¿Qué hacer?

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¿Qué hacer?


Era temprana la mañana cuando Joseph golpeó la puerta de la austera y silenciosa cabaña de los privilegiados. Evan, que, al no querer caminar una vez más por aquellos senderos oscuros y helados, tuvo la osadía de preguntarles si podía pasar la noche allí, con ellos.

La noche, oscura y profunda, era testigo de como los jóvenes terminaban aquel guiso de verduras tan delicioso como los más finos manjares de esas tierras. Luego de un tiempo y que Elijah se ocupara de los cuencos de madera y demás cosas sobre la mesa, los jóvenes hablaron vagamente sobre cuestiones triviales sin tanta relevancia, fue allí cuando la idea de volver a su cabaña cruzó por la mente del nuevo capitán, sin embargo, el tétrico camino era de lo más indeseable para un joven fatigado por el comer hasta no poder más.

—Es por ello que aquel Tüxöz casi nos gana —le contaba Minos a Elijah sentado en una silla frente a él.

—Eh… chicos… —lo interrumpió Evan sentado junto a Elijah.

La habitación estaba helada y no había chimenea en donde calentarse, tan solo algunas velas esparcidas a lo largo y ancho de la cabaña.

—¿Qué? —ladró Minos molesto por la interrupción.

—Está helando a fuera y… yo, digo, no quiero… —comenzó a balbucear mientras el valor y el coraje se consumían como la más endeble de todas las velas allí presentes.

—Se ve que ese Sirdul te ha dejado sin poder hablar de nuevo —se burló Minos y rio.

—Cállate, déjalo hablar —le espetó Gia mirándolo con odio—. ¿Qué ibas a decir, Evan? —preguntó que se encontraba sentada en el sillón de mimbre al lado de Minos.

—Nada.

—Vamos, no te avergüences, dilo —lo animó con curiosidad.

Y tras pensárselo un segundo y observa el rostro delicado de Gia, se decidió a decir:

—Nada, tan solo les iba a preguntar si podía quedarme aquí esta noche, no quiero caminar hasta mi cabaña, sé que no está muy lejos, pero de todas formas no es una buena idea.

Gia y Elijah se vieron las caras y luego giraron la cabeza hacia Minos, este alzo las cejas y soltó un pequeño bufido de derrota.

—No hay problema, puedes quedarte, hay algunas mantas de más, eso sí, tienes que dormir aquí —le comentó Gia mientras golpeaba el sillón en el cual estaba sentada.

—Gracias, está genial.

Los jóvenes, luego de este acuerdo extraño y novedoso entre ellos, siguieron hablando unos minutos más, pero el cansancio y la falta de luz dieron paso al sueño, por lo que cada uno se recostó en su sitio y allí durmió, con placidez, rodeado de aquella oscuridad que no solo significaba la ausencia de luz, sino también la de paz.

Luego de unos golpes ruidosos, pero calmados y hasta rítmicos, Evan, que recién abría los ojos ante los rayos matinales que se filtraban por las rocas y las maderas agrietadas de las paredes, caminó envuelto en un abrigo grande de color marrón que uso a modo de manta la noche anterior, pues hacía mucho frío y las matas que Gia le ofreció no bastaron para evitar por completo el frío que lo había envuelto durante el trascurso de la noche.

Los PrivilegiadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora