¿Sabes ese momento en el que has escuchado perfectamente lo que te han dicho, pero tú cerebro no lo quiere procesar?
Pues en ese momento me había pasado eso.
Giré a mirarle confusa por sus palabras.
—¿Cómo has dicho? —le volví a preguntar. Estaba más que confusa, no entendía nada.
O sí. Sí que entendía, pero no lo quería asimilar.
—Creo que te has confundido de persona y de boda —dijo con sinceridad.
Negué con la cabeza. No. No. No. No. Imposible.
—N-no. Tú solicitaste a alguien para arruinarte la boda, Edgar Miller, en la calle pija 69 —dije convencida.
Edgar—ese hombre tenía que ser Edgar— me miró serio, levantó las cejas y negó con la cabeza.
—No soy Edgar, te has confundido. La boda que arruinaste antes estaba en la calle pija 96, no 69. Pero no pasa nada, yo... —su voz se fue distorsionando a medida que iba hablando mientras la información entraba en mí y lo iba procesando.
Miré a todas direcciones, intentando encontrar el cartelito que había en las paredes con la calle, pero no la veía por ningún lado.
Saqué el móvil torpemente, abrí la aplicación Mapas y efectivamente a unas calles estaba la calle pija, busqué la 69 y quedaba a una media hora.
No puede ser.
Joder. Joder. Joder.
—¡Joder! —exclamé en alto. Tiré el móvil dentro del bolso y eché a correr por donde había venido, ignorando el llamado del hombre al que le había arruinado la boda.
Ahora mismo no tenía cabeza para pensar con él y que les había arruinado la boda a unas personas inocentes.
Ni siquiera di unos pasos cuando caí al suelo al chocar contra alguien. Solté una disculpa rápida, me levanté como pude y corrí como nunca, ignorando el escozor en la pierna derecha y en las palmas de las manos.
Creo que era la primera vez, después de acabar el instituto, que corría tanto. Me dolían las piernas, sentía que me faltaba el aire, me ardían los pulmones y me estaba creciendo un pinchazo constante en mi vientre. Aún así no paré con la esperanza de poder llegar a tiempo al lugar y rezar por todos los dioses que todavía no hubiera acabado la boda.
Apartaba a todo el que se me cruzara, esperaba impaciente los semáforos, tropezaba con algunos baches que había en el camino y pasé algunos pasos de peatones sin mirar, casi muriéndome en el intento.
Al ver que estaba en el 67, le exigí a mis piernas correr un poco más rápido. Ya estaba cerca, solo un poco más. A lo lejos divisé la iglesia y vi como los invitados salían vitoreando y gritado a los nuevos casados.
Miré todo mientras me paraba lentamente, sudando, con la respiración agitada y con una sensación de malestar en el pecho.
—No, no, no. No puede ser —susurré al ver como los novios se metían en un coche y venía hacia mí.
Pasaba justo como en las películas, el coche iba a cámara lenta mientras yo los observaba acercarse, podía sentir sus miradas, como si Edgar supiera que estaba ahí y me estaba lanzando rayos X por los ojos para terminar conmigo. El coche dobló a la izquierda, desapareciendo de mi vista.
Si Edgar no acababa conmigo, seguro que lo hacía Milla. Me llevé las manos a la cabeza. ¿Qué iba a hacer? ¿Cómo he podido equivocarme?
Debí de revisar el correo para confirmar los datos que había apuntado. Maldita dislexia.
ESTÁS LEYENDO
Que empiece el espectáculo
Short StoryHalana y su mejor amigo trabajan en un trabajo diferente y peculiar: les contratan para que se cuelen en las fiestas y los animen, los dañen o los mejoren. En esta ocasión, ha habido un encargo especial: entrar a una boda y detenerla. Y no, no es t...