El horror la inundó cuando escuchó ese nombre. Ese maldito y condenado nombre. Así fue como acabó todo, aterrada por la resolución de que su antigua misión, aquella en la que lo sacrificó todo, había sido un fracaso.
Lo siguiente fue... oscuridad.
Entumecimiento quizás sería la palabra exacta para definir como se sentía en medio de la negrura. Aunque el concepto de sentir no se adecuaba a esa ausencia en su mente.
Luego llegaron los murmullos. Borrosos y lejanos. Esos se hicieron más intensos, se acercaron o ella se acercó a ellos. Todo su ser empezó a vibrar y una cacofonía de gritos inundó su entorno.
Podía oír llantos, gritos, súplicas, toses, espadas envainándose, caballos, carne siendo desgarrada, gruñidos, palabras, risas, golpes estruendosos... Y un crujido. Uno breve, como el de una rama cuando la pisas.
Entonces se hizo el silencio de nuevo.
Somnolencia sería la siguiente palabra que cruzó su mente. O al menos la idea de esa palabra. Era difícil pensar con claridad, construir letras. Estaba muy agotada. Solo sabía que flotaba, pero no dónde ni en qué dirección. Era relajante, mucho. Demasiado.
Se sintió ser llevada lejos y cuanto más profundo era arrastrada más perdía la noción del tiempo. Pero no le importaba. No iba a resistirse. Tenía sueño.
En algún momento fue despojada de su ropa. Se sintió frío, se sintió desnuda. Era muy incómodo estar así de expuesta, pero también era un tanto aliviador. Un peso que siempre había tenido encima se le había ido.
Fue en ese momento, cuando empezaba a acostumbrarse a su nueva forma de existencia, que algo tiró de ella hacía abajo. Era una sensación de ¿Velocidad? ¿Fuerza? ¿Caída?
No, la sensación era gravedad.
El brillo de las velas desterró las sombras y ella se estrelló contra el suelo. Dolía, escocía. Estaba aturdida y un poco mareada. Además, no ayudaba nada que el suelo fuera tan áspero y... ¿Frío?
Era extraño, pues los serafines adultos no podían sentir "frio". Hacía siglos que había dejado de sentirlo, aunque una parte de ella siempre lo había recordado. La molestia... la debilidad... Era horriblemente traumático.
Se intentó levantar, pero el peso en su espalda la empujaba de nuevo hacía abajo. Sus alas estaban estáticas e inmóviles, demasiado grandes para ella en ese momento.
Con cuidado consiguió ponerse de rodillas, aunque las piernas le empezaron a doler por la presión. Pero lo ignoró, porque estaba más ocupada intentando controlar los constantes espasmos que sufría su cuerpo.
Definitivamente algo muy extraño ocurría. El frío se sentía por toda su piel, sus extremidades no paraban de temblar y sus dientes hacían un molesto sonido de castañeteo. Quizás sufría algún tipo de patología o la había maldecido uno de esos repugnantes infernales.
En todo caso solo tenía que mover su poder interior y subir su temperatura corporal. No era difícil, ya que su cuerpo contenía siempre mucho poder. Se concentró en esa pequeña llama que siempre la había acompañado desde que tenía memoria. Debía estar en su pecho, calentándola de la forma en que todos los serafines eran calentados, cuidados, por sus respectivas llamas.
Buscó esa lucecilla en medio de la penumbra, pero... No estaba.
Miró de nuevo, más profundo. Y de nuevo nada.
Intentó sentirla, la presencia familiar que daba por sentada. Empezó a asustarte. Pero nada. No había nada. Solo un vacío helado.
Se había apagado su fuero interior.
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La perdición de la luz y la oscuridad
FantasyPor el pecado de la serpiente los ángeles perdieron su pureza. Y extendiendo sus alas en medio de la tempestad surgió el arcángel de la penitencia, que los purgaría a todos. Bajo el engaño de los falsos dioses los demonios quedaron atados a la corr...