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||𝕮𝖆𝖕í𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖔𝖈𝖍𝖔||

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<<𝙻𝚊 𝚜𝚊𝚗𝚐𝚛𝚎 𝚙𝚎𝚛𝚍𝚒𝚍𝚊>>

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<<𝙻𝚊 𝚜𝚊𝚗𝚐𝚛𝚎 𝚙𝚎𝚛𝚍𝚒𝚍𝚊>>

Capítulo especial

El reloj se balanceaba dentro de las paredes acolchonadas de aquella habitación. Su entorno se encontraba demacrado por la humedad y la vacilante sensación de vacío. Lo único que se escuchaba era el eco del engranaje con el que avanzaban las manecillas, y no estaba de más agregarle el miserable olor a farmacéuticos oxidados dentro de la sala sensorial en la que ahora yacía acostada. 

Llovía. Fuera y dentro. Las gotas ácidas se metían por los pilones viejos de las lonetas, y se dejaban caer al suelo, despavoridas. No había ventanas, no había muebles, no había nadie con quien compartir los sueños ajenos, ni alguien a quien platicarle las pesadillas. Sólo...paredes rústicas y lonetas sucias. 

La camisa de fuerza le empezaba a abrir costras en la espalda. Era la cuarta vez que se la ponían en esta semana, y la cuarta vez que lograba zafarse de ella en un suspiro. Los doctores no querían ponerle más seguros porque de una manera auténtica lograba quitárselos todos de un empujón, y tal vez, de una quebrada de huesos. No entendían, como su única paciente deteriorada, y mujer, además, podía librarse de aquella camisa en un santiamén. 

¿Habrá descubierto el arte de la soga?, algunos lo llamaban así por su ineficiente material, que se lograba romper como un látigo de cuero si lo dejabas a la humedad, sin embargo, cualquier enfermo mental que se encomendaba a este hospital no podría saber eso: están tan metidos en el mundo que ellos mismos crearon, ocupados con sus propios fantasmas, soñando el día en que sean liberados de este psiquiátrico; que no podrían saber siquiera de que están hechas las vitaminas que se tragan cada viernes en la noche, o los electrolitos de "durazno", que en realidad sólo es hierro calcificado con un horrible sabor a sangre. Todos estaban perdidos. Todos excepto Alejandra. 

Que quince años le han servido para entender al incapacitado personal que merodeaba las salas y los rincones, los pasillos y las habitaciones, la cafetería y el menudo comedor a lado de la sala de espera. Todos los lunes a las dos, salen a comer, todos los martes a las tres, los doctores cambian de turno, los miércoles y los jueves, cambian de habitación a los recién llegados, y los viernes antes de las ocho vienen estrictamente a revisarla a ella. Sólo para percatarse que no tiene la camisa de fuerza, y aun así, no les hace daño. 

Y nunca cambiaba la precaria rutina. 

Despertar, desayunar, analizar, exámenes mentales: <<¡Ha mejorado, eso es bueno!>>, <<¿Mejorado?, pura mierda, si estuviera mejorando ya hubiera salido de aquí hace mucho tiempo>> y era así, desgraciadamente. Luego de las doce, venían los electroshocks, desgaste físico, más no metal, ella seguía siendo alimentada por la venganza. A partir de las tres, cebo, (si es que no había otro nombre para llamar a la comida que sirven en el comedor): revoltijo de pollo y vegetales, algunas veces solo pollo.  

𝕽𝖊𝖉 𝖎𝖘 𝖕𝖗𝖔𝖍𝖎𝖇𝖎𝖙𝖊𝖉 || Rusmex [✔COMPLETA✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora