Algo de qué hablar

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Capítulo 7

Algo de qué hablar

Mary sonrió al verlos aparecer abrazados y riendo animadamente. Sherlock estaba calmado y ahora sería mejor compañía. Todavía se sorprendía de lo que el amor había hecho con aquel hombre. Aunque siempre había sido atento, hasta lo indecible con John y con ella, ni su propio marido había podido conseguir que el famoso Sherlock Holmes cambiase de idea, a no ser que él mismo lo hubiese tenido en cuenta en sus cavilaciones. Sin embargo, ahora con Christine, era otra persona. Parecía haber comprendido, por fin, que el cariño, y mucho más el amor, se hacía más fuerte cuando era correspondido. Emanaba la necesidad de tenerla cerca, y no solo la escuchaba, la admiraba. Se notaba en cómo la buscaba y en que tenía muy en cuenta sus opiniones y sus deseos. Oficialmente Sherlock había madurado. Ese pensamiento la llenó de alegría.

Sherlock y Christine se sentaron para participar en la merienda con ellos. Los padres de Christine entablaron una conversación a la que Sherlock se sumó con total naturalidad y unos modales exquisitos, para regocijo de los señores Pearl.

Por su parte Gary, que se había visto relegado a un segundo plano en la conversación, pareció conformarse educadamente con su pérdida de protagonismo y se mantuvo atento a todo lo que el hombre decía. Mary lo miraba con recelo, había algo en él que no le gustaba. Durante el rato que habían estado charlando, había notado que, aunque Gary era amigo de Christine desde la infancia, buscaba algo más. Era evidente que quería impresionarla, posiblemente para que le hiciese parte de la familia, en la que parecía sentirse como pez en el agua.

El resto del día transcurrió con normalidad. Antes de la cena, Gary se despidió alegando que debía volver a casa con su familia, a lo que Christine no quiso insistir.

-¿Cuántos días os quedareis?- preguntó Gary a la pareja ya en la puerta para despedirse.

-Un par de días - respondió Sherlock - Tengo que volver a Londres para continuar trabajando, Gary.

-¡Ah claro! Por supuesto, eres indispensable para Scotland Yard - contestó Gary impertinente.

Sherlock lo miró fríamente y se irguió mostrando su superioridad física al oponente:

-Por supuesto, no sabes hasta qué punto.

Gary, algo intimidado, desvió la conversación. -Christine, ¿y tú? ¿No puedes quedarte algunos días más? Daré una fiesta el fin de semana y estaría encantado de que vinieras.

-Christine también es indispensable para mi trabajo, Gary- respondió Sherlock al punto. - Necesito que esté conmigo porque consigue que me... concentre mejor- dijo con sus palabras cargadas de doble intención, mientras miraba a Christine de soslayo con una media sonrisa maliciosa en sus labios.

-Ya veremos Gary, aún no tenemos los planes cerrados. Acabamos de llegar y veremos cómo se desarrollan los días. Si estamos aquí, estaremos encantados de ir a tu fiesta- respondió Christine conciliadora, devolviendo la sonrisa cómplice a su pareja. -Buenas noches.

***

Cuando se fueron a dormir, Christine tenía una tremenda necesidad de aclarar varias cuestiones con Sherlock, así que tal y como se metió en la cama, se quedó mirando cómo Sherlock se desvestía y se ponía su pijama. Aunque no pudo evitar disfrutar del espectáculo, intentó centrarse en lo que iba a decir.

Sherlock la miraba insinuante mientras se quitaba la ropa y se ponía el pijama. Aunque no estaba cómodo pensando en tener sexo en la misma casa donde estaban durmiendo los padres de Christine, no podía evitar las ganas de tenerla cerca, y ya sabía en qué solía terminar eso. Se metió en la cama sin dejar de mirarla, la abrazó por la cintura y la besó tiernamente, ronroneando un poco al terminar su beso.

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