XI: Cacería

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Seungcheol caminaba por la silenciosa aldea, acallada por la nieve y el luto suspendido en el aire que respiraba.

Entró por la puerta trasera de la taberna. Al escabullirse hasta una de las esquinas, Seungcheol escuchó al padre Lee decir:

—He solicitado ayuda...

El padre local era alto y angustiado. Llevaba una cadena con agua bendita colgando de su cuello.

—La de alguien más próximo a Dios... —prosiguió el hombre consagrado —El padre Jaeheon.

La taberna se quedó en silencio.

El padre Jaeheon era legendario: un pastor y renombrado cazador de filántropos, que había destruido bestias a lo largo y ancho del reino. Era un hombre valiente y astuto, que no se detenía ante nada para erradicar el mal.

—¿Quién le ha dado autorización para hacer tal cosa? —el alguacil se plantó frente a él.

—Dios.

—Esto es un asunto del pueblo, nosotros lo mataremos —el alguacil aclaró con firmeza.

Los aldeanos voltearon a ver a Jung Gi, era su hijo a quien el Lobo había matado, así que este asintió para dar su aprobación.

—El padre Jaeheon nos privará de nuestra venganza —dijo el señor Yoon, de acuerdo con el alguacil.

—Mire —el pastor Lee miró suplicante a Jung Gi —Era su hijo, pero...

—Estamos aquí... —el padre de Mingyu tomó la palabra —Para no sólo remendar un error, sino también nuestro pasado y renovar nuestro futuro. Para mostrarle a la bestia que nos negamos a seguir viviendo atemorizados.

—Quizá el padre Lee tenga razón —dijo Mingyu reflexivo, levantándose de su banco —Quizá deberíamos esperar.

—Quizá, hijo mío, deberías hacer acopio de valor —reprochó el señor Kim con sosiego.

Mingyu soltó con fuerza el aire retenido en sus pulmones.

—¿Quieren matar al Lobo? —entrecerró los ojos, hablándole en voz alta al resto de hombres —Muy bien. Entonces cacémoslo.

El alguacil estampó con agresividad su cerveza contra la mesa.

—Hemos permitido que esto continúe demasiado tiempo. ¡Estamos aquí para recobrar nuestra libertad! —gritó para unir a los presentes. Extrajo su daga de de la cintura de sus pantalones y la clavó contra la mesa.

Los hombres alzaron los puños en el aire, en señal de aprobación.

—¡Matemos a ese maldito Lobo! —gritaron.

—¡Esperen! ¡Deberíamos aguardar al padre Jaeheon!

Exclamó el padre Lee, pero nadie le hizo caso. Los hombres se apresuraron a salir de la taberna.

Será mío...

—Yo seré quién lo consiga...

Pensaba cada uno de ellos.

Atraído al exterior por el ruido de los hombres, Jeonghan salió de su casa en busca de Seungcheol. Estaba enfadado porque este no había ido a consolarle, pero no le dejaría marcharse sin despedirse.

Enseguida lo encontró en la multitud: su pelo y vestimenta oscuras destacaban contra el blanco de la nieve. Al ver a Jeonghan, Seungcheol se apartó hasta un cobertizo, donde el castaño le siguió.

—Irás con ellos, ¿no es así? —preguntó Jeonghan y el pelinegro asintió —Ten cuidado. Acabo de perder a mi hermano, no puedo perderte a tí también.

Seungcheol le miró. Se moría por tocarlo, tal vez besarlo... Pero debía ser fuerte y resistirse.

—Lo sé, Jeonghan, pero todo esto es un error.

—¿Qué es un error? —el nombrado encogió los hombros.

—No podemos seguir con esto... Tienes que cumplir casándote con Sowon.

Confundido, Jeonghan negó con la cabeza como si hubiese saboreado algo amargo.

—Pero quiero estar contigo —se sentía ridículo al decirlo, pero lo había dicho de verdad.

—Tu hermano acaba de morir...

—¿Cómo te atreves a utilizar la memoria de mi hermano, tratando de persuadirme para que haga algo que no quiero? —Jeonghan exclamó dolido, retrocediendo ante las palabras del otro.

Seungcheol ni siquiera había ido a presentar sus respetosy ahora estaba intentando esgrimir la muerte de Jisoo.

—Jeonghan, no conviertas esto en algo que no es...

—Es lo que es, nada más.

Con el dolor del enfado en la garganta, Jeonghan apartó al pelinegro de mala manera e irrumpió de vuelta entre la multitud. Se encaminó hacia su casa, sintiéndose mareado y con el cerebro palpitandole como si fuese otro corazón.

—Jeonghan... He estado buscándote.

Alguien se opuso en su camino, era Kim Mingyu.

Jeonghan miró sus ojos marrones de mala gana y notó el contraste entre Seungcheol y él: los ojos de Mingyu era grandes y no ocultaban nada... o quizá es que nada había tras ellos.

—He hecho una cosa para tí —dijo Mingyu, quien podía notar que Jeonghan tenía la cabeza en otra parte, pero aún así siguió —Sé que el momento no es el mejor... Sé por lo que estás pasando, pero por si no vuelvo, me gustaría que tuvieras esto...

Jeonghan estaba decidido a no amar a Mingyu, incluso a que no le agradase. Su encanto y su dulce honestidad ya no podían convencerlo.

Mingyu rebuscó en su bolsillo y extrajo una fina pulsera de cobre. Era simple y elegante, trabajada en minúsculos orificios.

—Mi padre me enseñó a hacerla y a perfeccionarla, para que un día se la diera a la mujer que amo... Pero creo que te amo a tí.

Muy a su pesar, Jeonghan se sintió conmovido. Era algo que recibía entre tanta pérdida.

—Volverás a ser feliz... —le dijo Mingyu mientras abrochaba la pulsera en la delgada muñeca de Jeonghan —Lo prometo.

Jeonghan se sintió consolado de una forma extraña.

El padre de Mingyu se acercó a su hijo, le puso una mano sobre el hombro y le hizo un gesto para unirse al bullicioso grupo de hombres que se reunía para salir de la aldea.

Mingyu le dio una última mirada a Jeonghan y se unió a la multitud. El castaño se quedó junto con los demás aldeanos, sintiendo cómo sus dedos pedían sentir un arma y tal vez matar algo con su ira.

Localizó a su padre, quien caminaba silencioso y corrió hasta él.

—Voy contigo, padre.

—No.

—Era mi hermano...

—No, Jeonghan —Jung Gi se colgó el hacha al hombro —No te voy a poner en peligro.

—Sabes que soy más valiente que la mayoría de ustedes. Puedo...

—Yo me encargo de esto —Jung Gi interrumpió, tomando a su hijo por el brazo —No puedes ir. Eres todo lo que me queda. ¿Comprendes?

En ese momento, Jeonghan miró a su padre y volvió a sentir admiración. Había regresado, con toda su fortaleza, y la sensación fue buena. Se sintió a salvo y asintió.

—Bien.

Jung Gi le soltó el brazo y sonrió tristemente.

—Si no regreso, hijo mío tú serás el heredero de mi hacha —bromeó.

Jeonghan no pudo reírse, sólo le vio desaparecer con el grupo.

狼 red cape boy › jeongcheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora