𝟎𝟔

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¿Por qué?

¿Por qué cada persona que amaba se iba de su vida?

¿Era él?

¿Todo desencadenaba en que simplemente, no había nacido para recibir el amor de nadie?

Primero sus padres, sus amigos, sus antiguas relaciones.. y ahora Gustabo.

Era oficial: habían roto, y él seguiría sólo en ese gran apartamento que sólo lo deprimía aún más, preguntándose constantemente por qué mierda nadie en su vida se mantenía mucho tiempo a su lado.

De hecho, lo sabía desde hace mucho. Parecía estar destinado a vivir para perder a las personas que llegue a querer; para amar a alguien como amó a Gustabo, y perderlo a pesar de desvivirse para evitarlo.

Pero no podía derrumbarse; tenía que seguir con en plan de la mafia, tenía que matar de una vez a Jack Conway, y entonces, podría irse y dejar atrás toda su vida en Los Santos, como siempre quiso.

Bueno, no realmente, porque el día que tomara ese avión a cualquier otra parte, no tendría a Gustabo a su lado.

Joder, como amó a ese chico.. recordaba con cariño y dolor esas noches en las que llegaba harto de vivir a su apartamento, pero era cuestión de ver al rubio sonriéndole para que todo valiera la pena.

Porque Gustabo García le sonreía, y todos sus problemas huían de la alegría que ese chico irradiaba, misma que le contagiaba a él sin siquiera darse cuenta.

Pero ahora no quería saber nada más de él. Todo se había acabado y lo que más le dolía a Armando, era que sabía que el chico de ojos celestiales que tanto amaba también sufría.

Conocía a Gustabo mejor que muchas personas, y sabía que si su relación no le importara, no lo habría llamado para darle esa oportunidad hace un mes y medio.

Pero lo hizo. García lo intentó, pero no era ningún gilipollas, y no se quedaría esperando a alguien que no sólo le ocultó un gran secreto durante años, sino que ni siquiera estaba dispuesto a dejar el lado criminal por él.

¿Acaso valía tan poco?

Desde hacía un mes y medio, cuando rompió con Armando, había vuelto a tener pesadillas en forma de recuerdos, recuerdos de sus días con Aiden.

Como estaba retenido en esa horrible casa que olía a alcohol por donde fueras, como cada día él regresaba y, bebido o no, buscaba la más estúpida razón para reventarle la cara a golpes. Las cosas que le decía cuando estaba tirado en el suelo, llorando y rogándole que se detuviera, eran probablemente lo que más lo marcó.

Le decía que nadie iba a amarlo jamás, porque no se lo merecía. Que era un estúpido por creer que su hermano realmente lo quería. Que no lograría nada en esta vida. Que era una basura, que merecía ser tirada. Peor que nada, y desgastándose cada día un poco más, perdido y hundido en la toxicidad de Aiden.

Pero entonces su hermano llegó al rescate. Lo sacó de la casa y arrestó a su ahora exnovio, y gracias a las influencias de Michelle, logró que fuera deportado. Él jamás volvería; no podría hacerle daño de nuevo.

Sin embargo, los traumas que esa relación le dejaron fueron tales, que no quería ni acercarse a Armando al notar que lo miraba con los mismos ojos que creía haber notado en Aiden.

Pero gracias a Horacio, decidió darle una oportunidad, e incluso después de todo lo ocurrido, no se arrepentía.

Los primeros meses tuvo lo que Aiden jamás le dio; respeto total. Armando bajó ningún concepto lo hubiera tocado sin su consentimiento, mucho menos para lastimarlo, y fue eso lo que le demostró que tal vez, su exnovio mentía, y que si había alguien que podía amarlo del modo en el que él no lo hizo.

La dulzura y caballerosidad que Grúas demostró desde el momento uno lo convencieron de que eso no sería un mero intento de relación, y sólo le tomó poco menos de un año de formalidades para abrirse con Armando.

Le contó acerca de Aiden, y él lo escuchó con atención durante la hora y media que se la pasó entre dolorosos recuerdos y traumas renacientes.

Pero todo eso se calmó cuando los fuertes y cálidos brazos de Grúas lo rodearon con todo el amor que jamás había recibido de nadie más, y entonces lo supo: era él.

Simplemente lo era. El hombre de sus sueños. Todo lo que Aiden jamás fue ni sería, Armando lo era.

Y por eso jamás tuvo miedo de estar en peligro cuando le confesó lo de la mafia. Internamente sabía que ese hombre sería el primero en dar la cara por él, y que jamás permitiría que alguien le tocara un pelo para hacerle daño.

Pero ese no era su problema, el problema era que le había mentido descaradamente durante tres años en los que él le contó cada secreto que tenía, porque confiaba en Armando más que en cualquier otra persona.

Esa era la razón por la cual le dolía que todo hubiera acabado.

SECRETOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora