I: Un pequeño castaño

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Desde las imponentes alturas del árbol, aquel pequeño podía verlo todo.

La adormilada aldea de Gangbuk se extendía allá abajo, en el lecho del valle, y desde lo alto parecía una tierra lejana y extraña. Un lugar del que nadie conociese, un lugar donde el temor no merodease como un padre angustiado.

Estar allí, tan cerca del cielo, hacía sentir a Jeonghan como si fuese  otra persona. Podía ser un animal: un halcón arrogante y aislando en la frialdad de la supervivencia.

A sus siete años de edad, era un poco consiente de ser algo distinto al resto de aldeanos, y no podía evitar guardar las distancias con ellos. Su hermano Jisoo, mayor que él por un año, era la única persona a la que Jeonghan se sentía unido.

Jeonghan miró más allá de sus pies descalzos, los cuales se balanceaban en el aire y se preguntó porqué había subido hasta allí. Por supuesto que no se lo habían permitido, pero esa no era la cuestión. Tampoco se trataba de la dificultad del ascenso, aquel reto ya había perdido toda emoción hace un año atrás, cuando por primera vez alcanzó la rama más alta de aquel pino.

Arriba, en el árbol, el aire golpeaba su rostro y él se sentía invencible. Jamás le preocupó caer.

—¡Jeonghan!

Una voz femenina resonó y ascendió a través de las hojas. Por el tono de voz de su madre, Jeonghan supo que era hora de irse.

Juntó sus rodillas y en cuclillas inició el descenso. Si miraba hacia abajo, lograba ver la pronunciada pendiente del tejado de la abuela, construida allí mismo, entre las ramas y cubierta por hojas de pino.

Se aproximaba el invierno y las hojas habían comenzado a aflojarse, se soltaban de su brazo otoñal. Algunas se estremecieron y cayeron al vacío en el descenso de Jeonghan por el árbol.

Había pasado toda la tarde allí trepado, escuchando el murmullo de las voces femeninas bajo él. Parecían más cautelosas que de costumbre, como si hoy ocultasen un secreto.

Jeonghan saltó desde la rama más baja y aterrizó sobre el porche con un sólido golpe, entonces vio a su abuela salir de allí.

La abuela era la mujer más maravillosa que Jeonghan conocía, vestía largos Hanboks con diversas capas que se mecían al andar. Sus tobillos eran delicados como los de una bailarina de porcelana, algo que ante los ojos de Jeonghan resultaba tanto hermoso como aterrador, porque daban la intención de estar a punto de quebrarse.

—¡Vamos, niños! —voceaba su madre desde el interior de la casa, con un revoloteo de ansiedad —¡Esta noche tenemos que volver temprano!

Jeonghan no era como su hermano, no se azoraba con facilidad ni tenía las mejillas rosas y redondas. Las suyas eran lizas y con una blanca palidez.

No pensaba de sí mismo que fuese guapo, sin embargo, nadie podía olvidar al niño castaño, blanquecino y de inquietantes ojos avellana que se iluminaban como si los cargarse un rayo.

Jeonghan bajó del porche con cuidado de que no fuesen a verle. Vio a través de la puerta abierta cómo su madre cubría a Jisoo con un suéter de lana que la abuela había tejido.

Jeonghan pensó que ojalá pudiese ser como Jisoo.

Las manos de Jisoo eran suaves y redondeadas, casi esponjosas, mientras que sus propias manos eran nudosas y finas, enfurecidas con callosidades.

Todo su cuerpo estaba repleto de ángulos. Así, en las profundidades de su ser, albergaba la sensación de que eso le convertía en atípico, alguien a quien nadie querría tocar.

Su hermano mayor era mejor que él, de eso estaba seguro. Jisoo era más agradable, generoso y más paciente. Él nunca había trepado más arriba del tejado de la abuela; era inapropiado para la gente sensata.

—Niños, está noche hay luna llena —la voz de su madre iba ahora dirigida a él —Y nos toca a nosotros —añadió con tristeza y un tono de voz que se desvanecía.

Jeonghan no sabía cómo interpretar que les tocase a ellos, pero esperaba que se tratase de una sorpresa, quizá un regalo.

Bajó la mirada al suelo y vio en la tierra unas marcas que formaban la silueta de una flecha.

Seungcheol —pensó.

Se le dilataron las pupilas y se puso en cuclillas para examinar las marcas.

No, no es Seungcheol —pensó al ver que no eran más que unos arañazos aleatorios en el suelo —Aunque...

Las marcas se alejaban de él en dirección al bosque.

De forma instintiva e ignorando lo que verdaderamente debería hacer, Jeonghan las siguió.

No conducían a ninguna parte, las marcas desaparecían apenas a una docena de pasos. Molesto con sí mismo por ser un iluso, se alegró de que nadie le hubiese visto ir tras un rastro inexistente camino a la nada.

Antes de marcharse, Seungcheol solía dejarle mensajes con flechas que dibujaba en la tierra con alguna ramita. Las flechas conducían a él, a menudo escondido en las profundidades del bosque.

Seungcheol se había ido hace meses. Habían sido inseparables, y Jeonghan no era capaz de aceptar el hecho de que su amigo no volviera.

Seungcheol no era como los otros niños que hacían bromas y se peleaban entre sí, él entendía los impulsos de Jeonghan. Entendía la aventura, el no seguir las normas. Él no le juzgó jamás.

—¡Jeonghan! —lo llamaba ahora la voz de la abuela. El nombrado dio la espalda a las piezas de aquel puzzle con el que no obtuvo premio alguno, y se apresuró a regresar.

—Aquí estoy, abuela —contestó con calma, sintiendo cómo su abuela lo envolvía entre brazos.

Ambos caminaron juntos hasta la carroza de cuatro ruedas que esperaba por Jeonghan.

—Sean fuertes esta noche —susurró la anciana.

En el estrecho abrazo que aquella le brindó, Jeonghan guardó silencio incapaz de poder poner voz a su confusión.

Para él, cada persona y lugar tenían su propio aroma. Decidió que su abuela olía como una mezcla de hojas machacadas con algo más fuerte, algo más profundo que no era capaz de descifrar.

Tan pronto como la abuela liberó a Jeonghan de sus brazos, este subió a la carroza movida por dos musculosos caballos de tiro. Su padre también estaba allí y hedía a sudor y cerveza.

Jeonghan se mantuvo alejado de él.

—¡Te quiero, abuela! —exclamó Jisoo, viendo por la pequeña ventana.

Con un restrallido de las riendas, la lenta y pesada carroza se puso en marcha.

狼 red cape boy › jeongcheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora