-Capítulo VIII-

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-¡Esto es delicioso!- Casi grita Haru saboreando el primer bocado.

El festín constaba de un filete de carne de wagyu acompañado de ensalada de hongos matsutake, apio, raíz de flor de loto, semillas de amaranto y brotes de soja. Se veía simple a la vista aparte de refinado y bien decorado, pero su sabor único y abundancia precisa hizo que cualquier tipo de divagación que pudiera pasar por su mente sea ignorada. El brillo en sus ojos claros como el sol al comer hizo pensar a Kambe que era la primera vez que deleitaba su paladar con productos regionales tan peculiares.

-Lo está.-

-Y el vino debe valer más que mi departamento.- Opinó limpiándose con una servilleta de tela antes de beberlo. -Debe ser extraño venir con recurrencia a lugares como este.-

-Cuando lo haces desde que naciste, te acostumbras.-

-Creo que yo no podría acostumbrarme...- Se detuvo con la copa en los labios. Recordó de golpe cuando le dijo en la cara y con marcado desprecio que nunca se acostumbraría a él. Frunció el ceño y Kambe lo miró extrañado por no acabar la frase, pero en sus miradas parecieron comprender que habían recordado lo mismo. -Lo siento.-

-¿Por qué?-

-Aquel día... no quise decir eso. ¿Sabes? Estaba muy triste y cuando estoy triste o enojado digo cosas que pueden no ser las mejores, pero me sale decirlas en el momento.- Explicó. -Quizás no esté de acuerdo con tus modos de hacer las cosas, pero me acostumbré a ti en muchas formas y... me gustaría acostumbrarme más.-

Cantó el vino bajando por la garganta de Daisuke y dijo luego de un grácil suspiro:

-Me tranquiliza que lo digas, porque no tengo pensado irme de tu vida.-

Un cosquilleo acarició el pecho del detective.

-Entraste sin permiso e hiciste un caos. Me sorprendería que te fueras tan fácil.-

El millonario se reservó decir que Haru le trajo orden y estabilidad tanto emocional como material. Era propio de él razonar mucho y hablar poco. Estaba en su carácter y tanto su trabajo como su historia de vida cultivaron aún más dichos rasgos, lo que daba a su presencia una autoridad que no pasaba desapercibida. Se guardaba cosas para sí, tanto buenas como malas. En cambio, para Haru, guardarse cosas equivalía a firmar un papel que garantizaba que estaba de acuerdo con que le ardiera la garganta.

En esta variación de maneras de proceder encontraban equilibrio y se obligaban a salir de su zona de confort, a lo que Kambe jamás habría accedido de no ser por su amante. Podía desechar a cualquier otra persona fuera de su ámbito familiar que le cause la más ligera molestia, pero interiormente sabía que la ausencia de Haru significaría, a corto o a largo plazo, infectarse con un vacío en el corazón imposible de colmar. Estaba familiarizado con la pérdida. La simple idea le traía recuerdos de su madre y no accedería a pasar por eso de nuevo. En cambio, prefería aferrarse al presente y a la velada maravillosa que estaban pasando, en el brillo sin igual de la luna que a veces asomaba entre las nubes, en la tersura de la delicada piel apenas bronceada del cuello de su pareja y en la enorme variedad de insectos invisibles combinando su canto. Era la noche del Día de los Enamorados y Haru estaba con él, con nadie más que con él.

En los segundos que Daisuke pensó aquello, Kato se concentró en lo hermoso que se veía el niño rico alumbrado con la vela y el destello lunar, sus ojos flameantes como una marea agitada, y el lustroso cabello color petróleo estirado hacia atrás. Su voz era la cereza del postre; una voz capaz de destruir cualquier intento de protección a su integridad mental. Si le ordenaba ponerse de rodillas, seguramente lo habría hecho sin vacilar, pero sabía que Kambe no haría tal cosa. Era demasiado educado, al menos en ese sentido. El silencio entre ambos tampoco era incómodo sino como una cortina que los resguardaba del viento de la charla vacía, y se habían amigado con ella durante largas noches de vigilia. Mientras más en profundidad se conocían, más se aceptaban.

Gorgeous - DaiharuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora