Capítulo 3

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Por mucho que pensase, no encontraba forma posible de escapar. Con su cuerpo debilitado por la batalla y habiendo gastado tantas energías, un ataque directo de semejante nivel era mucho más de lo que podía soportar. Ni siquiera con sus alas de vuelta podría tener la seguridad de sobrevivir a tal potencia ofensiva.

Iba a morir, esa era una certeza.

Moriría sin poder matar a uno solo de ellos.

¿Cómo podría mirarle a la cara sin ni siquiera haber cumplido una parte de su venganza?

¿Cómo había podido pensar que siendo tan débil podía alcanzar una meta tan elevada?

Ella era un caído, un ser condenado a lo más profundo y bajo del fracaso.

Por eso iba a perderlo todo otra vez... Por no reconocer su lugar y dejar que la soberbia la cegase completamente.

La luz cubrió todo a su alrededor, impidiendo ver más allá de aquella estrella incandescente que se le acercaba a toda velocidad. Unas milésimas y se acabaría todo, tan poco tiempo para pensar, para despedirse, para llorar... Al final sus muertes sí se iban a parecer en algo, que fueron muy pronto y muy rápidas.

Y esos instantes finales, que deberían de ser solo un suspiro momentáneo, se le hicieron eternos, como un regodeo cruel del destino ante su irónico cénit. Por lo que, con un enorme pesar cerró los ojos y esperó por el fuego que habría de acabar con su lamentable existencia. Pero cuando por fin el sonido ensordecedor de la explosión se hizo presente, retumbando a su alrededor como el reverbero de una campana, su corazón siguió latiendo.

Porque el calor abrasador nunca llegó a quemarla viva, ni un poco chamuscada pudo quedar. Estaba viva e intacta, mientras un espíritu la miraba con sorna flotando por encima de su cabeza.

— ¿Sabes? Nunca he entendido la obsesión de los celestiales por el fuego. Quiero decir, lo que invocáis casi nunca son fenómenos naturales ¿Acaso no os dais cuenta de lo fácil que es para nosotros, los espíritus invernales, anular vuestras "llamas sagradas"? Es más simple incluso que tratar con el fuego demoníaco —Deiche se burló mientras el humo que les envolvía como si estuvieran en el ojo de un huracán se disolvía al volver la temperatura del lugar a su fría normalidad.

Era curioso como toda gratitud y alivio podían desaparecer para dejar paso a la irritación cada vez que Deiche abría la boca. En definitiva la única forma de que pudiera ser un príncipe azul es que se le cosieran los labios.

Y ella le habría gruñido en respuesta si no fuera por la extrema falta de tiempo, pues las dominaciones eran resistentes a los ataques de energía celestial y, al ser seres de naturaleza ígnea, el ataque de Sitael no les había causado ningún mal que no pudieran regenerar al segundo.

Para ella eran el tipo de celestial más molesto, puesto que, a pesar de su incapacidad mágica, sus llamas esmeraldas podían, a parte de sanar, dañar de forma grave con un costo de energía mucho menor al de los hechizos más simples. Además, sus (ridículas) patas de pollo tenían la fuerza necesaria como para tumbar a un mamut con facilidad y su complexión grande y robusta los hacía guerreros temibles (como un hombre-gallina con esteroides).

Desde su punto de vista el título de sanadores era solo para aparentar.

— Deiche, el Cielo posee muy poca agua ¿No recuerdas que la luz es etérea? Lo más normal es que convivan más con elementos ligeros como el aire, el fuego o la vida... —dijo Siora mientras apuñalaba a una de las dominaciones por la espalda, matándola en el acto al perforar su corazón.

Las siete dominaciones que quedaban se lanzaron al ataque ante la muerte de su compañero, pero fueron fácilmente repelidas cuando el espíritu arrojó hacía sus torsos una serie de cristales de hielo que los hizo retroceder a la par que destruía parcialmente sus protecciones.

La perdición de la luz y la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora