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Narra Azadiel

— Deseo que tengan lindo viaje — mi suegro se despide con nostalgia — cuídala por favor — implora viéndome.

— Así lo haré Sergio, no hay nada por preocuparse — sonrió antes de subirnos al auto.

— Te llamaré cuando estemos instalados — Ivanna se acerca para abrazar a su padre — lo prometo — besa la mejilla del hombre.

— Suerte — murmura por última vez el anciano.

Ambos asentimos subiendo a la camioneta, todos estaban lo suficiente ebrios para despedirnos de todos. En silencio observamos al hombre mayor parado en la acera con su mirada fija en la camioneta, lo perdemos de vista cuando nos adentramos a la carretera.

— No creo que este muy feliz por el viaje — comento a mi esposa — lo veía un poco nostálgico.

— Papá es así — se recuesta en mi pecho — hay que darle tiempo, no es fácil ver a tu hija casarse — besa mis labios.

— Me volveré loco cuando eso suceda — niego divertido al ver la cara de mi esposa.

— Estoy ansiosa por vivir ese día — besa mis labios — gracias por este día — habla viendo nuestras argollas de matrimonio.

— Te prometí darte la boda de tus sueños — beso su frente — jamás rompo mis promesas — asiente viendo por la ventana.

— Espero conocer todo México — entrelaza nuestros dedos — me encantaría conocer más de ese país.

— Cariño, tendremos mucho tiempo para conocer México y otros países — aseguro dejando pequeñas caricias en su espalda.

Durante el camino lo hacemos con una charla cómoda, el vestido de ceda blanco suelto con tacones bajos la hacen ver cómoda, su cabello suelto sin aquella corona y el maquillaje levemente retirado me hacen admirarla mejor.

Llegamos a la pista, bajamos de la camioneta despidiéndose de manera amable del chófer, observamos el jet de color negro esperándonos para irnos a México.

— ¿Estás listas? — pregunto a mi esposa caminando al jet.

— Siempre estoy lista — afirma con una sonrisa.

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El auto aparca frente a la residencia temporal (imágen en galería), nuestra primera estancia en México será en Cancún, Quintana Roo.

— Es hermosa — habla mi chica viendo la fachada de la casa — me encanta — da pequeños saltos de felicidad.

— Bueno cielo — la abrazo por la espalda rodeando su pequeña cintura — es nuestra casa — beso su mejilla — una de las muchas que adquirí para nuestras futuras vacaciones.

— Cariño, es hermosa — se gira entre mis brazos para rodear mi cuello — me encanta — sin dejar que responda me besa.

— ¿Quieres ver el interior? — pregunto recibiendo un asentamiento de cabeza como respuesta.

La cargo en brazos como lo dicta la tradición, con un poco de complicación abro la puerta principal dejando que mi esposa admire nuestro hogar. Subo las escaleras dejando para luego el tour por la casa, la llevo hasta la habitación dejándola suavemente en el piso.

— Tiene la mejor vista de la playa, juntos podremos admirara cada despertar y puestas de sol — sonríe llevándome a la cama.

— Me encanta esa idea — la observo quitarse los tacones — ahora señor Azadiel, permítame disfrutar de nuestra noche de bodas — comienza a quitar el nudo de mi corbata.

Con impaciencia me quita la ropa hasta dejarme en pantalones, quito el vestido dejando a la vista una sexi lencería blanca.

Aún sin tener las luces encendidas puedo apreciar su cuerpo, me lleva hasta la orilla de la cama sentándose encima de mí con una pierna a cada lado de mi cintura, sus labios dejan besos húmedos en mi cuello hasta llegar un poco más abajo de mi clavícula.

— Déjame saborear tu cuerpo como cada noche — murmuró en una súplica.

— Déjame a mi darte placer está noche — responde la pelinegra antes de atacar mis labios.

Mis manos buscan el broche del sostén soltando ese molesto seguro, de inmediato puedo sentir como la pelinegra tira de la prensa hasta tirarla al piso, sus manos jalan de mi cabello de manera salvaje, nuestras miradas se conectan dejando en claro el amor, sobretodo el deseo.

Chupo su labio inferior antes de bajar hasta su cuello, dejo pequeñas mordidas que llegan hasta sus senos, mis manos estrujan y aprietan esas tetas que tanto me fascinan, llevo a mi boca uno de esos pezones rosados y erectos dándole atención al otro con mi mano, lamo chupo y muerdo ese pico.

— Azadiel — habla entre jadeos arqueando su espalda, su cabeza se echa para atrás dándome más acceso.

No respondo, mis manos viajan a su intimidad acariciando su clítoris hinchado, su humedad me hace saber lo mucho que necesita ser tocada. Dos de mis dedos la penetran escuchando los gemidos de mi mujer, muevo con agilidad mientras mi pulgar acaricia ese botón de placer, mi boca se turna para saborear sus pezones mientras las uñas de mi mujer se clavan en mis brazos.

Los gemidos se hacen cada vez más fuerte, sus caderas se mueven al ritmo de mis dedos y sin pensarlo explota llenando mi mano de néctar que no dudo en llevarme mis dedos a la boca para saborearla.

— Debería hacer la pregunta sobre tus bragas, pero, veo que no es necesario — bromeó dejando su cuerpo jadeante sobre la cama.

— Te recuerdo que las hiciste mierda en el avión — responde aún con la respiración agitada.

— Lo se — desabrochó la correa quitando el botón y bajando el cierre de mis pantalones — valió la pena escuchar tus gemidos luego de protestar por tus bragas — muerde su labio sin falta de responder.

Me quito los pantalones tirando la prenda al piso junto a mi ropa interior, mi erección están ansiosa por ser recibida por la calidez del interior de mi esposa. Me recuesto sobre ella llevando mi miembro a la entrada, de una sola penetración entro en ella escuchando un gemido alto, un gruñido de escapa de mi garganta al sentir sus piernas rodear mi cintura.

Mis manos acarician su cuerpo sin dejar de penetrarla, sus uñas se entierran con profundidad en mis brazos dejando que los gemidos altos inunden la habitación, busco sus labios para saciar esa sed que tengo, por ella, por su cuerpo, por el simple hecho que ella es mía y de nadie más.

Su cuerpo se arquea dejando salir entre suspiros mi nombre, la tomo del cuello para penetrarla más fuerte sintiendo como explota en su orgasmo, el sentir sus fluidos correr por sus muslos me hacen llegar al límite llenandola por completo.

— Eres adictiva cielo — murmuró con la voz agitada antes de salir de ella, dejando caer mi cuerpo sudoroso a su lado.

— También eres mi adicción cariño — responde unos minutos más tarde con la respiración más tranquila.

Ambos nos quedamos viendo complices, la veo montarse encima de mí besándome con Lascivia.

AdictivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora