Fragmento: Los hijos de los dioses

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... Los Dannan capturaron a la Bestia Inmortal con redes de espinos y zarzas, haciendo que  rugiese con tanto enojo que la tierra tembló con cada alarido que echaba.

Los gritos llegaron hasta el inframundo, asustando a todas las almas. Por ello los Fomore ascendieron y con cadenas de sombras y hielo le arrancaron el alma del cuerpo y con un puñal de fuego y hueso cortaron la vida que los unía.

Una vez muerta la que nunca habría de morir, los Dannan descuartizaron su cuerpo para que su alma nunca pudiese volver a ocuparlo.

La sangre con el poder de la bestia fue regada por las moradas de los dioses para que su inmundicia desapareciese. El caos se disolvió y nunca más volvió a aparecer, pero la sangre bendecida dio a luz a seres puros que existían en harmonía con el mundo. Los dioses los llamaron espíritus y les dieron el don de la libertad.

La carne que arrancaron la arrojaron en pequeños trozos por todo el mundo para que nunca pueda fortalecer al engendro del caos. Pero la carne, vacía del poder que le otorgaba la sangre caótica, se nutrió de la vida que las rodeaba y los trozos se convirtieron en los animales que poblaron la tierra.

Entonces solo quedaron los huesos, que pulverizaron y arrojaron a las tierras externas, donde el polvo se reunió y partes del espíritu de la bestia los animaron. Así nacieron los vetala, quienes codician los cuerpos ajenos.

Entonces los Dannan cogieron el corazón de La Bestia Inmortal, el único órgano que no podían destruir, y sobre él echaron gotas de su propia sangre y lo enterraron en lo más profundo del bosque sagrado. Pero el corazón permaneció inerte por miles de años, así que los Djinn vinieron desde los desiertos llameantes y le dieron el poder para crecer.

Pero el corazón permaneció calmo por miles de años, así que los Kullullu salieron de las aguas y le transfirieron la energía para moverse. Pero aun así el corazón no latía con suficiente fuerza, así que los Ourea nadaron desde las tierras visibles a las tierras oscurecidas con un hilo de oro en sus manos para conectar el corazón del mundo con el corazón de la bestia.

El órgano, bendecido por todos los cuatro clanes divinos, creció y se alzó sobre la tierra. Su carne se convirtió en madera y de esta surgieron hojas y flores que la adornaron. Luego crecieron sus frutos, hermosos y brillantes, que crecieron y crecieron, hasta que les salieron piernas, brazos y cabeza.

Los frutos se transformaron en personas de almas puras como espíritus y cuerpos perfectos como dioses. Y entonces cayeron hacia el suelo mientras exclamaban "¡Wakwak!", el nombre del árbol madre, quien los había soltado al momento de nacer.

Temerosos de que seres tan bellos se hiciesen daño al chocar, los Anemoi recogieron al vuelo a las nuevas criaturas. Y una vez en el suelo, las criaturas sin nombre invocaron a los espíritus, quienes eran sus hermanos de sangre.

Pero los espíritus como no tenían vida, no podían manifestarse. Así que los primeros, que eran inmortales, les dieron su vida eterna heredada por la bestia, lo que los convirtió en mortales, todo para que sus hermanos pudieran estar completos.

[...]

Los dioses enseñaron a la primera raza sobre el antes y el después, sobre el origen y final de todas las cosas y sobre el equilibrio entre la vida y la muerte. La raza primera aprendió rápido y decidió explorar el mundo.

Unos se encontraron con animales hermosos y espléndidos y, maravillados por su belleza, les otorgaron magia e inteligencia. Otros se encontraron con hermosas piedras de colores únicos y les otorgaron alma y poder. Y los últimos se encontraron con una tierra en el centro de todo y allí dejaron su legado [...].

La perdición de la luz y la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora