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La vida es como un suspiro, en cualquier momento se nos puede escapar


—¡Es hora del pastel! —ya habíamos terminado de comer, mi papá le hizo una señal a un mesero y el chico con uniforme entró a la cocina para después volver a salir, pero esta vez otro grupo de meseros lo acompañaban mientras cantaban las mañanitas  y cargaban el pastel.
Ese pastel que se veía muy simple al sólo tener chocolate encima con unas letras blancas que decía "Felicidades Catalina".

—Oh, vaya ¿qué pasó con las caricaturas? —cuestionó el señor papá de Caleb en cuanto vio el panqué.

—Sí, ¿en donde quedó la imagen? —lo siguió su esposa.

—Cat no quiso esta vez. —mamá, quien estaba a mi lado, acarició un poco mi brazo.

—Creí que ya era momento de dejarlo atrás, no sentí la misma emoción al pensar en ello.

Todos en la mesa, incluidos mis hermanitos, me vieron con cierta pena, tal vez intentaron disimular, pero yo lo notaba.

Los pedazos de pastel fueron cortados y repartidos, y al igual que la comida, lo comí completo. Mi madre no comentó nada, pero podía ver lo feliz que estaba por haber terminado todo lo que estaba en mi plato.

Cuando por fin todos terminaron su rebanada de pastel, empezaron a hablar entre ellos, yo sólo me disponía a mirarlos, me sentía como la extra de alguna película.
Después de un rato de contemplarlos, me levanté de la mesa y fuí hasta el balcón que se encontraba en el segundo piso.

Podía ver a todos los que caminaban en la calle de enfrente desde el gran ventanal. Caminaban sin preocupaciones, disfrutaban del clima perfecto que había, parecía que en cualquier momento empezaría a llover.
Comencé a preocuparme por Caleb, no lo había visto desde que se fue gracias a la pelea, ni siquiera vino a verme para cortar el pastel. Desde que tengo memoria, él siempre estuvo para mí, y ahora me volvió a dejar, por mi culpa, debí escucharlo.
Supongo que sí he estado muy mal con la comida, solo se preocupaba por mí.

Y ahora no sé cómo hacer que vuelva, no es como que tenga un teléfono fantasmal al que le pueda llamar para localizarlo.

—¿Hasta cuándo vas a seguir ignorandome? —de pronto lo escuché, se escuchaba molesto, pero no podía verlo por ningún lado.

—¿Caleb? —lo busqué con la mirada por todo el lugar, pero no lo ví, ni siquiera un rastro de que estuviera ahí.
Pensé que, probablemente, podría estarme volviendo loca.

La lluvia comenzó a caer del cielo y las gotas empezaban a formar charcos en el pavimento, las personas empezaban a correr para resguardarse.
Eso me llevó a aquel día, ese día hace tres años en el que me escapé con Caleb para ir a la feria, llegamos tarde y tuvimos que saltar la cerca para, por lo menos, entrar a ver la decoración de casa de los sustos; la lluvia estaba a punto de volverse tormenta para cuando salíamos del lugar, nos dió un resfriado tratando de conseguir un autobús de regreso.

El otro lado de la sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora