𝐗𝐈. 𝐏𝐫𝐞𝐦𝐢𝐬𝐚

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Pasaba más de media noche y sus pensamientos lo llenaban de incertidumbre. El sonido áspero de la televisión se escuchaba a la lejanía como un breve zumbido, los programas en noches como estas no logran ser cautivadores por más que se lo propongan, solo entorpecen el nudo insaciable y aterrador que crece minuto a minuto sobre su pecho.

Había tocado esos labios delicados con fervor y sutileza, pero no trató de ir más allá de lo que el policía le dejase hacer aunque sus manos quemaran por probar el tacto de su mano temblorosa. Su respiración se había combinado en una placentera sincronía, que la breve aura de un café amargo o el sabor dulce de una menta se quedó grabada en un recuerdo. Louis era una persona para admirar porque aunque su cuerpo correspondía con un estremecimiento angustiado, su mirada se mantenía en calma esperando por no perder los labios ajenos de los suyos y rostro se teñía de un leve rosa palo.

Puede que después de aquel movimiento inesperado, la torpeza estuvo frente a ellos cuando sus miradas se enfrentaron por un minuto. Era un verdemar contra un añil nubloso, brillaban en la espera de tener algo más por probar, por sentir más pero el silencio dijo todo lo que se guardaban en sus pensamientos. Ansiaban por abrir ese sentimiento que existía en ellos pero fueron acogidos por el llamado de su jefe.

Liam pudo sentir la incomodidad en el ambiente en cuanto llegaron a la estación y aunque había mucho de que hablar, ambos fueron enviados a casa sin opción de apelar.

Harry se sentía abrumado observando detenidamente el techo de su departamento, sus ojos se entrecerraban tratando de conseguir dormir un poco. En pocas horas tendría una mañana atareada indagando sobre el estado de Archer y cómo encaja en la historia dispersa del asesino sin paradero alguno. Su pecho desnudo sube y baja con calma natural, puede que se esté perdiendo entre los recuerdos de esa tarde maniática pese ser su día de descanso combinado con el aroma de una escena criminal, un anciano lúgubre de vida y una caricia anhelada.

Sin embargo entre su breve nube de ensueño, unos ojos verdosos llenos de cansancio se mostraban entre su somnolencia sin una pizca de burla sobre ellos. Había una ansia por gritar algo que ya había sido callado, una verdad carcomiéndole los labios desgarrados por la edad y que se escondía en cada rincón de aquella casa de antaño. Gastando su último suspiro para mencionarle aquel nombre a él, que no llevaba un atuendo policial, que no parecía más que un civil divagando en medio de una sala con profesionales.

El hombre había confiado en él, ¿por qué? No lo sabe.

Quizás era la culpa de estar haciendo lo incorrecto, aquella que se le había escapado desde el primer día en la cuidad; como una sombra pisándole los pies con desdén, con el recordatorio constante de que ya estaba involucrado y sus manos blanquecinas estaban manchadas de roña que iría avanzando con el tiempo.

El miedo de Harry ya no se encontraba en atrapar o no al homicida suelto, si no de que su nombre se leyese por las notas de la ciudad mostrándolo impune ante la sed insana por justicia. Puede que la ley sea complicada, caótica e irracional pero al fin y al cabo es el pan de cada día para una sociedad hambrienta por jurisprudencial.

Un día tendría que hacerse responsable de los gritos desesperados con los sentimientos hechos pedazos y arrojados a la basura de la que ya estaban acostumbrados, lo mirarían con burla recordándole que él no es diferente a las ratas austeras que roen los puestos que abastecen de "democracia" y rectitud a Brooklyn. Se haría una sincronía a deleite de su oído aplaudiendo la desgracia ajena en nombre de un culpable, uno que se mancha las manos con las palabras y no con sangre.

Las personas se han vuelto muy hábiles para arrojar la culpa en otros, que no se dan cuenta que ellas mismas son culpables de sus desdichas.

—Suficiente autocompasión por hoy.

𝐅𝐞𝐚𝐫𝐥𝐞𝐬𝐬 𝐥.𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora