IX: Ataque del Lobo

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En la angustia del aire, el sentido del gusto de Chan podía percibir la maldad de algo que había estado allí; y también que él había llegado demasiado tarde.

Entre titubeos, siguió la carta hasta algo horrible, algo que lo detuvo en el sitio y lo dejó sin aliento.

Lo que vio era demasiado horrendo.

Carne desgarrada y una capa de pelaje gris completamente manchada y sucia. La carta del tarot descansaba arriba de una mano inmóvil.

Chan dio un grito ahogado y salió corriendo hacia la aldea, entre tropezones y caídas.

Mientras tanto, en su carrera con Seungcheol hacia el caballo, Jeonghan creía imposible su libertad.

El mundo era suyo y la belleza se encontraba por doquier en el pelo descuidado de Seungcheol.

Ding...

Dong...

Ding...

El tercer tañido de las campanadas de la iglesia permaneció suspendido en el aire, y todo se detuvo.

Alguien había muerto. Jeonghan se quedó paralizado.

Dong.

La cuarta llamada hizo añicos el silencio.

Seungcheol y Jeonghan se miraron el uno al otro en plena confusión.

El cuarto repique sólo significaba una cosa: Ataque del Lobo.

Jeonghan no había oído nunca una cuarta campanada. Y lo supo: con aquellas campanadas, la vida nunca sería lo mismo.

 

· ·


Jeonghan corría por entre los árboles, anticipó su punto de destino. Al llegar al centro de los campos, vio que algunos aldeanos ya se encontraban allí, divididos en grupo.

Al verlo, guardaron silencio y se apartaron respetuosos. Al fondo de la multitud, se podían oír los gritos y sollozos de una mujer.

Jeonghan no lograba ver más allá de los grupos de capas grises, marrones y negras. Pero sí halló a Jihoon, Seokmin y Soonyoung.

—¿Quién es? —Jeonghan se acercó a ellos y exigió saber.

Ninguno de los tres era capaz de decirlo.

La multitud se fue apartando para que Jeonghan pudiese ver a su padre y a su madre, solos, de pie, con el rostro preso del horror. Así que lo supo antes de que Seokmin se lo susurra.

—Tu hermano.

Jeonghan echó a correr y cayó junto al cuerpo inerte de Jisoo. Cerró los puños y agarró de la desesperación el pasto sobre el que estaba arrodillado.

Dejó escapar un grito de dolor ahogado, no era capaz de gritar ni de llorar. Tampoco fue capaz de tocar a su hermano.

Jisoo llevaba las mismas prendas de vestir que había utilizado la última vez que Jeonghan le vio, en la acampada. También llevaba su capa de pelaje gris de siempre, pero la tela estaba hecha jirones y apenas servía ya para cubrir su cuerpo. Su pelo, siempre tan suave y sedoso, estaba enmarañado y con restos de trigo enredados.

Enseguida sintió unas manos anónimas que lo importunaban en presencia de su hermano fallecido. No quería dejarle aún, porque no estaba seguro de si Jisoo había abandonado su cuerpo ya. No sabía que tan rápida era la muerte.

Tuvieron que sacarle del lugar entre dos hombres y a rastras. Con las rodillas sucias y las mejillas empapadas por un río de lágrimas.

Mientras se lo llevaban, empezaron a caer las primeras nieves del año.

El invierno había llegado.
 
 

· ·
 

Jeonghan se sentía tan vacío como una calabaza hueca.

Los miembros de la familia vivían su duelo por separado, aturdidos. Han Soo había ocupado un lugar junto a la puerta, observaba el exterior porque no aguantaba lo que había dentro.

Jeonghan se preguntaba si su madre estaría decepcionada con lo que le quedaba, ahora que el más bello, obediente y educado de sus hijos ya no estaba.

Al otro lado de la sala, Jung Gi buscaba otro trago de licor. Atormentado y estoico, rechazaba el consuelo incluso de su esposa.

Los dolientes iban de aquí para allá sin rumbo, impactados, diciendo aquellas vaciedades que todo el mundo diría a una familia en luto.

—Ahora está en un lugar mejor.

Que bueno que tengan a Jeonghan.

—Aún pueden tener otro...

Jihoon y los demás chicos eran los encargados de vestir el cadáver de Jisoo. Le lavaron el rostro y las manos, embellecieron su pálido cuerpo con flores, le pusieron algunas de sus prendas limpias y la capa gris que Jisoo siempre vestía, trataron de asearla lo más que pudieron.

Jeonghan se encontraba de pie cerca a ellos, pero no se movía ni hablaba.

Una llamada a la puerta disipó la tensión.

—¡Son los Kim! —Jeonghan oyó a su madre decirlo de forma vaga.

Todos los presentes levantaron la vista cuando las tres generaciones de la familia hicieron presencia: la señora Kim, su hijo el viudo, y el hijo de este: Mingyu.

Los presentes hicieron una reverencia ante la familia. Los ojos de Mingyu buscaron a Jeonghan, cuando los de este ni siquiera mostraron intención de dirigirse hacia Mingyu.

La señora Kim levantó una mano para palparse el cabello canoso, mientras miraba la casa de los Yoon con desaprobación. Era una mujer mayor que había olvidado cómo comportarse entre grupos de personas.

—Cuanto siento su pérdida —le dijo a una Han Soo rota y desconcertada.

La siguió su hijo, quién se dirigió a estrechar la mano de Jung Gi.

—Jisoo era un buen chico —dijo el padre de Mingyu.

Un segundo llamado a la puerta se robó nuevamente la atención de los presentes.

Jeonghan pudo ver, desde la habitación que compartía con Jisoo, como sus padres se juntaban para recibir a aquella gente. Tres rostros desconocidos para Jeonghan, que sólo lo llevaron a la confusión.

Él decidió ignorarlos y caminó hasta la cama de Jisoo. Se sentó a su lado y notó cómo el agradable aroma que solía desprender su hermano ya no estaba. Ahora lo único que podía oler eran las rosas que tenía por todos lados.

—Jeonghan, hay buenas noticias a pesar de estos momentos tan difíciles —dijo Han Soo adentrándose en la habitación.

Los amigos de Jisoo salieron de la habitación para permitirles hablar en privado.

—¿Quién es esa gente? —interrogó Jeonghan en susurro.

—Sowon y sus padres. Han venido desde Jingwan.

—Entonces, ¿lo del matrimonio es cierto?

—Sí, Jeonghan.

狼 red cape boy › jeongcheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora