IX

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Pasaron las horas. Despuntó la mañana. Aquel tiempo mucho lamentó no haber salido tras ella o incluso no tener un teléfono celular con el cual intentar llamarla. Evidentemente el seguir esperando en silencio de nada servía por lo que abordó su coche y se fue. Bien se acordaba de la vecina de los De la Mora y también pensaba que podría, en cualquier momento, salir su mamá y correrlo, o cualquiera o la policía... Ojalá fuera Paulina la que saliera, aunque sea a gritarle, a correrlo, lo que sea. Necesitaba verla.

Fue un beso, bueno dos... que ameritaban algo que decir. Estaba confundido.
Las últimas horas se le habían venido encima como una gran ola: su sonrisa, su piel al sol, los dos bailando, el brillo de sus ojos y sus labios. No entendía del todo. Se habían besado al final.
Había quizás sentido, en alguna oportunidad, curiosidad por conocer el sabor de su boca, viéndola tomar café, comer un helado, divagando en las conversaciones que tenian. Como que se había sentido, alguna vez, arrullado por el canto de una sirena... de esta sirena de grandes ojos, piel clara y cabello oscuro. Pero lo de hoy había sido otro nivel. Sintió la fuerza del beso de Paulina, sintió sus propias ganas de seguir besandola.
Delineó el calor de su boca contra la suya tocando sus labios, como sin creerlo, solo, sentado en el cofre del auto, todavía en el jardín frontal de esa casa en las Lomas.
Y la vio llorar, vio angustia en los ojos que tenía tan cerca y ella se fue (¡)corriendo(!) Necesitaba saber si había sido un error, o la había lastimado de alguna forma. El no tenía intensión de tal cosa. Le quería.
Quizás no le había gustado. Pero a él si, no podía negarlo. Pero si no le gustó el primero, porque se lanzó a besarlo otra vez?
Quería saber muchas cosas y había otras tantas que no quería responderse a sí mismo. En apenas unos cuantos días, además, estaría rumbo a España y eso lo complicaba todo aún más.
Quizás si había sido un error. Como viene a pasar esto justo ahora?! Se iría muy triste si a causa de esto Paulina ya no quería despedirse de él o peor aun... y si ya no quería saber de él?

Al entrar en su departamento fue a ducharse para relajarse. Vio que se había dejado la crema que le había prestado. Vio el pote de shampoo. Aspirar de nuevo esos aromas, mucho no lo ayudaron. Sacó luego de su nevera una cerveza, deseando tener algo más fuerte que beber. Dio mil vueltas en la estancia como león enjaulado, fumando. Cercado entre el teléfono y la foto de ella. Cercado por todo lo que rondaba en su cabeza.
Se tiró por fin al sofá y justo cuando comenzaba a sentirse completamente miserable, se quedó dormido.

Esa semana comenzó a recoger sus cosas, a recoger el departamento. Yendo al campus por este y aquel papel. Cambio tres veces el billete de avión. Un día, dos, unas horas más...
Sabia que no quería volver a su rutina madrileña. Extrañaba a su familia, con todo y todo... pero a veces pensaba que con ir a saludar ya se estaría en paz...
No estaba pasando gratas horas. Por lo que en cada noche de casi dos semanas, acababa en el sofá, algo borracho si podía.

Llamó tres veces a la mansión. Paulina nunca estaba, o estaba ocupada. Pero incluso cuando le pidió a un par de amigos que le llamaran, tampoco funcionaba. Llamó otras tres a la florería. Dos de las cuales respondió Virginia, las palabras no salían de su boca y colgaba. Cuatro más a su celular. Para la quinta lo había apagado.
Quince pareció ser el número de la suerte. Más o menos.

D: joven, yo se quien es usted. Chema le dicen, verdad? Vea, la niña Paulina no es que nunca esté. Bueno, no siempre. La verdad es que no quiere hablar con nadie. No ha respondido las llamadas de nadie.
J: pero qué le pasa? Ella está bien?
D: pues qué le pasa... yo creo que usted ha de saber mejor, yo sé que no le hizo nada, usted me parece buen muchacho. Ella siempre ha hablado de Chema con cariño. Pero está triste ahora. Apenas si come... desde la otra noche que usted la trajo.. porque usted la trajo cierto?
J: Si. Gracias Delia. Pues quizás si sea yo el culpable, pero en tanto no hable con ella ni yo mismo lo sé. Mire dígale que yo también estoy mal, si?
D: discutieron!
J: no no, todo lo contrario (no pudo reprimir una sonrisa) o ya no sé. (Ahora suspirba) Delia, me voy en tres días y quiero verla, hablar con ella. La extraño mucho. No quisiera irme sin decirle adiós. Dígale que lo siento si hice algo mal. Que no tiene que hablarme si no quiere, pero tiene que escucharme... Por favor...

Finalmente esa tarde, después de escucharse a sí mismo hablar con Delia, después de tantos días con todo aquello atorado entre pecho y espalda, no trató de contenerlo más. Lloró. Y al caer la noche fueron las lágrimas las que le indujeron el sueño.

Joaquín y ChavelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora