Capítulo 10: Los Payasos

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—Maté a mucha gente...

...

Velasco se sentó a hablar un momento con Mercurio. No escuché exactamente qué le preguntó, pero "Marcos" se mostró sorprendentemente cooperativo al final. La charla comenzó violenta, pero luego se fue calmando, hasta lo que pareció ser un acuerdo. Ambas partes perjudicadas, pero obligadas por la fatiga a conformarse.

Yo estaba un poco en el aire. No había tenido tiempo para analizar lo que había pasado. No me sentía yo.

Apenas se hicieron presentes las sirenas de los bomberos, el Cuervo y yo abandonamos el lugar. Acabamos en un bar retirado, a donde nadie le interesarían nuestras conversaciones. No era el plan llamar la atención de oídos distraídos.

Esa noche descubrí lo mucho que Velasco prefería el vino a cualquier otra bebida. No pude evitar notar como limpiaba con una servilleta el borde de su copa cada vez que daba un sorbo. Realmente no quería arriesgarse.

—... Maté a mucha gente, y... No siento nada —resolví, entre risas embriagadas.

—Los hombres que asesinaste no eran más que fantasmas sin rostro, ejecutando voluntades ajenas. No podías verles la cara. No pudiste después del hecho apreciar lo que quedó de sus cuerpos. No me extraña que no te haya afectado —aseguró, jugueteando con su copa—. Además, se te entrenó para enfrentar situaciones violentas.

—Pero los maté igual. Soy una asesina...

—Siendo un policía te las ves con esa posibilidad de todas maneras. No tenías opción. Iban a abrir fuego. Eran ellos o vos.

—Supongo.

—A lo mejor no pasaste el examen de esos payasos uniformados, pero me pregunto cuántos de tus colegas podrían haber disparado un Barrett con precisión estando de pie y en una situación de estrés.

—Te jugaste la vida dejando esa labor en mis manos.

—No me jugué nada, Andrea. Vos sabés como soy. Yo no tenía una corazonada, yo sabía que podías acertar el disparo. Sos astuta y tenés talento, solo te hace falta un tutor que lo sepa transformar en habilidad.

—Si, bueno, necesito que me expliques muchísimas cosas, porque no entiendo absolutamente nada. Primero que nada, ¿Qué hacía un fusil de metro y medio metido en la heladera del café?

Velasco rió.

—Si, eso debí de habértelo explicado hace tiempo. La gasolinera era mía. Yo la compré. La elegí precisamente por su potencial... volátil. En caso de vernos en una situación complicada, podríamos simplemente reventarlo todo. El problema es que nos metimos en una situación complicada antes de lo pensado. Imaginé que Mercurio podría no presentarse a nuestra reunión, pero no pensé que iba a intentar entregarme.

—¿Todo este tiempo la gasolinera y el café eran tuyos?

—El Barret lo conseguí por partes fuera del país, al igual que la munición. Necesitaba que el establecimiento fuera mío para poderlo esconder con seguridad. Lo escondí después de esa noche en la que casi te mato. Cerré el lugar para que nadie jodiera.

—Creo que eso es sobrecompensar. Tenés demasiados recursos. Ni siquiera quiero saber de dónde salió el dinero para toda esta mierda. ¿Quién es ese Mercurio, y para qué se reunieron?

El Cuervo se acabó la bebida en su copa, y nuevamente, la limpió, mientras analizaba con cuidado la respuesta que me iba a propiciar.

—Mercurio fue uno de los integrantes de la División Zafiro. El estratega. Hace unos meses lo visité en su casa en Córdoba, y lo invité a acompañarnos esta noche.

La División ZafiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora