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Capítulo 4 - La ruina de Elio.

Advertencias: Insultos racistas, homofóbicos y lenguaje soez que pueden incomodar al lector. 

A las diez de la noche, Elio espera recargado en un poste de luz, una ligera llovizna cayendo, mientras se abraza a sí mismo con una sudadera y capucha negra puesta para pasar desapercibido. Desconoce si son los nervios o el frío que hace que su piel se erice, pero no puede evitar pensar que ha sido demasiado imprudente.

Da ligeros brinquitos para poder quitar de su cuerpo el escalofrío que vuelve a erizarlo de pies a cabeza. Hace más de diez minutos que lleva sacando el celular de su bolsillo para revisar la hora y de paso los últimos mensajes que se envió con Adrián, para checar que sí han sido leídos. Admite que está tenso y un poco ansioso, porque es probable que sea una broma para meterlo en problemas. Pero igual, por cómo Adrián se comportó en la tarde, no cree que haya sido plantado.

Escapar de casa fue más difícil de lo que planeó. Estuvo a su favor el hecho de que tanto el secretario Torres como el tío Arian están ocupados en una cena llena de otros políticos importantes y no requerían de su presencia. No se les ocurrió ni por un segundo que Elio podría escapar con la poca seguridad que le pusieron. De todos modos, eran suficientes guardias para presentar un problema, así que no le quedó de otra que causar un apagón que le dio unos minutos para escapar aventándose de su balcón y después escalando una reja —ganando moretones en el proceso— para salir corriendo sin mirar atrás.

No se está arrepintiendo, está muy seguro de ello al no sentir culpa en absoluto. Aun así, no puede evitar pensar que es triste saber que es la primera vez que hace algo "rebelde" en plena adolescencia. Tiene diecisiete años, y nunca había se había escapado a una fiesta. No había vivido como adolescente, y no planeaba hacerlo después de todo lo que pasó.

Se siente más inmaduro de lo normal.

Elio escucha el sonido del claxon salir de un cacharro gris de algún modelo de auto que desconoce.

Adrián baja la ventanilla manualmente del lado del asiento de copiloto.

—¡Reyes! ¡Sube antes de que caiga el aguacero! —Saluda el presidente estudiantil con una sonrisa gigantesca y terriblemente nerviosa.

Él le hace caso y sube al vehículo, y sin saludarlo, cuestiona:

—¿Tienes vodka?

Adrián Flores se carcajea inesperadamente ante ello, negando con la cabeza, incrédulo.

—Hola a ti también, Reyes.

~*~

Elio Reyes cree que está ebrio. Bueno, claramente lo está porque se está mareando un poco antes de si quiera dar un paso fuera del auto. Sabe que está siendo más imprudente de lo usual, pero sabía que Adrián tendría la solución a sus problemas y preocupaciones: alcohol en la guantera. Como buen chico popular y con vida social fuera de las cuatro paredes de su cuarto, Adrián sabe cómo aguantar más de dos tragos de la botella de vodka. Cosa que Elio no.

—Reyes, ¿habías tomado antes? —Adrián se le ocurre preguntar después de que Elio se empinó la botella como si su vida dependiera de ello.

¿Cuenta un sorbo de cerveza que probé por accidente a los nueve años?, quiso decir Elio, pero mejor se lo guardó.

Así que negó.

Adrián se estaciona a dos casas de la que está abarrotada de adolescentes con música a todo volumen, filas de coches ocupan estacionamientos de otros hogares y pareciera que los vecinos han sido avisados de antemano, porque ninguno está de fisgón ni mandando a la patrulla.

Reyes de Oro y Plata | Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora