CAPITULO IX.

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Su mano se elevó en la oscuridad, insegura y temblorosa, acercándose a la figura delante de él, ajena a las órdenes de su cabeza y fiel a los nervios que se hicieron un nudo en su estómago

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Su mano se elevó en la oscuridad, insegura y temblorosa, acercándose a la figura delante de él, ajena a las órdenes de su cabeza y fiel a los nervios que se hicieron un nudo en su estómago.

Las yemas de sus dedos, índice y corazón rozaron de forma casi fantasmal el labio inferior del joven, el cual dormía ajeno a todo. Un lunar que destacaba en la parte alta de su barbilla, justo debajo de su labio, capturó sus ojos para acariciarlo seguidamente con la punta de su dedo.

El joven dejó escapar un suspiro, asustándole, y giró la cabeza hacía el lado contrario humedeciendo sus labios aún en la inconsciencia, justo donde sus dedos habían rozado un segundo antes.

El pelo le cayó con más énfasis sobre la cara haciéndole arrugar el ceño. Le observó dormir unos segundos, totalmente fascinado. Su pecho meciéndose suavemente. Le resultó precioso. La mezcla perfecta entre un niño y un adulto. Ojos pequeños con pestañas cortas enmarcándolos, una nariz pequeña y ancha en la punta, boca de labios finos y rosados, su piel clara adornada con pequeños lunares sin un patrón determinado más que el azar.

Su mano volvió a elevarse y apartó el pelo de la frente del menor, molesto por que le robaba centímetros de carne que admirar. Con un suave aleteo de pestañas los ojos del chico se abrieron, congelando su mano en su frente. Sus pupilas oscuras recorrieron el lugar algo perdidas hasta encontrarse con sus ojos.

Mordió su labio inferior nervioso, devolviendo su mano rápidamente junto a su cuerpo, a la vez que el joven abría los ojos exageradamente y su cuerpo se tensaba.

Seja...—susurró con la voz ronca —Disculpadme, me he dormido.

Trató de levantarse, tropezando consigo mismo. Él se incorporó seguidamente tras él.

—Lo lamento mucho Seja, por favor perdonadme.

—Ambos nos dormimos —murmuró con la voz suave —No hay nada que perdonar.

—Sois muy amable y considerado Seja —dijo haciendo una reverencia hacía él.

Bajó la mirada al suelo y ambos permanecieron callados. Un fogonazo blanco iluminó la estancia un instante y, tras unos pocos segundos, un estruendo retumbó entre las paredes.

Había tormenta. Él amaba las tormentas, amaba el olor a tierra mojada, el sonido de la lluvia, las formas que los rayos dibujaban en el cielo, como su corazón se aceleraba con el rugido de las nubes al chocar.

Al contrario que él, Jungkook no parecía amarlas. El más pequeño se encogió sobre sí mismo rodeándose con los brazos mientras miraba hacia el techo, donde la fuerte lluvia que había comenzado a caer chocaba contra las tejas.

Le observó unos segundos antes de moverse hacia el baúl que descansaba en uno de los extremos de la pequeña habitación. Lo abrió y comenzó a rebuscar en su interior. Las pertenencias de su madre y su padre brotaron revueltas: ropa, tocados y joyas.

•❅ Oᴜʀ Tɪᴍᴇ ❅•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora