CAPÍTULO 1. Parte 1.
La vida gira, gira y gira,
Sola en la rueca de tu propio mundo,
Buscando claridades en la noche.
Agosto 3, de 1910
Amelia apuraba prolija la mañana desde las cinco de la madrugada. Sin embargo, cada vez que el reloj de pared tañía sus campanas indicándole que el día avanzaba, ella se sobresaltaba. Acostumbrada a dar, a todas sus actitudes inusitadas, una respuesta lógica, ahora se explayaba mentalmente ante sí misma: “¿Cómo no me ha de asustar que el reloj me campanillee que su carrera del día rápido se agota, si ni siquiera están peinadas las niñas…?”
De cualquier manera tenía que admitir que sus sobresaltos se debían a sombrías e imprecisas lucubraciones, que no lograba acallar con razonables pensamientos, y que la asaltaban desde hacía cuatro días, cuando su marido Juan partió a la recién abierta Escuela de Tiro de San Lázaro.
Tenían ya cinco años establecidos en Tlalpan, desde que a Juan lo destinaron a la entonces recién fundada Escuela Militar de Aspirantes. Y si bien no sólo se encargaba de maestro ecuestre con los imberbes aspirantes, puesto que también entrenaba a los cabos y sargentos ahí acuartelados, se sentía más que adaptada al lugar, pese a las cotidiana ausencia de Juan, a pesar de que el trabajo le quedaba como quien dice a la vuelta de casa, tan cómoda como si siempre hubiese vivido en el quieto y pintoresco abolengo de Tlalpan. Quizás su nerviosismo era producto de la emoción que Juan le transmitía, pues como él la decía: “Seguro que con la exhibición del equipo ecuestre, —capitaneado por su gallardo marido por la celebración de las fiestas del Centenario de la Independencia, inaugurados en San Lázaro con la susodicha demostración— obtendré un ascenso que nos significará afincarnos en este lugar que tanto te gusta, querida Amelia”.
Recurrir a tales promesas le sedaba, por momentos, una conducta tan irregular, tan sin ton ni son. También le devolvía la sonrisa que por ser este un día tan especial en la carrera de su marido, en cuanto al convite que darían la tarde del día siguiente, todos los invitados ya habían confirmado aceptando, y como coincidía con el cumpleaños de su hija Antonia, pues la sinrazón de su ansiedad tal vez se debería a que el trabajo se duplicaba, pues tendría que elaborar un menú de merienda que diera gusto tanto a chicos como a grandes. Trataría de sosegarse, ah, pues gracias a Dios, Nicolasa, su criada, había traído a su prima Delfina para que las ayudara.
Tocaron a la puerta cuando el reloj sonoramente anunciaba las nueve en punto de la mañana. Amelia dejó en manos de Delfina las tenacillas con las que hacía bucles a las niñas y gritó desde el dormitorio:
—Nico, no salgas de la cocina, yo atiendo.
Al abrir la puerta, la cara ansiosa de Amelia se tornó alborozada al exclamar:
—¡Oh, qué bellas están las flores Micaela!
La india que había llamado, una mujer entrada en carnes y edad, depositó el manojo de alcatraces que traía a lomo recargándolo en la pared y, apurando a unos chiquillos, quienes venían unos pasos detrás jalando unos huacales con ruedas llenos de mazos de flores, respondió en forma jactanciosa:
—Ya ve, doñita, pos ¿cuándo le he fallado? ¡Mire nomás que chulada de anturios, alcatraces, gladiolos, aves del paraíso, pinceles, margaritas y agapandos! ¡Ah —continuó después de tomar resuello— y no me faltó el helecho y la nube bien tupida pa´rellenar! Además, le traje estos clavelitos en botón pa sus floreros de panal ¡ora si mi marchantita se va a dar vuelo escogiendo!
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La chacha Nicolasa
ChickLitEl universo femenino de la chacha Nicolasa cobija no solo a las protagonistas de esta saga del siglo XX, sino también a los hombres que las acompañan ante la muerte del proyecto revolucionario. Amelia, Cota, Brígida, Natalia y la sabiduría ancestral...