CAPÍTULO XLIII.

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Nunca se había sentido tan sucio

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Nunca se había sentido tan sucio. Sus ojos contemplaron con horror la escena bajo su cuerpo durante demasiado tiempo antes de poder reaccionar. El resultado de cumplir su deber como rey era una muchacha asustada, con los ojos encharcados y los labios hinchados por capturarlos bajo sus dientes con fuerza.

Se había disculpado numerosas veces y de numerosas maneras, pero parecía ser imposible hacer desaparecer esa sensación de suciedad de su piel, todavía, perlada en sudor.

Mina lo había hecho fácil. Había puesto todo de sí misma para que pasar por aquello fuera lo menos doloroso posible para ambos y, aun así, seguía sintiendo la culpa sobre sus hombros. Contemplaba el cuerpo cubierto de Mina respirar tranquilo entre las sábanas a su lado. Seguramente había parecido insensible y frío. Su mirada había permanecido congelada e impasible todo el tiempo mientras su interior ardía de sufrimiento.

Necesitaba salir de allí lo antes posible y tras cubrirse con una suave bata de seda, bordada con hilo de oro, se escabulló del dormitorio. Tan pronto abrió las hojas de la lujosa puerta de madera con incrustaciones los ojos de su abuelo, el padre de Mina y varios miembros más del consejo, se clavaron en su figura.

Intercambió una rápida mirada con el viejo, quién, tras revisar su aspecto, se la devolvió con una muesca de aprobación. Los demás, allí presentes, se inclinaron ante su presencia mientras se deslizaba con paso rápido hacía sus estancias privadas.

Entró empujando la puerta con fuerza, oyó el chasquido de la porcelana de uno de los jarrones de un mueble cercano al resquebrajarse contra el suelo.

Caminó directo al espejo viejo que descansaba en una de las esquinas de su dormitorio y observó su imagen con detenimiento. Aparentemente, todo parecía estar igual, pero a su vez, algo había cambiado. No parecía ser el mismo de siempre.

­—Mandé que os prepararan un baño caliente, Jeonha —murmuró, apareciendo tras su espalda.

Se giró tras oír su voz, pero no encontró lo que esperaba. Lejos de permanecer con su misma imagen amable y paciente, su joven consejero no parecía verse roto y abatido. Hizo una reverencia como saludo y esperó que le mirara para observar las consecuencias de aquel acto que acababa de acometer, pero sus ojos nunca llegaron a pasar de la altura de sus pies.

—Supuse que...— continuó, antes de detenerse un instante. —lo necesitaríais después de...

—Detente— le ordenó. —No finjas que no pasa nada, no puedo soportarlo, ni siquiera puedo mirarte a la cara sin sentir vergüenza.

El joven apretó los labios un instante antes de humedecérselos con rapidez. Sus manos se apretaban contra los costados de su cuerpo. Le había fallado a él también. Mina le pertenecía en cuerpo y alma a ese joven alegre de cabello oscuro. Ese joven del que no había rastro delante de él por mucho que se esforzase en permanecer impasible.

•❅ Oᴜʀ Tɪᴍᴇ ❅•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora