—¿Cómo? —gritó Dani después de escuchar mi verborrea durante media hora.
Me encontraba tirada en el sofá, mientras me debatía entre tirarme por la ventana o ponerme mis pantalones de niña grande y enfrentar la situación, cuando recibí su llamada para que le contara sobre la reunión que había tenido con Milla. Le había dicho que prefería haber muerto a manos de Milla antes de volver a casa y encontrarme con Dante —el chico misterioso y al que le había arruinado la boda—. Daniel vino enseguida al escuchar el tono de mi voz y también porque era un maldito chismoso y le encantaba saber estas cosas, pero agradecía mucho que hubiera venido a verme y escucharme.
—Joder, Halana. Lo que has causado —dijo al caer en cuenta que todo lo que le había dicho era verdad y no ninguna broma.
Ojalá lo fuera. Ojalá. Pero las desgraciadas me seguían desde el día que nací.
Pensé.
—¿Qué hago? —pregunté a la nada, porque sabía que Daniel no me podría ayudar en mucho.
—¿Se lo has dicho a Milla? —negué con la cabeza. Daniel se restregó la cara con las manos en un signo de frustración, no sabía quien estaba mas frustrado, él o yo.
No se lo había dicho a Milla porque esto solo me incumbía a mí. Milla ya me había dado unas indicaciones, así que tampoco me podría ayudar mucho. Además, todo esto lo causé yo con mi pequeño despiste, pero con una gran consecuencia, así que lo tenía que resolver yo solita.
Nos sumimos en un silencio, en la que cada uno estaba inmerso en sus pensamientos.
Recordé lo que pasó hace apenas unas horas antes.
Luego del encuentro que tuve con el chico misterioso nos fuimos a la cafetería de la esquina para poder hablar tranquilamente. En el camino ninguno habló, él no sé por qué, todavía no leía mentes, pero yo porque estaba pensando en las mil cosas que me podría recriminar —aunque con su actitud, lo que menos parecía era enfadado— y en las posibles maneras de disculparme.
Sentía su mirada en mí en casi todo el camino, no sé de qué manera me miraría, pero no me atrevía a devolverle la mirada ni de reojo. Prefería concentrarme en lo que fuera excepto en él, incluso cuando llegamos a la cafetería y nos sentamos en una mesa lejos del bullicio, no le miré. Ni cuando llegó la camarera a tomar el pedido.
En el rato que nos traían el zumo de naranja, me dediqué a observar a una pareja que había a unas mesas.
Fue él el que rompió el silencio con un pequeño carraspeo.
—¿Me darás una explicación o solo te dedicarás a observar de manera acosadora a la pareja de ahí? —me preguntó de manera irónica.
Me negué a mirarlo, apreté el vuelo del vestido en puños, una manía que tenía cuando estaba nerviosa, y aguardé silencio intentando perder el tiempo lo máximo posible.
La camarera nos trajo los zumos y tuve tiempo suficiente para decirme que fuera valiente y no una cobarde, que le diese la maldita explicación que pasase lo que tuviera que pasar. Que tampoco era tan difícil.
Tomé un sorbo del zumo mientras él me seguía viendo de manera fija.
—Pues... yo... a ver... —empecé sin saber por donde comenzar. Lo miré de reojo y vi un atisbo de sonrisa, aunque seguía manteniendo una expresión seria. Tomé otro sorbo de zumo para calmar los nervios, que ni siquiera sabía por qué sentía—. Lo del otro día fue una equivocación —empecé diciendo, aunque eso ya lo sabía—. Tengo un trabajo especial...
—Que es arruinar bodas —me interrumpió el chico misterioso, que en ese momento todavía no sabía su nombre.
Negué con la cabeza frunciendo ligueramente el ceño.
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Que empiece el espectáculo
Short StoryHalana y su mejor amigo trabajan en un trabajo diferente y peculiar: les contratan para que se cuelen en las fiestas y los animen, los dañen o los mejoren. En esta ocasión, ha habido un encargo especial: entrar a una boda y detenerla. Y no, no es t...