La conocía de pequeña, fui mi amiga en el jardín, éramos la una para la otra y simplemente no lo vi venir.
En séptimo grado empezaron a entrar chicos a nuestra vida, más en la de ella que en la mía obviamente, pero lo entendía. Los chicos son aburridos y una pérdida de tiempo, pero ella no compartía ese pensamiento conmigo.
En onceavo grado, ya a punto de graduarnos hicimos una promesa inquebrantable y fue:
"Jamás nos vamos a abandonar así sea que estemos enojadas, porque si necesitamos ayuda vamos a estar la una para la otra".
Cumplimos la promesa con el pasar de los años, la acompañé en su primera fiesta universitaria, en su primera borrachera, me subí al auto que manejaba ella por primera vez.
Fuimos de viaje, recorrimos muchas ciudades y después nos alejamos por decisión de la vida, ella siguió con sus amigos y compañeros de trabajo y yo seguí con los míos, pero no nos malinterpreten, aun nos seguimos viendo, como dos o tres veces al mes, pero ya no como antes, cuando era diario.
Ayer, ya ambas con treinta y cinco años nos volvimos a ver, fuimos a cenar como viejas amigas y me entrego un sobre, ese sobre contenía algo que ella siempre quiso en su vida y añoraba con locura, la invitación de su casamiento.
Me pidió que fuera su dama de honor y como es lógico, yo acepte.
Y aquí esto, al pie del altar junto a ella escuchando y viendo como intercambian los votos y deseando con lo más profundo de mi corazón que ella sea feliz.
Aunque no sepa que la amo desde que teníamos 18, jamás romperé nuestra promesa, solo fue un amor no correspondido para mí.
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