XXIII: Tregua

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—¿Y cuál fue la naturaleza de la tal conversación? —Jaeheon entrelazó los dedos.

Jeonghan se encontró con que aún le quedaba una chispa de humor, contuvo una tenue sonrisa mordiéndose el labio inferior. Le daría información, pero en el orden que a él le pareciera oportuno.

—El Lobo dijo... que ustedes no saben a lo que se enfrentan.

Jaeheon, que sintió cómo las miradas recaían ahora sobre él, esbozó una sonrisa lenta: era bastante listo como para caer en aquella trampa.

—Estoy seguro de que así fue —dijo con dulzura —¿Qué más dijo?

—Prometió dejar Gangbuk en paz, pero sólo si yo me marchaba con él —pensó el castaño, sólo para darse cuenta que lo había pronunciado en voz alta.

Jeonghan se sintió atravesado por los ojos de Seungcheol, desde el extremo de la taberna.

Un denso silencio se adueñó del ambiente. Jaeheon meditó por un instante, aquello era mejor de lo que esperaba.

Se inclinó hacia Jeonghan y habló:

—El Lobo es alguien de la aldea, alguien que te quiere para sí, Jeonghan —dijo con un tono de voz tétrico —¿Tienes idea de quién es? Yo lo pensaría a conciencia si fuera tú.

Jeonghan guardó silencio. No tenía ningún tipo de certeza al respecto, y no había nada más que pudiese decir.

Miró de nuevo para calibrar la reacción de Seungcheol, pero él ya no se encontraba allí.

—Lo quiere a él, no a ustedes —apeló Jaeheon a los aldeanos, poniendo a prueba una táctica diferente —La paz y la salvación es muy simple: démosle al Lobo lo que desea.

—No podemos entregárselo al Lobo —Mingyu tomó la palabra desde su lugar —Sería un sacrificio humano.

—Todos hemos hecho sacrificios, querido —intervino su propia abuela, la señora Kim.

Mingyu estudió la sala, en busca de apoyo. Desesperado, se dio la media vuelta y miró hacia la esquina donde estaba seguro de haber visto a Seungcheol, pero no había nadie.

Jeonghan se conmovió ante el esfuerzo de Mingyu, aunque ahora, estaba más seguro de que Mingyu intentaba hacer lo debido antes que quedar bien con él.

Al menos había plantado la cara frente a Jaeheon, algo que ni su propia familia había hecho. Sus padres y su abuela estaban sentados, juntos, temerosos de tomar la palabra. 

Su madre aún parecía enferma por el ataque, su padre se sentía atrapado, y la abuela... Jeonghan esperaba que tuviese algún plan.

El padre Jaeheon hizo un gesto a sus soldados, que se dirigieron para desatar a Jeonghan y trasladarlo. El juicio había concluido.

Jung Gi, Han Soo y la abuela del castaño salieron de la taberna para caer de lleno en las repercusiones que había tenido la audiencia, el bullicio de la charla que amainaba ante su presencia, en especial la de la abuela, quien no solía participar en los sucesos de la aldea.

—...su abuela vive totalmente sola, en el bosque oscuro —la abuela se detuvo a escuchar a un grupo de mujeres que chismeaba —La primera victima fue su hermano: ese chico era adorable y perfecto en todo lo que hacía, pudo haber sentido envidia. La segunda: uno de los hombres que fue a la cacería. Y no nos olvidemos de su pobre madre, desfigurada de por vida —afirmaba una mujer de falda hasta las rodillas —Si el chico no es un brujo, ¿ qué explicación le damos entonces?

—No la escuche —aconsejó Jung Gi a su suegra.

—No se equivoca —musitó ella —Jeonghan es el centro de todo esto.

Jung Gi le miró unos segundos y luego se limitó a asentir con la cabeza. Después se marchó con su esposa de regreso a casa.

Nadie habló con Mingyu cuando salió de la taberna para encarar a Seungcheol, quien se encontraba al otro lado de la calle, observando al gentío desde una esquina penumbra.

Seungcheol se tensó y preparó para lo que fuera que viniera.

—Pensé que él te importaba  —la voz de Mingyu sonó más alta de lo que deseó.

Seungcheol se frotó los ojos con la esperanza de que Mingyu desapareciera, pero cuando los abrió nuevamentevio que no lo hizo.

—Y me importa —suspiró con pesadez —Pero yo intento afrontar todo esto con inteligencia.

—¿Acaso vas a rescatarle? —preguntó Mingyu ahora más tranquilo.

Seungcheol no se molestó en responder.

Mingyu evaluó a su rival. Sentía que podía confiar en él, pero pensaba que era mejor no hacerlo. Sin embargo, Jeonghan estaba en peligro. 

—Te ayudaré.

—No te necesito —respondió Seungcheol con frialdad. Su orgullo aún intacto en apariencia.

—¿Ah, sí? ¿Cuál es tu plan entonces? —preguntó Mingyu elevando una ceja.

El pelinegro cambió de pierna el peso de su cuerpo.

—No tienes plan, ¿verdad? —Mingyu se relamió los labios —Mira, la herrería es ahora mi propiedad, poseo herramientas y sé cómo utilizarlas... Me necesitas, admítelo.

Mingyu quería ver ceder a Seungcheol.

Al pelinegro no le gustaba aquello, pero la idea de ver al Lobo llevándose a Jeonghan le gustaba menos.

Sabía que sería más sencillo con la ayuda de Mingyu.

—Bien —Seungcheol se encogió de hombros —Eso sí, como seas el Lobo, te arranco la cabeza y se la echo a los cerdos.

—Yo haré lo mismo contigo —Mingyu sonrió débilmente —Con sumo placer.

—Me parece justo.

Ambos jóvenes intercambiaron miradas inquisitivas, incrédulos ante la tregua a la que habían llegado.


· ·


La piel de Chan estaba blanca como la leche, y su cuerpo frío como un cubo de hielo. Tenía ampollas en la piel de las manos y los pies, su rostro estaba lleno de magulladuras.

—¿Pero qué le han hecho? —una señora que pasaba por el granero se cubrió la boca con las manos.

A los aldeanos no se les había ocurrido la posibilidad de encontrar a Chan sin vida. El chico era raro, estaba enfermo por lo que era asustadizo, y algunas veces era un tanto molesto. Sin embargo, y fuera lo que fuera, era un simple niño.

Aquella señora lo supo, los demás aldeanos que rodeaban el cuerpo de Chan lo supieron: el mal había descendido sobre Gangbuk con todas sus fuerzas.

狼 red cape boy › jeongcheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora