En el aro de fuego

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En el aro de fuego


Los soldados caminaban cada vez más rápido con sus espadas relucientes y sus escudos alertas.

—¿Qué hacemos? —preguntó Minos.

Faltaba poco para que el capitán Malleus indicara el ataque. Elijah no hablaba, parecía meditar en algún otro lado, Evan pensaba en qué hacer, si tan solo el cuerpo le respondiese, correría hacia los soldados y comenzaría a dar estocadas y mandobles con aquella espada brillante que colgaba de sus manos.

—¡Vamos! —exclamó el capitán Malleus—. Han escapado y correteado entre El Bosque de las Raíces Blancas durante estos largos y duros días, ¿y se dejarán capturar tan fácil?

—Incitar al enemigo para que imponga algún tipo de resistencia, no es recomendable en una misión —le reprimió su compañero, sin levantar la voz.

—Oh, Sirdul. No estoy incentivando al enemigo, estoy incentivando a nuestros soldados.

—Si usted quiere incentivar a los soldados ¿por qué no se dirige a ellos?

—Pues lo hago, pero de forma indirecta.

—No lo ha hecho de ninguna forma.

—Sí que lo he hecho, escucha. Tú dices que una victoria segura es en la cual el enemigo no impone resistencia, ¿no es así? —habló Malleus como dando una clase.

—Una victoria sin pérdidas de ningún tipo es una victoria ejemplar.

—Oh, en eso estamos de acuerdo, ¿pero de qué sirve una misión si no existe ninguna complicación?

—La misión ejemplar es toda aquella que se lleva a cabo sin complicaciones —le espetó Sirdul con voz monótona.

—Exacto, pero las misiones sin complicaciones son llevadas a cabo por guerreros formidables y, cuéntame, Sirdul. ¿Cómo se construye a un guerrero formidable?

Sirdul parecía meditar entre páginas de textos y clases de lógica y estrategia militar.

—Pues, el soldado formidable, se construye a base de las más dificultosas complicaciones —le respondió Malleus como quien dice una obviedad—. Lo que nos lleva a nuestra primera pregunta ¿De qué sirve una misión dónde no existen complicaciones?

Malleus esperó, por unos pocos segundos la respuesta de Sirdul, pero este no la encontró.

—De nada, Sirdul, y por ello invito al enemigo a defenderse. Para que nuestros soldados sean aquellos guerreros formidables que tanto deseamos y necesitamos.

—Entiendo… —le respondió analizando cada palabra que Malleus le arrojaba.

—¡Qué bien! Ahora, observemos el campo de batalla —dijo con severidad.

Los jóvenes se encontraban entre la espada y la pared. Los soldados parecían títeres esperando una orden que pronto llegaría.

—Tenemos que hacer algo —insistió Minos.

—¿Pero qué? —le respondió Elijah.

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