Capítulo I

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1 - Japón

Miré una vez más la dirección en mi teléfono mientras avanzaba por la calle arrastrando la enorme maleta. No quería ni levantar la mirada pensando en todo lo que me esperaba.

Me detuve delante de la casa con el número que tenía apuntado y me acerqué a la entrada.

Sentía que el corazón iba a salir de mi pecho y el estómago me empezaba a doler de los nervios.

Alcé el brazo hacia el timbre, pero lo retiré tan rápido como rocé el botón. No ocurrió nada, no lo había pulsado.

Di media vuelta y abrí el teléfono.

—¿Que te ocurre ahora, Maya? —la voz de mi padre sonó a través de la línea.

No puedo hacerlo —lo escuché suspirar.

Miedica.

¡No me llames mie...!

A mis espaldas, la puerta se abrió. Bajé el movil de mi oreja y me giré tan lentamente como pude.

¿Maya? —colgué a mi padre en cuanto vi a la mujer.

—¡Hana! —sonreí nerviosamente

Ella me correspondió el gesto, sorprendida. Se acercó a mi lentamente y me abrazó con fuerza. Incluso mi maleta se cayó por la inercia del abrazo.

—Maya... Pensaba que llegabas más tarde —me susurró aún entre sus brazos.

—Javi me ha echado de casa —ella se rió y nos separamos.

—Pasa, cielo —me hizo un gesto para que entrara— Me iba a comprar, pero no tengo prisa.

La casa era algo mas pequeña que la que tenían. Después de denunciar a Laurence, mi abuelo; y a Mérida, mi madre, las autoridades se quedaron con las instalaciones y el dinero de ambas familias. El padre de Miya confesó que llevaba algunos años sin estar enamorado de Hana y se separaron por lo sano.

Desde entonces, ella y Miya vivían solos en una casa a las afueras de Tokyo, donde él estaba entrenando para la selección Japonesa.

Después de lo ocurrido y ganar la competición hacía dos años, me retiré para enfocarme en los estudios y entrar a la carrera de mis sueños. El patinaje me encantaba, pero estaba dedicándole más tiempo de lo que me gustaba. Cuando me ofrecieron unirme a la selección canadiense, puse punto y final a esta etapa.

Hana me guió hasta la habitación de Miya, la cual estaba en la planta de arriba, y me dejó acomodarme.

Lo primero que hice fue dejar el skate al lado del de mi novio porque, sí, me había retirado, pero seguía patinando y disfrutando la actividad como un pasatiempo.

Como aún no había visto a Miya, no quería sacar todas las cosas de la maleta, prefería que él me indicase donde dejarlo. Era su casa y su habitación, aunque Hana me dijera que ahora también era la mía.

—¿Quieres acompañarme a comprar mientras lo esperamos? Debe estar con los chicos, así hacemos tiempo.

—Claro.

Por lo menos, durante aquel rato nos pusimos al día con nuestras cosas. Aunque había visto a Miya hacía algunos meses, a Hana hacía muchísimo tiempo que no.

—¿Y qué tal con... Naki? —Miya me lo había mencionado algunas veces, al parecer era un hombre de la edad de Hana con el que solía quedar bastante seguido.

Ella desvió la mirada y la conversación agarrando un paquete de arroz y poniéndolo en el carrito. Negué con la cabeza, divertida.

Al parecer hizo la compra del mes. Ella iba con su carrito, pero a mi me tocó llevar las pesadas bolsas.

Solté un suspiro cuando por fin dejé la compra encima de la mesa del comedor.

—Mamá —me tensé por completo al escucharlo—, ¿estás en... casa?

Miya bajaba las escaleras cuando se dio cuenta de que yo me encontraba allí. Su expresión pasó de sorprendido a confuso, y luego a emocionado.

Sus ojitos verdes se abrieron y su sonrisa se ensanchó mientras terminaba de bajar las escaleras y corría hacia mi.

Sin darme tiempo a decir nada, sus brazos se enrollaron en mi cintura con fuerza, elevándome unos centímetros del suelo.

Me agarré a su cuello y solté una risita cuando me dejó en el suelo.

—¿Que haces aquí? —me preguntó con evidente alegría.

—Visita sorpresa.

—¿Entonces, de verdad estudiarás aquí? —asentí eufóricamente y él volvió a abrazarme.

Mis mejores días los pasé aquí, en Okinawa, junto a Miya y los demás. También era un lugar en el que había descubierto muchas cosas que me hubiera gustado no saber, pero en el fondo, sentía que era mi casa.

Al terminar la secundaria en Canadá, que era hasta los dieciséis, el mismo año que Miya empezó la preparatoria, decidí estudiar los dos años restantes de preparatoria en Japón en vez de bachillerato en Canadá. Y así poder estar junto a Miya.

—¿Dónde guardo esto? —le enseñé el neceser y Miya me hizo una seña para que lo siguiera.

Me mostró donde estaban el resto de habitaciones de la planta de arriba, como el baño y la habitación de Hana.

—Este es el que uso yo, pero si quieres puedo dejártelo para ti sola —abrí el neceser y empecé a sacar las cosas mientras lo escuchaba hablar.

Lo último fue el cepillo de dientes, que lo dejé en un pote junto al de Miya. Sonreí ante la cálida sensación que se instaló en mi pecho al ver aquello.

—No hace falta —me giré y dejé un pequeño beso en su mejilla antes de volver a su habitación— Ayúdame a deshacer la maleta, please.

Entre los dos logramos poner toda mi ropa en el sitio que Miya me indicó de manera rápida.

—Te has traído un montón de cosas —se quejó él de manera divertida mientras se tiraba en su cama.

—Creo que aún no asumes que voy a vivir aquí dos años —Miya se incorporó y, con una sonrisita, alargó su brazo y tiró de mi mano hasta tirarme encima de él.

—Quiero que sean más —sentí el calor subir a mis mejillas, pero no me dio tiempo a replicar cuando sus labios chocaron con los míos tiernamente.

—Eso es mucho, ¿estás seguro de que me aguantarás? —bromeé.

—Llevo mas de un año viviendo a diez mil kilometros de ti, creo que tengo muchas ganas de recuperar todos esos días contigo —me quedé con la palabra en la boca y el se rio de eso.

—Amor... —dejé caer mi cabeza sobre su hombro y lo abracé con fuerza. Pude sentir su pecho moverse al reírse— ¿Des de cuando eres así de cursi?

Las yemas de mis dedos trazaron varias línias por su mandíbula y cuello, dándome cuenta de que habíamos crecido.

Miya ya no era aquel chico que me retó a patinar con él, al que gané en una competición y estuvo molesto durante horas. Ahora era un chico de diecisiete años.

Aunque había notado que yo también estaba cambiando. Por una parte la madurez precoz pot todo lo vivido con mi madre, por otra, la adolescencia. ¿Porque nunca hablan del periodo? Es una parte de mi que ha cambiado, he crecido.

Tanto en nuestra apariencia como en nuestra mentalidad habiamos crecido.

—Desde que te he vuelto a ver —sus brazos, enrollados en mi cintura, me apretujaron contra su cuerpo en un abrazo que me dejó si aliento.

—Miya —dije entre risas— Me ahogas.

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