Capítulo 12

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Nadine D'Angelo

Mi plan de urgencia de conquistar a Kaylan se atrasó cuando esta mañana se apareció en mi puerta para despedirse. Gracias a los sucesos ocurridos, él, su hermano y su padre tenían que viajar a México y a Francia por alrededor de una semana, si las cosas salen bien. Aparentemente iban a finalizar unos tratos y presentar otros que los ayudarían con la delincuencia en Ginebra. Quise preguntarle más al respecto, pero ya se iba.

Sus palabras de despedida fueron:

"Puedes ir a nuestros pequeños secretos cuando quieras, solo se disimulada. No te metas en problemas mientras no estoy. Se amable y sonríe mucho. Algunos creerían que con la ausencia de mi padre todo es más tranquilo, no conocen a mi hermana. Si tienes algún problema ve con Leo, es de confianza. Él te cuidara".

Así que aquí estaba. Con esta gran biblioteca para mi sola. Me aterraba, a decir verdad. Después de recorrer algunos estantes me rindo. Ni siquiera sabía lo que hacía, mi método no funciona. Me siento en el piso y tallo mis sienes.

¿Cómo cojones voy a encontrar ese maldito libro? Estoy casi segura de que esta aquí, puedo sentirlo. Es como si me llamara.

Me acuesto en el piso sin ganas. No nací para esto.

Son cientos y cientos de estantes. Ni en un millón de jodidos años.

Respiro con profundidad, solo escuchando mi corazón latir con lentitud. Golpe el piso formando una cancioncita, el silencio absoluto o me causaba tranquilidad o temor. Necesitaba un poco de ruido.

Tac, tac, tac, tic, tic, tic, tac, tic, tac, tic, tac.

Cuando voy por la sexta repetición me detengo. Y pego más mi oreja al piso de madera.

Golpe un pedazo del piso. Sólido. Seco.

Otro pedazo de piso, lo golpeo. Hueco. Rebotante.

Me detengo en seco y miro el piso. Paso mis manos por la madera, por sus bordes, buscando algún indicio de que se abran. Nada. Pruebo con más pedazos de madera, cuatro de ellos juntos, formando un rectángulo, son huecos. No puede ser una coincidencia. Me arrastro por el piso buscando alguna esperanza.

Cuatro huecos, cinco sólidos, seis huecos, cuatro sólidos, siete huecos, tres sólidos, ocho huecos, dos sólidos, nueve huecos, un sólido. Me detengo viendo que he llegado a la mitad de la sala. Podría jurar que es exactamente la mitad. Miro el piso y empiezo a tocar la madera. Diez maderas huecas, formando un perfecto cuadro ahora visible a mi vista.

Intento levantar la madera, encajo mis uñas en sus bordes, lastimándolas, pero nada. Acerco mí vista lo más que puedo a los bordes para ver si veo algo. Y ahí está. Una diminuta cerradura escondida en los huecos.

Mi corazón late con fuerza. Esta era mi salida, posiblemente. Entonces la veo, la llame más diminuta que jamás haya visto, tirada, como si alguien hubiera tenido mucha prisa para esconderla y solo la haya botado hacia debajo de un estante.

Hoy es mi día de suerte. Tiene que serlo.

Me tiemblan las manos cuando sujeto la llave y la introduzco en la cerradura.

El sonido del "click" al abrirse fue sin duda lo más hermoso que escuche en mi vida.

Y como si todo se alineara perfectamente, como si el mundo o el destino lo quisiesen. Ahí estaba, podría jurar que ese era el libro. Lo suficientemente negro para que se camuflaje ara con la oscuridad del pequeño escondite. Lo tomo con delicadeza. Es más delgado de lo que me lo describieron. Saco el libro y meto mi mano buscando algo más, mis dedos tocan más cubiertas de libros, saco uno de ellos. Es casi idéntico al primero que saque.

Corona de HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora