CAPITULO XXIII.

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Deslizó sus dedos suavemente, apartando varios mechones de pelo oscuro de su frente, descubriendo el pequeño corte que se había hecho, probablemente al golpearse contra la capa de agua helada cuando ésta se les tragó

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Deslizó sus dedos suavemente, apartando varios mechones de pelo oscuro de su frente, descubriendo el pequeño corte que se había hecho, probablemente al golpearse contra la capa de agua helada cuando ésta se les tragó.

La caricia fue tan sutil que no le despertó. Había caído dormido hacía un largo rato, tras el baño caliente y una cura.

Él también necesitaba dormir tras la tensión acumulada y las pocas horas de sueño de la noche anterior, pero su cuerpo se negaba a darle ese placer. Cubrió al moreno con las mantas cuando se incorporó y se deshizo de sus brazos, los cuales rodeaban su cuerpo.

Se revolvió brevemente y con un leve gimoteo se recolocó. Le observó un instante mientras su cara se volvía a relajar y continuaba descansando pacíficamente ajeno a su marcha.

Casi le había perdido. El fin había estado demasiado cerca para ellos. La muerte rondándole de cerca, tratando de arrancarle de nuevo a alguien valioso.

Se puso su bata oscura sobre la ropa. Hacía frío fuera de los brazos del otro y su cuerpo se lo recordó erizando su piel cuando se irguió.

Corrió la puerta con cuidado de no hacer ruido y con pasos decididos atravesó corredores hasta su destino. Tocó la puerta varias veces con su nudillo ganándose un gruñido y un grito desde el interior.

—Jung, lárgate —su ceño se encogió. —te mataré si vuelves a entrar.

Abrió la puerta de madera y asomó su cuerpo tras la rendija. La cara de Min se contrajo en sorpresa al verle.

—Seja —le saludó. —No os esperaba.

—¿Puedo pasar?

Min asintió levemente permitiéndole colarse en sus dependencias. Era un pequeño cuarto, con una pequeña ventana por la que apenas entraba luz. Los muebles eran escasos, los soldados no disfrutaban de grandes lujos. Un camastro, un arcón y una pequeña mesa era todo.

El soldado yacía en la cama, con ropas cómodas. Sin sus vestimentas. Sin su espada. Se veía diferente, quizá un poco menos imponente, más humano. Un joven de pelo largo y oscuro, recogido de forma reglamentaria en lo alto de su cabeza con un pasador y una piel extremadamente clara.

—Jung... ¿Os está molestando? —preguntó con cautela.

—No —murmuró. —No más de lo habitual.

Asintió dudoso por la respuesta. Tras ver esos últimos días a ambos compartir momentos pensó que su relación era buena y estrecha.

—Supuse que os agradaba —murmuró cambiando el peso de pie con nerviosismo.

—¿Qué hacéis aquí Seja? —preguntó, haciendo que levantase la mirada del jugueteo de sus manos.

—Quería saber cómo estabais.

•❅ Oᴜʀ Tɪᴍᴇ ❅•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora