Tal vez nunca debí acercarme a ella, debe haber sido el error más grande de toda mi existencia.
Siempre es lo mismo, y aunque quiera negarme a tenerla cerca, quiera obligarme a alejarme de ella, a fingir que no la conozco ni conocí nunca, aunque qui...
Tal vez nunca debí acercarme a ella, debe haber sido el error más grande de toda mi existencia.
Siempre es lo mismo, y aunque quiera negarme a tenerla cerca, quiera obligarme a alejarme de ella, a fingir que no la conozco ni conocí nunca, aunque quiera obligarme a hacerlo no puedo. Nunca pude.
Aquí, la veo en mis brazos con lágrimas en mis ojos, esta vez fue su turno no el mío, daría lo que fuera para que ella nunca sufriera en estas ocasiones. Pero inconscientemente, sé que luego... el que sufrirá por más tiempo seré yo al no tenerla.
Vivir sin ella es la peor de las torturas.
La veo en mis brazos con un pie en la muerte y otro en la vida e intento que esté cómoda en sus últimos momentos, es lo único que puedo hacer por ella ahora. Y aunque ambos sabemos que está sufriendo, se esfuerza en sonreírme y tranquilizarme.
Siempre ha sido así de esplendida.
—Ya sabemos lo que ocurrirá ahora, Cielo —me dice tosiendo y haciendo muecas por el dolor.
—Lamento tanto que sufras esto —hablo con tono torturado, un nudo en la garganta y el corazón completamente roto.
Acaricio su rostro y memorizo sus facciones para recordarla, aunque sé que jamás sería capaz de olvidarla.
—Estaremos bien, volveré y estaremos juntos —me asegura soltando unas cuantas lágrimas que recorren su rostro hasta caer al suelo.
—Buscaré una solución, te prometo que intentaré darte una mejor vida la próxima —aseguro besando su frente mientras suelto las lágrimas que me he esforzado por contener, siempre es difícil.
—Lo sé. Te amo —dice acariciando mi mejilla y dejando un suave beso en mis labios, una promesa.
Y luego de eso, vuelve a irse. Pero no para siempre.
La miro por unos segundos, a ella y a sus ojos marrones que me atraparon cada vez que los veía durante más tiempo del que puedo contar con mis manos. Pero que ahora, están perdiendo rápidamente ese brillo especial, quedando sin vida, mirando hacia un punto detrás de mi. Sabiendo que se ha ido y no puede oírme, me permito soltar los gritos que vengo reteniendo desde hace minutos.
La sostengo en mis brazos y beso su cabeza despidiéndome y pidiendo perdón una y otra vez mientras cierro sus ojos cristalinos y vacíos.
—Ay querido, deja ya el drama, creí que habíamos superado esta fase hace años, es realmente agotador de tu parte —dice una voz conocida a mis espaldas.
Levanto el rostro de su cuello y endurezco mis facciones, esto tan injusto, siempre lo es.
—¿Por qué? —pregunto por milésima vez, siempre es la misma pregunta y nunca logro hallar la respuesta correcta.
—Eres tan deprimente, no comprendo por qué las lágrimas, volverás a verla en unos cuantos años, descuida.
—En años —específico con la voz llena de odio volteando a verla aun con ella en mis brazos—. En décadas volveré a verla, Zola.
—Aún serás joven, querido—dice con una sonrisa burlona, luego su rostro se oscurece—. Mientras tanto, vive con tu tortura.
Y dicho eso, mueve sus dedos en señal de despedida y desaparece como la ceniza con el viento.
Bajo la vista y vuelvo a verla con todo el amor que le tengo. Siempre ha sido y será hermosa, me agacho para besar una última vez sus labios.
—Te veré, lo juro, y cuando lo haga tendré la forma de que nunca, ninguno de los dos, vuelva a irse sin el otro.
Una suave brisa corre y ella desaparece de mis brazos con el viento, suelto una última lágrima viendo lo que el viento se llevó.
