𝐈𝐕. 𝐋𝐥𝐚𝐦𝐚𝐫𝐚𝐝𝐚 ⚠️

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Los rayos de sol se colaban por la ventana de una manera tan divina, que pronto terminaría derritiéndose por la temperatura.

Llevaba consigo su pijama de conejitos favorita. El pequeño creía que aún era muy temprano para levantarse de su cama, y es que, este año escolar fue mucho más difícil para él. Desde que Miss Susy le enseñó a factorizar los números son más confusos e interminables, pero hace el intento de siempre mantener a su mami orgullosa.

Cubrió sus piernas con la esponjosa cobija, quizás si cerraba sus ojos un poco más podría conciliar el sueño y dirigirse a ese mundo creado por sus pensamientos. Dónde podía ser un gran caballero para salvar a su princesa en un castillo abandonado, que con su gran espada de oro y plata, lograse vencer a cualquier bestia que se pusiese en el camino. Ganarse su final feliz lleno de festejos como en sus películas de Disney, que le regalaron hace unos meses por su primera década.

Aunque él piensa que se vería bonito en un vestido jalde lleno de brillos y piedras luminosas, acepta la armadura para verse más poderoso. Cada que los minutos pasaban, su respiración era mucho más pesada y tranquilizadora, un gran camino podía distinguirse entre sus pensamientos; podía sentir entre sus dedos las nubes en forma de borreguito al casi alcanzar una montaña enorme, incluso el aroma a sácate fresco era distinguido en el ambiente.

Aun si el menor ya estaba en los brazos de Morfeo, la carismática señorita con el cabello dorado hecho todo un desastre, entraba con cuidado a la habitación. Claro que no iba sola, Yorky un schnauzer gris revoloteaba su cola mientras mordía el cobertor y lo escondía debajo de la cama, como un botín. La traviesa pequeña, jaló uno de los pies del durmiente, haciéndole cosquillas para lograr despertarlo.

—¡Basta! ¡Para ya, Janice!— los niños jugueteaban revolviendo todas las sabanas en la cama, incluso él sentía toda su pancita adolorida por las risas incontrolables que le causaba su hermana, —Vamos a despertar a mamá, por favor, detente.

—Esta bien, ¡Jesús, María y José!, ¿es que a caso ya no toleras mis saludos de buenos días?, ¿es eso? — un tierno puchero se postró sobre su carita llena de pecas, —¿Me haces una trenza, porfi hermanito?

—No, por qué me despertaste a mitad de un sueño, y esta vez iba a ser un caballero para recatar a una princesa bonita— llevó sus brazos a su pecho, mostrando su descontento, lo peor que podían hacerle, era interrumpir su ciclo de ensoñación, —Además estamos de vacaciones, no deberías estar despierta en estos momentos.

—Lo sé, pero quería ir al arroyo a jugar con los peces antes de ayudar en el invernadero, sabes que hoy nos toca cosechar las hortalizas maduras, ¿vamos?

—Cierto— con el fin del año escolar, sus responsabilidades volvían, así que tendría que limpiar establos, sembrar los nuevos vegetales y llevar algunos recados a la iglesia. Pero, no todo es aburrido, de verdad disfruta estar en casa. Quitándose sus rulos de la cara, se colocó sus anteojos que descansaban en su buro. —Ven, no perdamos el tiempo.

Pasó sus manos por las hebras doradas de Janice, la mayor tenia ondas difíciles que siempre se llenaban de hojas de los arboles o que quedaban atoradas en su sombrero de teja favorito. Él, pasó con delicadeza el cabello en un patrón que aprendió gracias a sus compañeras del coro, y aunque muchas veces el padre le mencionó que esas actividades son solo para las niñas, no se limitaba a seguir dicha instrucción.

Ajustó la goma al terminar su bonita creación, asegurando que debían robar unas cuantas margaritas para colocarlas en el peinado tan creativo. Ambos traviesos niños, salieron de puntitas y agarrados de la mano, pretendiendo no hacer ningún ruido; la mayor se encargó de tomar de la alacena una caja de galletas saladas mientras él sacaba de la nevera el bote de queso crema, para desayunar fuera.

𝐅𝐞𝐚𝐫𝐥𝐞𝐬𝐬 𝐥.𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora