Juntos

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Capítulo 25

Juntos

Subieron la escalera que llevaba al dormitorio sin separar sus labios, tropezando con cualquier objeto que se interponía en su camino. Tiraron cuadros al suelo, chocaron contra un jarrón, que se rompió en mil pedazos, arrancando una maldición de los labios de Sherlock y risas en los de Christine.

Cuando por fin llegaron a su enorme dormitorio, ambos cayeron sobre la cama presos de una enorme excitación. No hizo falta si quiera deshacerse de su ropa, la urgencia era avasalladora. Sherlock se tumbó encima de ella y la atrajo hacia sí para seguir besándola, mientras que Christine se ocupaba de dejar espacio a la pasión que los embargaba. En unos segundos, Sherlock se sumergió en su cuerpo, entre los sollozos y gemidos de ambos.

Una vez allí se sintió completamente abrumado por el momento, y sus besos se tornaron dulces y suaves. Sherlock miraba a Christine con admiración, no podía creer aún que ella estuviese allí, con él, brindándole su cuerpo y todo su ser. Ella tenía los ojos cargados de lágrimas, mezcla de alivio y felicidad, y una dulce sonrisa en sus labios, y acariciaba su pelo con abandono.

Sherlock, un poco desconcertado ante el cúmulo de sensaciones, hundió sus labios en el cuello de ella, contándole al oído cuánto la quería, cuánto la necesitaba, y empezó a acelerar sus movimientos, consiguiendo que aquel cóctel de sensaciones contradictorias se concentrase solamente en el placer que ambos sentían, no solo físicamente, sino también en sus corazones.

Christine acariciaba su pelo, su espalda. La ropa de repente empezaba a estorbarle, necesitaba el contacto de su piel. Desabotonó su blusa y la camisa de él para sentir que aún estaban más unidos, mientras que su amante la elevaba a cada paso con sus embestidas. Al sentir el contacto de su piel en su pecho, Christine aumentó los decibelios de la pasión.

Sherlock jadeaba extasiado, sintiéndola más cerca en cada impulso, acunado por aquel cuerpo que se movía lascivamente bajo el suyo, y dejó que aquel amor desenfrenado lo llenase, dejándose llevar, hasta el punto de llegar casi a culminar. Cuando iba a murmurar un aviso, Christine gritó su nombre en completo éxtasis, dándole libertad para llenarla por completo, y obediente, se rindió ante ella.

No quiso salir de su cuerpo, quería permanecer así, unidos en plenitud, el máximo tiempo posible. Le daba miedo abrir sus ojos y que ella no estuviese, o que el dolor volviera a reflejarse en su rostro.

-Christine, te quiero. Necesito ver en ti el amor que me tienes, necesito que cualquier sombra que pueda enturbiar esto que tenemos desaparezca, necesito que vuelvas a mí, y que ahora de verdad te quedes... para siempre- dijo Sherlock susurrando en su oído, aún con los ojos cerrados.

Ella no dijo nada, por lo que Sherlock se irguió un poco para mirarla a los ojos. Y allí descubrió una felicidad arrasadora, y una sonrisa en sus labios que lo decía todo.

-Amor mío, eres el hombre de mi vida. Siento lo que hice, de verdad. Ahora... aquí en nuestro templo, te prometo que no habrá más dudas, porque sé que aunque vengan momentos crueles, la mejor forma de salir airosa es estando a tu lado. Te prometo que no ocultaré mis sentimientos nunca más y que estaré atenta a los tuyos con toda mi alma.

Sherlock sonrió y la besó suavemente.

-Además, amor mío, tengo una sorpresa para ti- dijo Christine, esbozando una tímida sonrisa y una mirada llena de amor.

-¿Más sorpresas? ¡No sé si seré capaz de soportar tanto, amor!- dijo Sherlock sonriendo ampliamente.

-Sherlock...-

-Dime-

- Estoy... embarazada- Christine se estremeció, realmente aún no sabía cómo se lo iba a tomar, y estaba un poco asustada. Pero la expresión de Sherlock despejó todas sus dudas.

En primer lugar, se quedó mirándola, como si no hubiese entendido, pero en pocos segundos, sus ojos bailaban en su rostro, su sonrisa se iluminó y la abrazó con fuerza.

-¡Christine! ¡Oh por Dios, ¿es en serio?- Sherlock la besaba sin poder dejar de sonreír. -¿Pero cómo?... quiero decir, ¿desde cuándo?... oh mi amor, ¡soy tan feliz ahora mismo que me echaría a llorar!

Christine le contó cómo lo había deducido, y que se había hecho la prueba aquella misma mañana. Y que gracias a ese bebé que crecía en su seno, se había dado cuenta de lo estúpida que había sido. Le contó todos sus miedos, y finalmente, le dijo que había ido a buscarlo para terminar de una vez por todas con aquella estupidez que ella misma había iniciado.

Sherlock la escuchaba, pletórico, no había nada en el mundo en aquel momento que pudiese quitarle la sonrisa de sus labios. Sin dejar de escucharla, bajó su cabeza hasta su vientre para depositar pequeños besos en él, y empezó a hablarle.

-Hola pequeño, soy papá- decía cariñosamente, para delicia de Christine.

-Hey, ¡a lo mejor es una niña Sherl!-

-¡No!, va a ser un inteligentísimo gentleman como su padre- reía Sherlock, loco de felicidad. Volvió a subir para acercarse a su rostro -En realidad no me importa Christine, que sea lo que tenga que ser, mientras que tú y yo estemos juntos, crecerá en un hogar lleno de felicidad. Y como ya te dije una vez, será un niño muy querido por sus padres.

Sherlock volvió a besarla, pero no podía dejar de sonreír. -Tenemos que ir a ver a John y a Mary. Se merecen ser los primeros en enterarse de todas las buenas noticias que este día ha traído.

-Vamos a verlos ahora mismo, amor. Deseo compartir con ellos tanta felicidad- Christine lo abrazó con fuerza- Sherlock, gracias por perdonarme, te lo compensaré... durante el resto de mi vida.

Sherlock la miró con intensidad. -Christine, has llenado mi vida, has cambiado todo mi mundo en solo unos meses, y ahora vas a darme el mejor regalo que podría desear, un bebé tuyo y mío, hecho con todo el amor que nos profesamos.

El resto de la mañana pasó rápido. Estuvieron hablando durante horas de todo lo que iban a hacer con su bebé, de los nombres que les gustaban, de cuánto se habían echado de menos... adornando esas horas con deliciosas expresiones de amor en todas sus formas.

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