Capítulo II

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2 - Contención

Despierto con un peso extra encima de mi cuerpo y, tras varios días desde que llegué, puedo reconocer el brazo de Miya rodeándome y sus piernas entrelazadas con las mías.

Sonreí al ver su ceño frunciéndose cuando intenté moverme. Por fin salgo de la cama y veo como abraza parte de las sábanas.

Dejo que siga durmiendo porque, aunque es mi primer día de clases, él ya tiene su horario acostumbrado.

Bajo a la cocina descubriendo la escasez de luz que hay, dejándome saber que soy la primera en despertarse. Abro las cortinas y dejo entrar la luz del amanecer, que tinta de colores anaranjados las estancias.

Pronto baja Hana, que me saluda mientras entra a la cocina y yo estoy desayunando en el comedor. Al terminar se ofrece a limpiar mi plato y vaso, así que subo a la habitación para empezar a prepararme.

—Buenos días —digo al abrir la puerta, encontrándome a Miya incorporado en la cama tallándose los ojos— Solo vengo a buscar el uniforme.

Le informo mientras hago lo dicho. Cuando salgo de la habitación, Miya por fin sale de la cama.

Cuando regreso ya vestida y peinada, él también está preparado, sentado en la silla mirando su teléfono.

—Estoy terriblemente nerviosa —le confieso sentándome en la cama. Él se gira para verme, dejando su teléfono sobre la mesa.

—Maya es un instituto, nadie te va a comer —bromea— Además, ya estuviste en este colegio, conoces a la mayoría.

—Aún así... Han pasado dos años. Y tampoco hice demasiados amigos.

—Tu lo has dicho, han pasado años, la gente cambia con el tiempo —intentó animarme.

—¡Chicos, os he dejado los bentos en la mesa! —escuchamos a Hana en la planta de abajo— ¡Me voy a trabajar! —seguidamente escuchamos la puerta de casa abrirse y cerrarse.

A los pocos minutos, tomamos nuestras mochilas y almuerzos y salimos de casa para ir al instituto. El camino es diferente al que tomábamos desde su antigua casa, pero es más corto, así que pronto llegamos al gran edificio.

Siento a Miya tomando mi mano entre la suya y me volteo para sonreírle, descubriendo que él ya lo hacía.

.

Las semanas pasaban y poco a poco me acostumbraba a esta nueva vida. Me costaba pensar que no sería una etapa efímera, como lo fue años atrás, así que intentaba disfrutar al máximo. Al contrario que yo, Miya parecía pensar lo contrario.

Quería pasar todo mi tiempo con él, como prometió al principio, pero estaba haciendo todo lo contrario, excusándose a cada rato. Los únicos momentos que estábamos juntos era en la noche, cuando me pedía dormir acurrucado a mi y me estrechaba entre sus brazos como si temiera perderme.

Quería pasar un rato romántico con él, si, pero también deseaba enrollarnos detrás de aquel árbol gigante del instituto donde todos los adolescentes iban. Pero era un deseo tonto, porque ya ni siquiera recordaba cuando fue la última vez que compartimos un beso que no fuera para desearnos buenos días o buenas noches.

Suspiré y me levanté de la silla cuando escuché el timbre. Para empeorar todo, no compartía clase con Miya por culpa de las optativas, así que pasábamos aún menos tiempo juntos.

Era hora del almuerzo, me dirigí al lugar donde solíamos comer juntos: la azotea. Al salir de clase, lo encontré en medio de un pasillo dirigiéndose hacia allí. Aceleré el paso hasta llegar a su altura.

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