XXI: Duda y carga

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El viento soplaba por la chimenea, y Jeonghan regresó a la habitación de sus padres viendo a su abuela inclinada hacia su madre: le cambiaba los vendajes que tenía en el rostro.

El vaivén de la luz del fuego deformaba la sombra de la anciana, convirtiéndola en algo monstruoso y grotesco.

Jeonghan se acercó y se quedó boquiabierto ante las horribles marcas de garras en el rostro de su madre, y después ante las uñas de su abuela. ¿Por qué no había detallado nunca sus uñas tan grandes y similares a unas garras?

La mano de Jeonghan se alargó hasta alcanzar un cuchillo de cuerna de alce que había sobre la mesita de noche, y lo deslizó dentro del puño de su camisa.

Algo se aferró a su muslo y eso le cortó la respiración, pero sólo se trataba de su pobre madre.

—No me dejes sola —vibró la voz de Han Soo.

Jung Gi, antes de salir de casa, le había lavado la cara y limpiado la sangre hasta quedar en su naturalidad blanca.

Jeonghan asintió y tomó asiento a un lado en la cama. Han Soo señaló la taza de su té somnífero y su hijo se encargó de acercárselo.

Lo tomó con ambas manos y lo bebió todo, cayendo un par de minutos, después en un profundo sueño.

—Descansa, querida —le aconsejó la abuela con voz de arrullo, mientras le hacía una seña a su nieto para que salieran de la habitación.

Desde la muerte de Jisoo, nadie se había encargado de limpiar la casa, y una media docena de ciruelas se podrían en un frutero. Finas capas de polvo en las ventanas, tazas vacías y platos con migas que se apilaban en el fregadero.

—Algo te pasa, cielo... ¿Quieres contármelo?

Su abuela intentaba conseguir información, conseguir que se abriese como una cascara de nuez que se resiste. Conocerlo de arriba a abajo. 

Todo lo quería saber... ¿Por qué? 

Jeonghan miró a la abuela, sus ojos marrones y fogosos le insistaron a responder.

—El Lobo me habló.

La incredulidad se asomó en el rostro de la abuela.

—¿Y tú lo entendiste? —ella se apoyó contra la mesa de la cocina y a su espalda, su mano buscó algo en secreto.

—Con la misma claridad con la que te entiendo a tí, abuela.

La mano de la abuela encontró lo que buscaba: unas tijeras de cocina.

La mano de Jeonghan se aferró a algo en el interior del puño de su camisa: el cuchillo de cuerna de alce.

Permanecieron frente a frente, envueltos en un silencio envenenado que se colaba por todas partes y les asfixiaba.

—¿Y a quién le has hablado de esto? —los labios de la abuela mostraron un tic nervioso en una de las comisuras.

—Nadie lo sabe, excepto Seokmin... Y confío en que no se lo contará a nadie.

—El lobo decidió no matarte... Porque ciertamente podía haberlo hecho.

—Creo que me quiere vivo.

Jeonghan, ahogado, se dirigió cauteloso a abrir las ventanas.

Los rayos del sol entraron a raudales en la habitación, mezclados con una brisa que traía un familiar aroma a pino, y lo cambió todo. Ambos se dieron cuenta de lo equivocados que habían estado.

La abuela soltó las tijeras a su espalda, y se pasó su mano por la falda de su vestido, como si intentase limpiarse la culpa.

Jeonghan se avergonzó también por dudar de aquella mujer a quien siempre había querido.

Ambos se relajaron.

—Pero, ¿por qué tú, Jeonghan?

—No lo sé, pero dice que si no me marcho con él, matará a todo el que amo... Y ya ha matado a mi hermano.

Jeonghan notó que la mano de la abuela buscaba la suya para estrecharla, y al pensar en la situación a la que se había visto conducido, a sospechar de todos los que lo rodeaban, sintió que había enloquecido.

—Va a venir por mí, abuela —susurró —Antes de que mengüe la luna de sangre.

La abuela se apartó, presa de una preocupación profunda.

—Lo que le ha pasado a Jisoo es culpa mía —afirmó él —El Lobo está aquí por mí.

Jeonghan sintió que tenía que salir de ahí.

Surgió de la cabaña sintiendo una bofetada del frío invernal en la cara. Lo despertó de su letargo.

Siguió el camino de la fuente de agua y se sentó allí, simplemente a mirar clandestinamente, cuando vio una forma oscura pasar por encima del agua y su estómago se le fue a los pies.

Se dio vuelta rápidamente, pero era Mingyu, uno muy diferente, uno que jamás había visto. Su mirada era oscura y vacía.

—Mingyu —pronunció Jeonghan sin saber qué decir —No te veía hace tiempo... ¿Dónde has estado?

Mingyu tenía una capa de tela negra y una sombra morada bajo los ojos. Había cambiando su corte de pelo y lucía un poco más delgado.

—Pasando el luto de mi padre encerrado en casa, con mi abuela que es lo único que me queda —respondió Mingyu. Su voz también sonaba diferente.

—¿Cómo está la señora Kim?

—Bien. Con gripe.

Escucharon voces a lo lejos en las casas, cuando miraron, vieron a tres de los hombres de Jaeheon revolcando la casa de una humilde familia, sólo para encontrar “pistas”.

—¿Qué está pasando ahí?

—Ni siquiera te diste cuenta de la llegada del padre Jaeheon —Jeonghan contestó —Están buscando pistas para dar con el hombre Lobo.

—¿De esa manera? —Mingyu negó y el otro se encogió de hombros —¿Y cuándo te casas? —preguntó tras un largo suspiro.

—Ya no me casaré —respondió Jeonghan, sintiendo cierta alegría llenarle el corazón —He cancelado el matrimonio.

—¿Por Seungcheol?

Jeonghan bajó la cabeza algo incómodo, pero finalmente asintió.

—Lo sabía —Mingyu sonrió irónico —Siempre fueron ustedes dos, desde pequeños...

—Escucha, Mingyu —Jeonghan desató una fina pulsera de cobre de su muñeca izquierda —Creo que esto te pertenece.

—Pero...

—No la puedo tener —Jeonghan explicó gentilmente —Tu padre te dijo que se la dieras a quien amaras. Yo pienso que debes dársela a quien te ame realmente, y sabes que esa persona no seré yo.

Mingyu sólo asintió. Su corazón se había endurecido mucho desde la muerte de su padre como para sentirse triste por aquello.

—Lo siento —Jeonghan la acercó a Mingyu y este la recibió. Apretó su puño con ella dentro y después se fue sin pronunciar palabra.

Jeonghan sentió que se quitaba otra carga de encima.

Sentía que estaba libre de cualquier cosa que lo atara a personas con las que no quería estar atado.

狼 red cape boy › jeongcheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora