Prólogo

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Tres meses atrás...

Aquella noche, la carretera se sumía en completa oscuridad y el único sonido que podía percibirse era el del viento golpeando las finas ramas de los árboles.

Richard, el padre de Stella introdujo las llaves y arrancó el coche tan rápido como pudo para huir lo antes posible de la pesadilla en la que habían vivido durante un largo e interminable año.

Emery, su madre, quien iba en el asiento del copiloto, entró en pánico, aunque no siguieran allí, no podía quitarse de la cabeza todo lo que había visto allí dentro, algo que le dejaría secuelas para toda su vida. Sin embargo, Stella no sentía nada, sus ojos estaban abiertos como platos mientras miraba embobada a un punto fijo, recordando todo lo que también había visto con sus propios ojos, todas aquellas atrocidades que no tenían lógica. Tenía la certeza de que no era natural. Poco después se recuperó del shock.

—Papá, ¿a dónde vamos? —preguntó tras ver como cada vez ascendía más la velocidad.

—Nos vamos con los tíos.

Pensó que aquello se encontraba muy lejos de la que era su casa, más o menos una hora en coche y Richard estaba en pésimas condiciones para lograrlo.

—No deberías conducir tan rápido —replicó.

Emery hablaba sola, cuestionando todas y cada una de las cosas que había sucedido tras esas paredes malditas.

—No es normal, aquella cosa no era de este planeta, tiene que haber sido nuestra imaginación.

—No, era muy real, esa cosa los mató...

Todos se quedaron en silencio hasta que Richard comenzó a llorar.

—Todo lo que teníamos lo hemos perdido... Nuestra casa, nuestras pertenencias... Nuestro perro.

Stella escuchó lo último y cayó en una tristeza que consumió hasta la última parte de su ser.

De repente, algo se escuchó pasar por delante del coche hasta alcanzarlo y causar un fuerte impacto.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Emery bastante exaltada.

Richard paró el coche y decidió salir para ver qué había ocurrido. El corazón comenzó a latirle más rápido de lo normal.

Al bajar, encendió la linterna del móvil y alumbró el capó del coche hasta lograr ver el motivo del impacto.

Era un ciervo. Típico de carreteras en los bosques, pero no podía seguir conduciendo si no lo quitaba del medio.

A medida que usaba la fuerza, sus músculos estaban cada vez más cansados ​​y sus ojos comenzaban a apagarse. Lo cierto es que aquel día no había dormido nada, fue el peor de todos sin duda, uno que le había causado tanto trauma hasta el punto de distorsionar su propia realidad.

Emery se percató de que tardaba más de lo normal y sus nervios no ayudaban en absoluto.

Decidió salir.

—Déjame ayudarte.

Mientras conseguían sacarlo, una voz tarareando algún tipo de canción durante unos ligeros segundos se escuchó dentro del bosque.

—¿Has escuchado eso? —preguntó Emery.

—No. Deberíamos terminar.

Emery siguió hasta que de nuevo escuchó la voz, pero no lograba entender lo que decía hasta que se repitió tres veces.

Mátalos a todos —decía la voz aguda y suave.

Emery sintió que estaba en su cabeza, pues no se escuchaba desde un punto en concreto, sino que venía de todos lados.

—¿Por qué debería? —respondió.

—¿Deber qué? —preguntó Richard mientras llevaba al ciervo fuera de la carretera.

Emery volvió a lo que estaba haciendo, pero la voz volvía a llamar su atención.

Estoy aquí.

Aquella vez, la voz se escuchó en un punto concreto y cuando miró, volvió a ver a lo que describían como «esa cosa» al fondo del bosque.

—No puede ser verdad —susurró mientras daba un paso hacia atrás.

Su cuerpo se paralizó por completo y aquella cosa cada vez se acercaba más a ella. Era como si estuviera hipnotizada y fuera a adueñarse de su cuerpo.

—Ya podemos irnos.

Emery sintió que sus manos y piernas tenían vida propia. Inconscientemente, caminó hasta el maletero y lo abrió. Miró una barra metálica que había y por alguna extraña razón sintió un odio y rencor inmenso hacia su marido y su hija.

Stella miraba a través de la ventana y comenzó a sentir escalofríos. Algo no andaba bien y ella podía notarlo.

—Emery, tenemos que irnos cuanto antes —replicó nuevamente Richard.

Se acercó a ella, puso una mano sobre su hombro y reaccionó girando todo su cuerpo hasta quedar frente a él.

Richard sintió que no era la misma, algo había cambiado, su mirada estaba vacía, sin emociones, tampoco era normal su color de piel, parecía más pálida de lo normal, podría llegar a decir que comenzaba a convertirse en tonos morados.

—¿Te encuentras bien?

Tras aquella pregunta, Emery actuó clavando la barra de metal que poseía en su estómago, hasta que lo atravesó por completo. Richard comenzó a expulsar sangre por la boca, al igual que por el agujero que la barra formó en él. Cayó de rodillas frente a ella, y, sin comprender nada y pensar que no podría ir a peor, golpeó su cabeza hasta caer inconsciente, formando un gran charco de sangre sobre el asfalto.

Stella fue totalmente consciente de ello y sabía que aquella no era su madre, algo había pasado cuando se bajaron del coche.

Se levantó de su asiento y corrió a cerrar ambas puertas para después poner el seguro.

—Quítalo ahora mismo y déjame montar en el coche.

—¡¿Qué le has hecho a mi padre? —gritaba mientras lloraba desconsoladamente.

Arrancó nuevamente el coche y pensó que sería buena idea conducir ella. No tenía mucha experiencia, pero su madre, antes de toda la tragedia, le había enseñado lo básico.

—Ese no era tu padre, ¡intentó matarme!

—Deja de mentir, lo he visto todo.

Emery comenzó a llorar.

—Créeme, te digo la verdad, dudo que lo hayas visto bien entre tanta oscuridad.

Stella comenzó a sentir pena por Emery, aunque le daba miedo verla con la sangre de su padre por toda su cara y manos, mientras aún empuñaba la barra con la que lo había asesinado.

Luego de unos segundos de intensas miradas, Stella tomó la decisión de seguir el camino sola.

—Deja de intentarlo, tú no eres mi madre —concluyó.

Emery comenzó a golpear la ventana con la barra hasta que rompió el cristal.

Stella pisó el acelerador y huyó de allí.

—Te encontraré, te lo aseguro.

Desgraciadamente, algunos fragmentos de cristales se clavaron en su piel, causando un ligero dolor, pero en aquel momento, aquello no era nada en comparación con todo lo que había ocurrido.

DESTELLO EN LA OSCURIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora