Un día la vi y me enamoré.
No era fácil admitir que me gustaba sabes? Tenía una apariencia que cuidar.
Por mi forma de ser con los demás me creían un tipo de chico malo, el que no le importaba nada ni nadie. Me gustaba que creyeran eso, les hacía pensar que nada me destruiría.
Ella llegó, justo como un rayo. Iluminando todo a su paso, me iluminó tanto que me cego.
Me encantaba verla, era de admirar por esa belleza tan peculiar.
Era imposible no hablarle, cada palabra escrita era un gran descubrimiento para mi sobre ella.
Me empezó a gustar y lo acepté, no creí que fuese necesario negarlo, me gustaba que me gustara.
Ella me contó de un viejo amor, la escuché porque queria saber como sentía, como pensaba y como se expresaba.
Me contó que el rompió su corazón, la lastimó y aún así ella no lo olvidó.
Se sentía como si lo hubiese perdonado después de todo.
No la juzgue, no me parecía correcto.
Nuestros mensajes eran de día y noche sin parar, ya era rutinario.
Empecé a ser tierno con ella, este no era yo pero por ella lo valía, empezó caer mi imagen de chico malo frente a ella y nuevamente no lo evite.
Ella me lastimo, sentí cuando mi corazón se agrieto y su caída de pedazos, con un simple mensaje ella me arruinó.
Sabía se esté no era yo y ahora igual dejé de serlo, me faltaba algo que me predecía y no sabía que era.
Ya las mañanas no eran alegres, no tenían esa calidez que las caracterizaban, ya no eran como antes.
Solía querer que se acabarán los días así de rápido como salía el sol en las mañanas, cada respiro era alargar el sufrimiento.
Ella me lastimo como nunca nadie lo había hecho y aún así no la pude odiar.
Espero un día esta carta llegué a manos de ella, me gustaría que supiera que nunca la odie ni me arrepentí de haberla conocido.
Sólo odie como me sentí, como dejé que me afectará.