Cαpítulo 4

71 9 0
                                    

Qué gane el más sobrio.

«Envenenarte con licor está será tu condena por ceder ante la gula de embriagarse.»

Broken

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Broken.

   El alcohol; un elixir traído por los dioses para embriagar las pobres mentes humanas, siendo mencionado en cada relato desde la antigüedad en el Egipto o en los versículo de la Biblia, ya sea con la cerveza o con el vino.

   Siempre ha estado presente en los ritos o festejos, saciando cada pequeño deseo con su amargo y picoso sabor que era capaz de calentar el pecho en un solo pequeño sorbo como si se bebiera oro derretido.

   Alcohol.

   Algo que en mi puta vida iba a volver a tomar. No es que quisiera contradecir a millones de personas en el mundo, pero definitivamente era: ¡La peor mierda existente!

   Y allí estaba yo, en medio de una fiesta a la cual ni siquiera sé cómo había sido posible que Dylan me hubiera convencido de ir. Bueno, la fiesta era en mi misma casa, así que era ¿Salir de mi habitación? Anyway, ustedes entienden.

   Al final de todo, había sido abandonado por mi supuesto mejor amigo. Dylan era popular, pero no tanto como lo eran la banda de idiotas, todo empezó desde que ese año que había sido elegido como capitán del equipo de básquet, no era de sorprenderse que ahora la escuela entera supiera su nombre.

   Todo el mundo ama a los deportistas.

   Aunque Dylan había prometido no volverse un arrogante niño engreído popular, por el incumpliendo de su palabra en ese momento, ya me estaba haciéndome la idea que ese iba a ser nuestro último año juntos.

   —¡Hey Broken!

   Reconocí inmediatamente esa maldita voz gruesa desde la distancia, por eso que acelere mi paso antes de ser alcanzado, no obstante, la multitud de personas bailando en el centro de mi sala impedían mi paso, a la vez que recibía uno que otros empujones de hombros por los movimientos alocados que se realizaban al compas de la música.

   No basto mucho tiempo antes de sentir los alargados dedos del rubio idiota sobre mi hombro y dándome la vuelta.

   Maldije en silencio y me enderece, mostrando un semblante autoritario y firme. Lo miraba con notoria molestia con mis cejas que se hallaban fruncidas, a ello acompañado con mis brazos cruzados y mi cabeza levemente inclinada a la derecha.

   —¿Qué?

   Marshall me miró igual de serio por unos segundo, antes de comenzar a reír entre suspiros, mientras intercalaba su mirada en que sabe quién, junto con una sonrisa socarrona y sarcástica que mostraban sus aperlados dientes brillantes.

¡¿Que mierda con el puto amor?!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora