» Nueve

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Choi San es leal, porque la lealtad le dio la oportunidad más preciada de toda su vida: ganar un amigo. El castaño golpea unas cuantas veces la puerta de entrada de sirvientes, y cuando ésta puerta se abre, deja ver a una señora de ojos cristalinos que le mira sorprendida. Ella distingue a su joven príncipe, al pequeño TaeHyung de mejillas rojizas, al chiquillo que pedía una taza más de agua para beber, al mismo niño que corría a la ventana a ver las afueras y vivía encerrado; lo ve colgando de los brazos de San, con una expresión mala.

      —¡Mi niño! —grita ella, pero no tan alto como para ser escuchada en la inmensidad del castillo. Toma al joven de la espalda, puede sentir su mal estado a través de la temperatura extraña que carga—. Mi Dios, no está helando. ¿Qué le sucedió? ¿Qué tiene? ¡Jeongyeon! ¡Señor Chan! ¡Vengan de inmediato!

       —Es una larga historia. No hay tiempo de explicaciones.

       —Hay que avisarle al Rey, el sabrá-

      —¡No! —exclama San. A la vez que todos entran en la habitación, impresionados por el estado de su pequeño TaeHyung—. Señora Wang, prométame que no dirá nada, ni una sola palabra.

      —¿Tienes algo que ver con esto?

      San le echa una mirada a TaeHyung; el de hebras claras luce muy débil, su respiración es agitada, no quiere mover ni un solo dedo porque teme sentirse aún más exhausto. Sin embargo, en él brilla una emoción escondida detrás de su expresión. Incluso si no dice ni una sola palabra, San presiente, sabe y casi da por hecho, que su príncipe está más feliz que ningún otro ser con vida en este mundo.

      —Solo ser cómplice. —Suspira, bastante enojado consigo mismo—. Pero, señora, le juro por mi vida que son órdenes del mismo Príncipe que su padre no sepa absolutamente nada.

      —¿Dónde estaba, San? ¿Qué hacía nuestro terco alteza?

     —No le puedo decir.

      Ella suspira con cansancio, volteándose hacia TaeHyung. Le mira por segundos, hasta que recuerda que tiene que hacer todo lo posible por enfriarlo. Al rededor, hay un bailable entre todos los presentes, buscando utensilios, remedios viejos, y todo lo que pudiera existir en sus manos para enfriar a un ser Glacier. Le tiran encima agua helada, abren su ropa, apenas dejando ver su pecho, recogen su pelo y colocan paños húmedos en su frente, para que éste suba su temperatura. Quisieran sacarlo a la intemperie para que el tacto del aire helado le llegue al pecho, pero son incapaces dé, en razón de las propias órdenes de Choi San.

      Una vez, el Príncipe Kim TaeHyung les dejó expreso una frase muy clara: Choi San es mi segundo al mando. Nadie entendió, en su momento, las razones detrás de esas palabras. Pues, en ese instante, parecen ser tan útiles, al grado que nadie cuestiona más allá de lo que saben.
 
      San analiza desde su lugar la situación. No hay poder en el mundo que lo pueda hacer sentir más arrepentido de lo que ya se encuentra. Le es imposible creer el cómo fue un estúpido, dejando a su único amigo en el mundo cometer un acto cobra vida, irracional, y sinsentido. El castaño no puede evitar culparse cada vez más de todo. De TaeHyung yendo a ese lugar, conociendo al enemigo, enamorándose de él, y eventualmente cruzando La Franja con el único propósito de tomar del brazo del chico.

      Mas, de repente recuerda la sonrisa del Príncipe, su actitud novedosa y fresca cada vez que veía al Príncipe Die Flamme. Después de todos esos encuentros, era como si TaeHyung quisiera ser un mejor Rey, como si quisiera innovar su mundo. La transformación de su actitud era tal, que le fue imposible negarle a su heredero una sonrisa, un instante de felicidad dentro de su mundo repleto de reglas, obligaciones y órdenes. Y véanse ahí, posterior a todo eso, preocupado por su vida.

Sangre Fría » kookvDonde viven las historias. Descúbrelo ahora