Sin brindis ni canciones

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Sin brindis ni canciones


—¡¿Tú de nuevo?! —le gritó Minos—. Veo que quieres sentir el calor de la batalla una vez más.

Sirdul lo observó y no habló, tan solo se mantuvo allí, observando y esperando, como quien espera el principio del fin.

—Vamos, anciano… ¿En serio se resistirán? Tal vez, si obedecen como perros fieles, vivirán todos —dijo Yoxu en su lengua.

—Oh, mujer desagradable, ya no hables —exclamó Joseph y, para sorpresa de todos, se volteó y comenzó a caminar hacia la escalera.

—¿Qué hace? —susurró Gia.

—No lo sé —le respondió Elijah.

—¡Üldo össki! —gritó el hombre robusto y alto desde detrás de Yoxu.

—Küünöm, Tüxöz. Texüzyo komdimunös —dijo la mujer poniéndole una mano en el fornido hombro.

—¡Alto ahí! —había dicho Tüxöz en magno.

—Calma, Tüxöz. Déjalo continuar.

El hombre resopló y clavó sus ojos grandes y verdes en la espalda del anciano.

Joseph continuó con su caminar y, a cada paso, los jóvenes retrocedían imitándolo. ¿Por qué los había dejado en aquella situación? Cuatro contra ¿veinte? Era riesgoso y muy peligroso, ¿qué tenía en mente? Lo que si era bien sabido por todos, era que Joseph nunca hacía algo sin ninguna razón aparente.

—Anciano valeroso —afirmó Yoxu para sí—. Algo trama sin duda, ignorarlo puede ser peligroso, después de todo, es viejo y los viejos, así débiles y lentos, pueden generar muchos obstáculos.

—Debemos impedir cualquier cosa que hayan planeado, aunque observa aquellos chicos, se ven desorientados —afirmó Tüxöz.

—No lo dudo, pero confiar en la apariencia del enemigo es un error que solo los tontos cometen —recitó Yoxu y, tras parecer meditar, habló con firmeza, como solo un capitán respetado y exigente puede hacerlo—. ¡Toyoo! —gritó y el hombre Magno al lado de Tüxöz, se acercó.

Este era un poco más bajo que su compañero y más delgado, su rostro, encogido de tupidas cejas y barba abarcadora, se mostraba inexpresivo.

—Escoge tres soldados y sigue a aquel anciano, no lo ataques aún, solo vigílalo hasta que te lo ordene —le ordenó Yoxu y este asintió, volteó y le indicó a tres soldados, a una mujer y dos hombres, que lo siguieran.

Luego de que los cuatro saltaran del muelle hacia el suelo del pueblo y caminaran a la misma velocidad que Joseph, Yoxu habló una vez más:

—Los demás, prepárense. Incluso tú… Mestizo de otro Reino —le dijo a Sirdul.

Este entendió muy bien lo que Yoxu le había ordenado, ya que entendía con facilidad aquel idioma rústico, sin embargo, no lograba siquiera pronunciar una sola palabra de manera correcta.

—¿Qué hacemos? —preguntó Minos con la mano temblando y lista para defenderse.

Elijah observó a Gia y esta asintió. Luego ambos jóvenes hicieron brillar sus palmas y tronaron los dedos al unísono, los tablones de madera del puerto se enredaron en las piernas de sus enemigos. Un instante después una viga ancha y de roca negra surgió debajo de sus pies a gran velocidad. Este había sido un movimiento rápido y planeado con anterioridad por parte de ambos. Sin embargo, esta enorme viga apenas llegó a tocar de manera superficial el suelo del puerto, tan solo algunos soldados fueron alcanzados por el ataque, ya que, Yoxu, la capitán de aquel pelotón, había tronado los dedos un instante después, por lo que la enorme viga de roca se convirtió en una gran cantidad de polvo arenoso.

Los PrivilegiadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora