Capítulo I

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1 - Kaze

El avión acababa de despegar. Miraba por la ventana casi con impaciencia, aunque faltaran horas para volver a tierra.

A los minutos ya estaba aburrida, a mi lado estaba Langa con su teléfono.

Su madre es japonesa y después de la muerte de su marido decidió volver a su país natal. Como nosotros debíamos mudarnos igual a Japón, quisimos ir juntos ya que siempre han sido cercanos a mi familia.

Mira —le mostré la pantalla de mi teléfono —¿A que es bonita? Y solo la hacen en Japón —deslicé por la página web de una tienda de productos de skate.

Tienes un montón de tablas ya... A ver si aprendes a reparar y montar tus skates y así no estás comprando cosas nuevas todo el rato... —bufó desinteresado volviendo a ponerse el antifaz para seguir en su intento de dormir —Además, ¿porque quieres tantos skates? ¿Usas uno según la ropa que llevas?

Cállate.

O sea que sí.

Langa te juro por mi padre que si abres la boca una vez más... —se rió y me dio la espalda.

Después de una noche movidita en el avión, por fin nos avisaron de que nos atáramos el cinturón para el aterrizaje.

Vi todo Kyoto des de las alturas, habían un montón de luces dispersas, era precioso.

—Espera a ver Tokyo —dijo mi madre en japonés, mi cerebro tardó un rato en conectar las palabras—Es aún mejor —tal vez no me gustaba la idea de mudarme a un lugar tan lejano, pero estaba emocionada.

Ella me enseñó el idioma unos meses atrás, cuando me contaron sobre la mudanza. Por suerte, soy buena en los idiomas.

Desembarcamos, recuperamos nuestras maletas y salimos hacia el exterior. Me mareé de ver tanta letra rara y agradecí, por una vez, la decisión de mi madre por enseñarme el idioma.

Pasé la mirada por todo el lugar hasta encontrarme con la figura de mi padre con un cartel con mi nombre escrito en él en una mano y saludando con la otra.

—¡Papá! —lo abracé muy fuerte. Solo hacía un par de semanas que no lo veía, pero siempre estábamos juntos en todo y lo echaba mucho de menos.


La casa era preciosa, tradicional pero moderna y ese estilo me encantaba. Me sentía a gusto en ese lugar, me lo esperaba mucho peor.

Paseé por las calles de la pequeña ciudad y visité el que sería mi nuevo instituto. Me inscribieron para empezar esa misma semana.

Días después de llegar, descubrí que la tienda que estaba viendo en el avión estaba en aquella ciudad, y relativamente cerca de donde vivía.

Me costó convencer a mis padres de ir sola por allí, ya que era un lugar nuevo y todos hablaban un idioma que no era el mío, pero les aseguré que con el teléfono y lo que entendía de japonés no me perdería.

Intentaron convencerme de ir con Langa, pero él estaba ocupado con las clases que ya habían empezado.

Agarré el único skate que tenía allí, ya que los otros aún no habían llegado de la mudanza, y salí de casa con la aplicación de maps abierta para poder ubicarme.

Reconocí la tienda por la cantidad de tablas que tenían expuestas en el expositor.

—Hola... —saludé en japonés.

Un hombre se giró hacia mi y me sonrió con amabilidad.

—Hola buenos días, ¿que se le ofrece?

—He visto vuestra web y me acabo de mudar y justo he descubierto que esta tienda está aquí —le expliqué.

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