VI: Luna llena

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El corazón de Mingyu latía con fuerza. Respiró profundo y se hundió bajo la superficie e hizo desaparecer al mundo.

Abrió los ojos al verde sumergido: la corriente no era demasiado rápida donde él se encontraba, y se abandonó, suspendido por la flotabilidad.

Permanecería allí siempre, decidió el cerebro de Mingyu. Era la paz del universo, donde no habían madres muertas ni asesinos de madres, pero sus pulmones decidieron otra cosa: molestos al principio y exigentes después, para amenazar finalmente con reventar.

Su cabeza irrumpió en la superficie. Apartó el agua de sus ojos y miró hacia la orilla, para asegurarse de que los campesinos se habían marchado y Seungcheol con ellos.

¿Por qué había regresado a la aldea? Durante muchos años, Seungcheol había evitado Gangbuk, el lugar del horrible incidente.

Tal vez, él había sido invitado de nuevo por su buena fama de leñador, pensó Mingyu.

El día se fue cerrando lentamente y el cielo se tiñó con un verde grisáceo polvoriento.

Los chicos jugaban a perseguirse, a esquivarse unos a otros y agarrarse la camisa. Algunos otros bebían al fresco de la intemperie.

Jeonghan estaba dejando una de las carretillas en su lugar correspondiente, junto a las otras y tras las tiendas donde dormirían. Cuando vio a Seungcheol preparando sus cosas para marcharse.

Ahora o nunca.

—Seungcheol...

Él se tensó y lentamente giró su cuerpo hacia el castaño, sus ojos casi negros se encontraron con los otros ojos avellana, su mirada rasgó a Jeonghan como un cuchillo.

Antes de que quisiera poder contenerse, preguntó:

—¿Te acuerdas de m...?

Seungcheol avanzó un paso hacia Jeonghan y el castaño sintió el calor que se avivaba entre los dos.

—¿Cómo podría olvidarte?

Jeonghan sintió la flaqueza de la alegría.

El alguacil hizo sonar una corneta por todo el campo de cultivo, anunciando el final de la jornada y el comienzo de la fogata.

Seungcheol mantuvo su mirada en Jeonghan un minuto más, antes de darle la espalda y alejarse. Jeonghan observó cómo Seungcheol desaparecía por el sendero.

—Han, ¿aún sigues trabajando? —Jeonghan sintió la voz de su hermano a la distancia. Parpadeó para regresar a la realidad y le miró al otro lado de la tienda —Va a comenzar la fogata. Vamos.

Los hermanos Yoon caminaban en completo silencio hacia la piedra donde estaban sentados los amigos del mayor.

—Han, te he visto hablando con Mingyu hoy —confesó Jisoo —Si fuéramos chicas, seguro que madre estaría contenta de vernos a alguno de los dos casados... bueno, casadas con él —soltó una carcajada.

—No sé qué hacer...

—¿Por qué?

—Seungcheol regresó.

—Lo sé, también le vi —Jisoo cambió su semblante —Todos lo vieron. Está muy cambiado.

—Esta increíblemente maravilloso.

—Pues yo creo que parece un villano, y casi siempre, tiene la mirada de un psicópata.

Jeonghan siempre había tenido miedo de conocer todos los detalles de lo que había sucedido.

Fue un accidente... Cuando Seungcheol y el “delincuente” de su padre escaparon de la aldea, su caballo se atemorizó por las antorchas y la madre de Mingyu recibió un golpe en la cabeza.

Los hermanos llegaron al grupo de jóvenes reunidos, quiénes bebían y reían mientras hablaban de chicas y contaban historias.

Jihoon extendió hacia Jisoo una jarra con aquella bebida ardiente color amarillo. Jisoo la recibió y le dio un buen trago, sin pensar ni por un instante en su madre.

También le permitió a su hermano menor probar la bebida. Luego se alejaron unos metros del grupo de amigos, en busca de privacidad para de que nadie escuchase lo que Jisoo estaba a punto de preguntar:

—Han, cuando éramos niños, Seungcheol era tu mejor amigo, ¿verdad?

—Mjm —el castaño asintió con la cabeza, sintiendo su boca amarga.

—Ustedes solían hacer todo juntos antes de que los echaran de la aldea a su padre y a él —la mandíbula de Jeonghan se tensó —Inclusive, recuerdo que llegabas tarde a casa y nuestros padres siempre te castigaban. Nunca hacías caso...

—¿Para qué me trajiste lejos del resto? —Jeonghan se apresuró a preguntar.

—Porque presiento que sientes algo por Seungcheol —Jisoo fue al grano y Jeonghan suspiró profundo —Algo más que un cariño de amigos. Hoy te noté muy extraño cuando él llegó, estuviste mirándolo todo el día.

—Tal vez sólo extrañé a mi mejor amigo —Jeonghan respondió, atemorizado por el rechazo que seguramente recibiría si hablaba con la verdad.

—Es decir... —Jisoo ordenó sus ideas —Yo no tengo problema con que te interese otro chico. Sé que está mal y que los demás lo verían mal, pero a mí me da igual.

Jeonghan asintió, desilusionado pero sin sentirse tan mal como imaginó.

—Sabes que mamá y papá siempre nos han criado para ser esposos y por ende, tener esposa e hijos... Pero tú, sé que tú siempre rompes las reglas y nunca obedeces.

Jisoo se carcajeó.

—Pues yo no sería el único extraño en la aldea —Jeonghan defendió —¿Alguna vez has notado como Mingyu se comporta conmigo? De él tengo la atención que todas las chicas desean.

—Créeme, también lo noté. Y ustedes no son los únicos —confesó —No hablo de mí, pero si hay rumores de otros chicos. Aunque me preocupas más tú.

—Está bien, Jisoo. Lo sabré manejar.

—Eso espero.

Jeonghan asintió y regresaron a pasar tiempo con los demás.

Junto a la fogata, los aldeanos bailaban descalzos, bebían vino y comían pollo cocido.

Aquella bebida ardiente comenzó a afectar el organismo de Jisoo y sus amigos, quiénes estaban muy entretenidos con las chicas de las otras aldeas, como para notar que Jeonghan desaparecía de la luz de la fogata, rumbo a la oscuridad.

Se adentró en la enmarañada oscuridad del bosque, algunos pájaros e insectos emitían sus sonidos independientes. Se podía percibir el tenue y dulce aroma del bosque nocturno.

A Jeonghan nunca le había importado estar solo, a menudo lo prefería, pero hallarse en la pena de la espera de otra persona lo hacía sentir patético.

Tenía la esperanza de encontrar al pelinegro en algún lado, no muy lejos.

De pronto se odio a sí mismo y odio a Seungcheol, se sintió patético. Comenzó a regresar hacia el campo, decidiendo que nunca se volvería a poner en una situación que lo hiciera sentir tan estúpido.

Jeonghan oyó un crujir de ramas a su espalda y miró a su alrededor. No había nada ni nadie. Miró al cielo oscuro entre el montón de ramas, habían porciones de noche visibles y pudo presenciar cómo las nubes se volvían frágiles, se juntaban en dos grupos para enmarcar la luna.

A Jeonghan le tomó un tiempo darse cuenta de que, era una luna llena y roja.

狼 red cape boy › jeongcheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora