lo hacían solo para escapar de su mediocre vida.

Las personas suficientemente acomodadas ni siquiera trabajaban. Lo que encontraba más indignante era que habían logrado que el resto de la población estuviese de acuerdo con ello. Ella opinaba que las clases bajas eran casi sus esclavos. Por no hablar de la forma en la que estas clases ricas se intentaban evadir, buscando entretenimiento realizando actos abominables.

La anciana volvió a concentrarse en sus problemas más inmediatos, puesto que estas reflexiones ya le habían rondado la cabeza demasiadas veces y sabía que lamentándose no conseguiría realmente nada.

Pensó que tendría que robar en una de las tiendas de alimentos de la parte pobre de la ciudad, que tenían una escasa seguridad. No quería hacerlo, pero no tenía más opción.

Siguió andando hacia delante en la calle, torciendo a la derecha al final de esta, dirección que desembocaba en un callejón.

En el fondo del estrecho lugar que transitaba en ese momento apareció un vehículo con unas letras escritas en él. De su interior se bajaron dos hombres apuntando con un arma a la mujer.

Había tenido mala suerte y la habían encontrado.

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En la pantalla transparente como el cristal aparecieron unas letras: procesamiento neuronal finalizado.

— ¿Qué se supone que hay que hacer ahora?

—¿Por qué tienes que preguntarme eso cada cinco segundos? —dijo molesto el hombre.

—Porque es mi primer día.

El hombre resopló, resignado.

—Primero tienes que pulsar aquí y después en este sitio... —El que tenía más edad tocó la pantalla varias veces.

La máquina que había delante de los dos trabajadores se abrió por la parte superior. Del techo descendieron dos pinzas que se introdujeron en el interior de la máquina, estas sacaron un cerebro que fue transportado hacia el otro extremo de la habitación, gracias a los raíles en el techo a los que estaban conectadas las pinzas.

En la pared se abrió un compartimento en el que fue insertado el cerebro, para después cerrarse.

El novato se acercó a la pantalla para leer el informe que se podía ver en ella.

—Aquí dice que este cerebro le pertenecía a una mujer sin hogar que fue eliminada por la Organización para el Orden Social en...

Fue interrumpido por el otro.

—¿Te crees que me importa lo que ponga? Sigue trabajando y cállate.

—Pero...

El hombre ignoró al joven.

—Después hay que mandar la información a la planta de fabricación, y una vez esté pasada a un chip cerebral se pondrá a la venta.

El chico de menor edad recordó que esos chips eran solo para quién podía pagarlos, podían vivir las experiencias de alguien fallecido como quién leía un libro, aunque por supuesto de una forma tan realista como si fuese su propia vida.

Este hecho no le parecía ni bien ni mal, solo sabía lo que le habían contado cientos de veces: que las personas que no eran productivas y no trabajaban, como los ancianos, no servían para nada y, por tanto, debían ser eliminadas. —Aunque los de clases superiores tampoco aportasen nada, pero de eso él no se daba cuenta—.

Normalmente eran estas personas fuera de la sociedad las que luego servían para hacer los chips cerebrales.

A él no le importaba, porque le habían enseñado desde siempre que su mundo era perfecto.

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