Capítulo 1, Parte 3

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                CAPÍTULO 1, TERCARA PARTE

Hay días que se presentan como una ventana al futuro, pero andamos tan ajetreados, que a pesar de, luminosamente lo que viene ponérsenos delante ni una ojeada atinamos a echar. Ese domingo, precisamente el tercer domingo posterior a la primera visita de Carlos por el breve asueto, valga la redundancia, antes de asumir el nuevo cargo en el puerto, eso fue lo que pasó y lo haría memorable en la vida de Cota, pues no sabía que el Destino la pondría apenas enfrente de la felicidad, para arrebatársela con lujo de decepción, porque se marcharía, como llegó, en dirección contraria a sus sueños. ¿Fue la actividad entusiasta de su madre y de Nico, preparando ese domingo, la que le enmascararía que la buena fortuna es una dama veleidosa y cuando aparece cargada de vistosas y deslumbrantes dádivas es cuando de ésta debemos recelar…?

     La madre, que había hecha una locuaz rutina cada corta licencia de Carlos, pues deseaba que todos, clientes y amigos, se percataran constantemente de la presencia del hijo en esos días, presencia que incluso a Amelia, se le antojaba más parecida a la de un fantasma que a la de un ser real, ponía la casa de cabeza, y su cabeza sin casa, pues se le iba detrás de anticipados paseos, presentaciones, tardes de café y pastelillos con que atendería a todo aquél que se acercara a conocer, o a saludar a Carlos. Pero esta vez, la ilusión la centró en el empeño de confeccionarle a Cota una hermosa falda color avellana, con una de las telas que recientemente le trajera el hijo. La industriosa labor le llevó todos los ratitos de descanso en la trastienda, incluso más, horas de sueño para rematar el ruedo con hermosas flores de lis bordadas en fino cordoncillo de sutache negro que mucho destacaban en la prenda con gran elegancia tanto por el discreto y emblemático adorno, como desde luego porque la dejó justo al largo de moda, por encima de los tobillos para que asomaran al paso los botines de reluciente charol. Mas el anhelo de ver lucir a la hija mayor al lado del hermano, la tarde del domingo siguiente, disipó todo el cansancio que le confirió la hechura durante la semana en que trabajó hasta vencerla el sueño.

      Y llegó el domingo. Fueron todos a misa por la tarde. Al salir de la iglesia presentaron a  Carlos con la abuela de Maribel, invitando a la chica a pasear por el parque con ellos. La joven rehusó, pues la abuela había decidido regresar a casa pues se sentía como con vértigo, y Maribel debía acompañarla. Y la chica se alejó prometiendo alcanzarlos luego. Antonia y Cota se colgaron cada una del brazo del hermano y atravesaron al parque seguidos por Amelia y Nicolasa. Nomás llegar, la chacha dejó a su patrona sentada en una banca y regresó a casa so pretexto de preparar la merienda. Los hijos, después de una primera vuelta, se le acercaron para invitarla a acompañarlos, pero Amelia se negó, asegurando sentirse fatigada, pero en el fondo quería contemplarlos a sus anchas y de paso observar el efecto que harían en los paseantes los tres juntos, por fin. ¡Cuán hermosos lucían los tres! Se decía. Era increíble la estatura de Carlos, un metro noventa largaba ya ni su padre había sido tan alto. Cota tenía una estatura considerable para ser mujer, un metro setenta, ¡ay, pero Antonia!, pensaba mortificada, por un pelo estaba a punto de emparejarse a Cota, ojalá esa niña parara de crecer o le sería muy difícil encontrar marido.

       A diferencia de la madre, más ancha que verdolaga en huerto de indio que dijo Nico antes de salir de casa, Cota se sentía muy a disgusto. Siempre había discutido con Maribel sobre cuanto le molestaba esa costumbre de dar de vueltas y vueltas en el jardín de plaza de armas cual burros de noria. A lo que Maribel refutaba que para una señorita ésa y no otra era la manera decente de divertirse y conseguir pretendiente igualmente decente. A lo que Cota, siempre queriendo del debate salir airosa, nuevamente y cómo réplica, argüía, que más bien le parecía indecente ¡estar exhibiéndose así, vuelta tras vuelta, como al mejor postor! Pero en el fondo Cota reconocía ante sí, que en realidad una razón, del todo absurdamente vergonzante, se escondía en sus protestas y renuencias, la del pavor que le recorría el cuerpo de sólo imaginar que alguien se le acercara para cortejarla durante alguno de los dichosos giros.

La chacha NicolasaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora