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Los alaridos resonaban por todo el lugar, acompañados de un llanto que no dejaba de cesar.

-¡Por favor! ¡Por favor! ¡Seré bueno!-

El hombre sonrió satisfactoriamente al escuchar los gritos provenientes de arriba, sirviéndose otra copa de vino con completa paciencia, le gustaba el repertorio que el chico orquestaba.

Había pasado más de una hora y media desde que lo había subido jalándolo del castaño cabello y encerrándolo en el armario, claro, con algunos accesorios para que la lección fuera más clara, no se había comportado mal, de hecho, había sido muy complaciente desde la ultima vez, pero no estaba demás recordarle cual era su posición y mantenerlo en su lugar.

Los gritos no dejaban de escucharse en todo este tiempo, el hombre fantaseo sobre cuan lastimada debía de tener su garganta y lo mucho que disfrutaría el tener que terminar de destrozarla. En situaciones como esa agradecía vivir aislado, no le gustaría tener que contenerse por vecinos entrometidos.

Miro su copa de vino vacía, esperaría un poco más, tiempo suficiente de poder arreglar lo que utilizaría con el pequeño castaño.

El llanto de fondo acompañándolo todo el tiempo.

Una vez pasado el tiempo que creyó necesario, se dirigió a la habitación de Louis, donde este aun se encontraba encerrado, estaba ansioso de ver el estado del chico, abrió la puerta sin evitar jadear y relamerse los labios ante tal imagen.

Louis se encontraba tirado y desnudo en el suelo de aquel oscuro armario, había sido privado de 3 de sus sentidos, sus manos estaban esposadas detrás de su espalda, una posición poco cómoda ya que se encontraba acostado boca arriba, sus piernas completamente abiertas gracias a una barra separadora metálica, sus ojos vendados con una especie de tela negra y sus oídos estaban siendo cubiertos por un par de audífonos inalámbricos, ni siquiera podía saber que frente a el estaba su Señor, debido a que el sonido estaba demasiado fuerte como para poder percatarse.

Su cuerpo no dejaba de temblar, había colocado un par de pinzas en sus pezones, una correa del mismo material las conectaba a la barra espaciadora, provocando que ante cualquier movimiento estos fueran lastimados, pero lo más importante, dentro de él, un dildo eléctrico, que esperaba, no dejara de estimular su punto sensible.

El rostro de Louis era un desastre, debajo de la venda podía percatarse de las lágrimas que escapaban de sus ojos, sus labios hinchados, su cuerpo extremadamente sudoroso y tenso, quizá la causa de su dolor era porque no había podido correrse.

¿Y como lo haría?

El hombre no pudo evitar reírse ante su propio cuestionamiento, la experiencia de su pequeño muñeco no debía ser placentera, sabía que el chico no cumpliría una simple orden de no correrse, así que para mayor seguridad le coloco un cinturón de castidad de acero inoxidable, este rodeaba su cintura, atrapando al pequeño miembro en su jaula, sin dejar que se erectara por completo, no podía verse, ni tocarse, y para mayor eficiencia tenia una pequeña abertura para la orina, el cinturón también ayudaba a que el dildo se mantuviera en su lugar.

Quizá no debió excederse con la dosis extra que le había dado al menor este día, en fin, observaría la reacción y si funcionaba, lo haría diario, quizá debía considerar el uso diario del cinturón, debía admitir que realmente le gustaba como lucía y tener ese dominio sobre él, entre más necesitado, más obediente será.

Busco en el bolsillo de su pantalón su móvil, su erección no dejaba de crecer y reclamaba probar la boca del adolorido chico, con un rápido movimiento de dedos cancelo el audio que se estaba reproduciendo.

Madhouse | Larry StylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora