Capítulo 4: Seis Truenos

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A la mañana siguiente, desperté como si todo hubiera sido una pesadilla.

Según lo que recordaba me había quedado dormida en el piso del baño tras vomitar un par de veces, abrazando al bolso que tenía tres revólveres adentro.

Al despertar, me vi entre las sábanas de mi cama. Me dolía mucho la cabeza, y estaba deshidratada. Pero a los pocos segundos, cuando mi mente acabó de acostumbrarse a la lucidez, me puse de pie al instante. No ayudó con la jaqueca.

El horror comenzó a consumirme con fiereza y rapidez. ¿De verdad le había dicho todo eso a Velasco?

A lo mejor no era tan malo... A lo mejor él podría entender. Se había mostrado empático en nuestra ultima reunión, seguro si se lo explicaba no iba a llegar a más...

Pero tenía que dejarle el bolso en el café, sí o sí.

Y ahí estaba el verdadero problema. A menos que me hubiera despertado más tarde y me hubiera acostado en la cama por cuenta propia... Mi hermana estaba involucrada.

De una manera u otra habría movido el bolso... Y se habría dado cuenta de lo mucho que pesaba. Con un poco de suerte lo habría ignorado, pero era improbable.

Miré la hora en el reloj que teníamos en la pared; eran las seis de la tarde. Me había despertado a las seis de la tarde. Tenía mucho menos tiempo del que pensaba.

Lo primero que hice fue tomar agua. Mucha agua. Mi hermana no parecía estar en casa.

Quise actuar, pero realmente no me daba el cuerpo. Estuve tirada en un rincón, planteando varios escenarios posibles en mi cabeza. Y tras lo que tal vez fue media hora, el teléfono sonó.

No quise atender, por miedo a que fuera cierto pájaro. De ser él, prefería que dejara el mensaje en la máquina contestadora. Así tendría que recurrir a los mensajes en clave, como si estuviera hablando a un número equivocado.

Luce mucho menos culpable, en caso de que alguien esté escuchando.

"Hola María. Necesito que me traigas el regalo a donde ya sabés, a las tres de la mañana. Es indispensable que lo hagas. Tenemos cosas urgentes que hablar".

Su tono era frío. Helado. Extraterrestre. Me recordó aquella vez en el café, cuando me susurró ciertas instrucciones al oído... Pero incluso entonces mostró algo de picardía.

Me las había arreglado para molestar a la última persona que tenés que molestar. ¿A las tres de la mañana, en una gasolinería de mierda por donde no pasa nadie?

Se me achicó el espíritu de la sola idea cruzando mi mente. Ese contexto olía a escena del crimen.

Obviamente "el regalo" era el bolso de las armas. El problema, es que ni yo sabía donde estaba. Y tras escuchar el mensaje de Velasco, mi cuerpo se llenó de energía casi por arte de magia. Supongo que no morir era incentivo suficiente para levantarme del suelo y buscar la cartera de mierda.

Me fijé primero en el baño, con esperanzas de que siguiera ahí y que mi hermana no le hubiera dado mayor importancia al peso de la bolsa.

Sorprendentemente, ahí estaba. Claro que no tenía sentido dejar semejante accesorio en el piso de un baño, pero en el momento no me iba a cuestionar eso. Ya tenía suficiente con deberle tres armas a un asesino, el cual probablemente sospechaba fuertemente de haber sido delatado por mí.

Lo primero que hice fue abrir el bolso y asegurarme de que las armas y la munición estuviesen ahí. Lo estaban. Otro suspiro de alivio.

¿Y ahora qué? ¿Esperar a las tres de la mañana e ir a cavar mi propia tumba? No, eso sería ridículo.

La División ZafiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora