Capítulo 11

4 0 0
                                    

Los susurros invadieron el bosque de Tyr Na n'Og, informando a sus habitantes de las nuevas noticias. Desde los seres antiguos a los niños mortales, los espíritus apacibles y las bestias primitivas. Todos, incluso los encantados, fueron asaltados por los susurros de Tuthsaf, quien traía los mensajes de los dioses como su mensajero.

Unos sintieron miedo ante la inminente amenaza de los celestiales, otros esperanza por los elegidos que los protegerían y unos pocos incertidumbre ante la nueva era que se avecinaba con una guerra como su inicio.

Pero solo en cuatro lugares el viento provocó el actuar de los que lo escucharon. Una sacerdotisa culpable, un inmortal torturado, un joven inmigrante y una niña inocente.

Alzándose el vuelo, la primera recorrió los cielos en busca del druida, preocupada tanto por lo que le dijo con anterioridad como por la misión que había aceptado. Porque conociéndole habría dicho que si a cualquier cosa con tal de que le dejen salir del bosque con toda la libertad del mundo para matar lo que se le pusiese por delante.

El aire no oponía resistencia a su cuerpo por muy rápido que fuese, otorgándole una fluidez en sus movimientos que le permitía esquivar los árboles sin perder un solo ápice de velocidad. Eso la hizo capaz de cruzar millas enteras en unos instantes hasta llegar a la zona donde los elegidos residían antes de partir.

Era una isla en medio de un lago cristalino que reflejaba la luz de las auroras boreales que surcaban el cielo estrellado, cubierta por una arboleda de altos sauces llorones que escondían a un grupo de individuos muy heterogéneo.

- Vale, esto es raro. Juraría que cuando me dejasteis en ese lugar con comida estaba atardeciendo, luego cuando me encontré con Siora parecía la tarde, durante la charla con los sacerdotes siniestros definitivamente era mediodía y ahora es medianoche... ¿Esto es normal por aquí o estáis haciendo una excepción para que pierda la percepción del tiempo? -expuso Ladiel, quien descansaba en la hierba con el bastón a un lado.

Había aceptado más que nada porque no parecía tener nada que perder, pero por alguna razón mientras más tiempo pasaba en ese bosque, más empezaba a dudar de sus supuestos aliados.

- Ah, eso, es que el horario del bosque cambia dependiendo de la zona donde estés. Supongo que no te diste cuenta, pero con cada viaje recorriste cientos de kilómetros -le respondió Erilia con simplicidad mientras observaba la pluma en su mano.

Sentía familiaridad y nostalgia al verla y tocarla, pero cuando intentaba recordar más allá, chocaba contra un muro invisible que bloqueaba sus recuerdos. Da igual cuanto lo intentase, no podía ir más allá de la linde entre el olvido y el recuerdo.

- Algo me dice que no quiero saber por qué... -murmuró la caído, intuyendo que si preguntase, una serie de conocimientos prohibidos la harían estremecerse.

Aquel bosque lo que tenía de bonito, también lo tenía de siniestro. Nunca entendió porque hasta los arcángeles eran reticentes de atacar directamente a los dioses ekonianos, pero en ese momento podía imaginarse varias razones.

Además de que también estaba el asunto del bastón que le habían dado. Porque definitivamente ese trozo de madera no era normal. Su color plateado reflejaba hasta el más mínimo destello de luz que le rozaba, otorgándole una apariencia casi etérica en consonancia con la dureza y firmeza que sintió nada más tenerlo entre sus manos. Pero aparte de eso, no parecía tener ninguna otra cualidad remarcable.

Su poder era incapaz de atravesar la superficie del arma, por lo que no podía utilizarla como las espadas de fuego del Cielo, mientras que las extrañas energías que contenía la madera hacían que su textura suave se sintiese con tanto detallismo que la asustaba. Era como si la superficie de su piel que entrase en contacto con el objeto se tornase extremadamente sensible, lo cual la desconcertaba aún más.

La perdición de la luz y la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora