Capítulo 3, Parte 2

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Capítulo 3, Parte 2

Brígida trataba de contener las lágrimas, estaba en la cocina de la casa del abuelo Gustavo, ayudando a Nico a servir los platos.

— Deja, deja, y suelta ya ese llanto muchacha, que llorar cuando se está feliz, te hace más fuerte de alma. Si al cabo ya aprendiste que chillar estorba cuando estás tratando de salvar la vida, porque las lágrimas tapan la salida, ¡ora es cuando hay que llorar!

Brígida ya no pudo contenerse, se echó a los brazos de la nana, lloraba y hasta sollozaba como cuando era una pequeñaza. E igual que entonces mojaba las trenzas de la querida chacha. La sobremesa la llevó de nuevo a su familia. Para comprobar que no bastaba que el gran postre de ese feliz día, era estar juntos. Ya la charla estaba siendo acaparada por las acaloradas opiniones de suegro y yerno:

— Si serás… testarudo Carlos —subía el tono enardecido el abuelo Gustavo— si está clarísimo que la expropiación petrolera sólo trajo beneficio, ¡desde el primer momento!, a unos cuántos politiqueros populistas y a los dirigentes de ese nuevo sindicato, y al paso que nos llevan con tanto embute, más tributos fiscales a diestra y siniestra dizque para levantar la industria, por cierto más y mejor levantada no pudieron expropiarla, mira que te digo, ¡volveremos al tiempo de los aztecas, a ser vasallos de su tiranía, a cuando todo era feudo de unos cuántos sátrapas, ahora serán los líderes sindicales dichos caciques! No nos darán ni chance de ejercer de haraganes, ¡que nos están esquilmando, o si no, ¿para qué ocultan cuentas y ponen los haberes y utilidades como si fueran su caja chica?!

Interminables, las peroratas, las respuestas, el discurso de siempre, ¿y de los que allá quedaron, de los que tan bien les sirvieron, acaso no tenían responsabilidad para con ellos? Robando un cigarro de la petaca del tío Eduardo, Brígida se salió del comedor para pasear a gusto por los jardines. Debajo de la terraza, a la sombra de los pensiles, de fumada en fumada volteaba hacia la casa. Con todo y sus diferencias políticas, ideológicas, era mejor tenerlos juntos, pensaba, a ese par de absurdos rivales que eran su abuelo y su padre. Las paredes, las plantas de interior, los cortinajes, aun cuando se compincharan eran incapaces de tapar en su mollera lo que dejaba atrás, por unos momentos olvidarse de esa escena, repetida hasta la saciedad, padre y abuelo contrincantes. Y vaya pasión que ambos ponían en sus argumentaciones, como si fueran tan… novedosas, o para nada, desgastados los debates. Si hasta las calificaría de proverbiales¸ si a cambio, alguna vez, o por si las moscas, los reiterativos duelos de palabras obraran el milagro de ponerlos de acuerdo, de convencerse, por una vez, de algo el uno al otro. Ambos se jactaban de expertos en lo que… decían, pero la experiencia no anula la pasión, y la pasión que cada cual se trae sólo sirve para hacer, no para transformar ni para cambiar a nada ni a nadie ¿por qué no lo entendían? En la política, como en todo en la vida, para ella y a partir de la experiencia recién sufrida, la pasión es sólo una herramienta, y de exclusivo uso personal. Que nos muestra, sobre todo cuando está en juego morir, lo que a cada cual lo hace sufrir o gozar. La pasión, además, nunca cuestiona ni compromete más allá de lo que por naturaleza cada cual puede dar en intensidad.

Por eso, cuando alguien congrega seguidores a su pasión, será porque dichos seguidores se ven circunstancialmente obligados a seguirle… como hicieron con ella las monjas, la parturienta, sus hermanas pequeñas, todas le siguieron por instinto de sobrevivencia, ¡no más! Los líderes y los políticos de turno, a lo largo de toda la historia humana, se decía Brígida para mejor colofón de sus reflexiones, se guían siempre por su propia pasión. Los que les siguen… lo hacen como agarrándose a un clavo ardiente porque, o no padecen pasión alguna, o porque ignoran cómo manejarla, en cambio, la pasión del que conoce su pasión solito por ella se guía, los demás le seguirán, pasado el momento crítico, siempre y cuando queden al buen resguardo de la sombra del cual alguna vez… les salvó.

La chacha NicolasaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora