Capítulo 9: San Judas

17 4 0
                                    


Veinticinco de octubre de 1991 (Actualidad); Buenos Aires, Argentina.

...

—¿Cómo es que terminaste metido en todo esto? —le pregunté al Cuervo.

Una vez llegamos al café de la gasolinería, Velasco me sirvió una taza de chocolate caliente y me prestó su saco. Me acurruqué en una de las sillas del lugar. Hacía mucho frío, y yo estaba empapada.

Y pese a probablemente ser un error, me dejé ser vulnerable. Me tomé el chocolate que me sirvió y acepté su saco. Hacía poco había descubierto que incluso mi hermana podía mentirme y... no estaba realmente enojada con ella, estaba frustrada conmigo misma.

Me sentía asquerosamente impotente. Y no quería ver a mi hermana. Y el que se mostró empático, de todas las personas, era el Cuervo. Que locura.

—¿A qué te referís?

—Ya sabés. Ser "El Asesino".

...

—Principalmente fue culpa de mi viejo. Nunca me llevó a ninguna escuela, y lo único que me enseñó fue a cómo fumar, y cómo manejar una pistola semiautomática. Con esas herramientas, solo me querían en círculos turbios. Al principio asaltaba gente afuera de mi barrio junto a unos amigos. Creo que tenía alrededor de quince al momento. Y bueno, una cosa llevó a la otra.

—¿Y tu mamá? ¿No quiso intervenir?

—No tuve. Falleció en el parto. Eso fue lo que causó que mi viejo estuviera tan para atrás, creo yo. El tipo trabajó varios años en una fábrica de repuestos para vehículos, hasta que en un accidente se le rompió una pierna y la cadera. Cuando eso pasó yo tenía como once. Nunca recuperó la capacidad de andar con normalidad, y la fábrica lo echó para evitarse problemas. Obviamente el infeliz no encontró trabajo en ningún otro lugar, así que yo le tenía que conseguir cada semana la plata para el hachís. Y si no reunía suficiente, me comía una paliza.

—Perdón por preguntar, no debe ser una memoria muy agradable... —me aferré a mi chocolate.

—Es saludable discutir estos temas. Además, ya pasó hace muchísimo tiempo —me aseguró.

Me costaba pensar en Velasco como un ser humano normal, sobre todo después de la noche de los seis truenos, pero tras conocer más de su pasado, no podía evitar empatizar con él.

—¿Y por qué de repente sos tan amable y abierto? Antes fuiste mucho más reservado y... Psicópata. Sin ánimos de ofender.

—Tu hermana te mintió, te acaban de pisotear. Vos te has portado bien. ¿Por qué no sería amable? Ya nos conocemos lo suficiente, creo yo.

—Perdón, Velasco, pero yo no te conozco. Cada vez que te veo, sos alguien diferente. Y tras experimentar de primera mano lo que sos capaz de hacer, no me veo en posición de confiar mucho en vos. Me das miedo. Me das muchísimo miedo.

—Claro que te doy miedo. Es... la idea. De lo contrario, no me harías caso. Y yo sé que es una mierda. No me gusta involucrarte en todo esto, no me gusta amenazar, no me gusta aparecer de la nada y destruir toda tu vida. Pero mientras cooperes, nada me impide ser menos hijo de puta.

...

—Velasco, ¿Para qué me necesitás? ¿Qué papel desempeño yo en tu plan? ¿Cuál es el propósito de todo esto?

...

—Todavía no puedo contarte. Lo lamento.

...

La División ZafiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora