TYRON

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En algún lugar a lo lejos, un hombre muriéndose estaba acordándose de su madre. “¡A los caballos!”, exclamaba el hombre en Ghiscari, en el campamento más cercano al norte del de los Segundos Hijos,. -¡A los caballos! ¡A los caballos!-. Alta y estridente, su voz venía desde lejos gracias al aire de la mañana, desde más allá de su propio campamento. Tyrion sabía el Ghiscari suficiente para entenderlo, pero el miedo en su voz habría sido evidente en cualquier lengua. Sé cómo se siente.

Era la hora de encontrar su propio caballo, lo sabía. Tiempo para ponerse la armadura del algún hombre muerto, abrocharse al cinturón una espada y una daga, y dejar caer su yelmo sobre su cabeza. Había llegado la mañana y una miaja del sol naciente asomaba detrás de los muros y torres de la ciudad, cegadoramente brillante. Hacia el oeste las estrellas se iban apagando, una tras otra. Sonaban las trompetas entre los del Skahazadhan, respondían los cuernos desde los muros de Meereen. Un barco se estaba hundiendo en la boca del río, en llamas. Hombres muertos y dragones se movían por el cielo, mientras barcos de guerra chocaban en la Bahía de los Esclavos. Tyrion no les podía ver desde ahí, pero podía oír las voces: los choques de casco contra casco mientras los barcos se golpeaban, los profundos sonidos de los cuernos de los Hijos del Hierro y los extraños silbidos de los de Qarth, el batir de los remos, los gritos de batalla, el impacto de las hachas en las armaduras, espada contra escudo, todos mezclados con los lamentos de los hombres heridos. Muchos de los barcos estaban aún lejos de la bahía, así que sus sonidos parecían desvanecerse lejos, pero sabía que todos eran iguales. La música de la matanza.

A trescientas yardas de donde se encontraba se alzaba la Hermana  Malvada, con su largo brazo lanzando un puñado de cadáveres – CHUNK ¡PUM! – y allí volaban, desnudos e inflados, pájaros pálidos muertos dando vueltas como si no tuvieran huesos a través del aire. Los campamentos de asedio resplandecían con un aura chillón de rosa y oro, pero las famosas pirámides de Meereen destacaban negras a través del brillo. Algo se estaba moviendo sobre una de ellas, pudo ver. Un dragón, ¿pero cuál? A esta distancia, podría fácilmente haber sido un águila. Un águila muy grande.

Tras días escondido dentro de las rancias tiendas de los Segundos Hijos, el aire exterior olía fresco y claro. Aunque no podía ver la bahía desde donde él estaba, el gusto a sal le indicaba que estaba a cerca. Tyrion llenó sus pulmones de él. Un buen día para una batalla. Desde el Este el sonido de tambores llegaba a través de la abrasada llanura. Una columna de hombres montados se destacaron tras La Bruja, portando los estandartes de Los Hijos del Viento.

Un hombre más joven lo habría encontrado excitante. Un hombre más estúpido pensaría que era grandioso y glorioso, justo antes de que algún horrendo soldado esclavo yunkiense con anillos en sus pezones plantara un hacha entre sus ojos. Tyrion Lannister lo sabía mejor- Los dioses no me crearon para llevar una espada-  pensó- entonces, ¿por qué siguen poniéndome en el medio de batallas?

Nadie le escuchó. Nadie le respondió. A nadie le importaba.

Tyrion se encontró pensando en la que fue su primera batalla. Shae había sido la primera en despertarse, debido a las trompetas de su padre. La dulce ramera que le había complacido durante media noche estaba temblando en sus manos, como un niño asustado. -O había sido todo eso también mentira, una estrategia para hacerme sentir bravo y brillante?  Vaya máscara debería estar llevando-. Cuando Tyrion había llamado a Podrick Payne para que le ayudara con su armadura, se encontró al niño dormido y roncando. -No era el chico más ágil que he conocido, pero al final era un escudero decente. Espero que encuentre un hombre mejor a quien servir.

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